El poeta y la
muerte
Era una noche de
papel de estraza
la luna de
cartón resplandecía
y a lo lejos un
ocote se veía
alumbrar una
flor de calabaza.
El poeta era algún
astro, la coraza
en medio del
espasmo o su estadía,
el mundo era la
nube o el tranvía
que vierte su
dominio en la amenaza.
El bardo y su
alter ego esquizofrénico
transgrede y
trae en sí la tempestad,
demuda en el
rocío, en la bondad
que brota ante la
magia del arsénico.
La noche es
sortilegio y brevedad
al fondo de un
paisaje neurasténico.
Si puedes contenerte en el crepúsculo
y empuñas un verso embolismático
mejor será pedir a un catedrático
que te libere pronto de ese opúsculo.
No siempre brota en uno el paramédico,
a veces las palabras son disímbolo
que mueven las endechas como un símbolo
del triste acontecer de cualquier médico.
Anulo este sistema hipocalórico
del que adolece tu energía cuántica.
Testigo puedo ser. Y cartomántica.
Si la verdad navega en tu semántica
cuando en el verso intuyo lo pictórico
ya vas hacia el umbral de lo alegórico.
Ana Rosa Díaz Naranjo es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.