Cartas de Molay: Indiferencia

Carta de Juan A. Pellicer

“Prefiero los errores del entusiasmo a la indiferencia de la sabiduría”.

(Anatole France)

De cómo no asumir la indiferencia

Mi querido amigo Bernard, comienzo mi respuesta a tu amable carta dejando patente a través de mis letras la primera de las motivaciones que las tuyas me han trasmitido. Esto es, la NO indiferencia. Subrayo esto porque es precisamente el hecho de tener en consideración, y por tanto no ser indiferente, ante la opinión, el parecer, el punto de vista del otro lo que hace posible la intercomunicación o interrelación bien desde el plano real (el que se puede intuir como cercano) o el emocional (el que se puede sentir como certero). 

Dejan tus letras un cierto sabor a tristeza por el hecho, según me comentas, de sentir “no ser tenido en cuenta”, “no importar”,  “no ser capaz de trasmitir”, etc.”

Vaya por delante que no me gustaría que mi respuesta quedase enmarcada como una de las comunes mantenidas en los divanes de los profesionales de los trastornos emocionales, -que ni soy ni aspiro a ser- (caso que en dichas consultas se sigan utilizando estos estéticos aunque incómodos mobiliarios).

Lo que me comentas, o mejor dicho, lo que envuelto en esa sensación mitad frustración mitad rabia, me trasmites, mucho tiene que ver –entiendo- con la indiferencia. Indiferencia a la que podemos referirnos desde dos planos, dado que como toda forma de “relación humana” (la negación de relación puede ser otra forma de relación), que tan directamente nos afecta.

Es cierto que el tener a veces las sensaciones a las que te refieres: “no importar”, “no interesar”, “no despertar interés”… mucho tienen que ver con nosotros, con nuestra aptitud -incluso con nuestra actitud-, con nuestra forma de “estar” en nuestro medio, nuestra manera de relacionarnos, de expresarnos, nuestra capacidad de adaptarnos al entorno o manejarnos en el hábitat que nos haya “tocado” en suerte. Es cierto. Pero no es menos cierto que también esas percepciones (y no tan percepciones) también tienen mucho que ver con los demás, con los otros. Es decir, como en otros campos de la vida, podemos intentar adentrarnos en aquello que nos preocupa desde distintas ópticas. Será por tanto útil de cara a nuestra paz interior, además de beneficioso, que sepamos colocar en su justa medida el valor o el peso del “conflicto” dado que de ello dependerá la positiva y gratificante o no (frustrante) resolución del mismo.

Estoy convencido que la indiferencia no deja de ser un acto de cobardía; una actitud donde el hombre opta por quedarse “voluntariamente” relegado en su silencio por miedo a ser herido, menospreciado, repudiado…. Es por tanto en este punto donde será bueno valorar ¿cuál es nuestra parte de “responsabilidad” en el hecho de no ser entendidos/aceptados?

Decía Benedetti que “la perfección es una pulida colección de errores”,  y de ello podemos deducir que son precisamente ellos, los errores, sobre los que de alguna manera debemos ir cimentando como parte de nuestro éxito, entendiendo por éxito la paz del espíritu y el equilibrio de la emoción.

De nuevo la Poesía nos sale al encuentro. De nuevo se nos “propone” como bálsamo -cuando no como respuesta-, a tantas incertidumbres. De nuevo podemos encontrar en ella la senda desde donde comenzar a inventarnos porque nos brinda la oportunidad –dependiendo de nuestra exigencia- de vislumbrar las luces y las sombras entre las que nos vamos manejando.

Siguiendo con Benedetti observa como nos invita a través de sus versos a

Defender la alegría”:

“Defender la alegría como una trinchera,
defenderla del escándalo y la rutina
de la miseria y los miserables,
de las ausencias transitorias
y las definitivas,
defender la alegría como un principio defenderla del pasmo y las pesadillas,
de los neutrales y de los neutrones,
de las dulces infamias
y los graves diagnósticos …”.

Una propuesta sincera, honesta, que sale del corazón, que contagia, que invita a seguir creyendo en nosotros.

O quizá en esta otra donde los versos parecieran  “empujarnos” a seguir “creyendo” en nosotros.

Theodore Roosevelt
EL QUE CUENTA

“…El mérito recae exclusivamente
en el hombre que se halla en la arena,
aquel cuyo rostro está manchado
de polvo, sudor y sangre,
el que lucha con valentía,
el que se equivoca
y  falla el golpe una y otra vez,
porque no hay esfuerzo sin error
y sin limitaciones. …”

Quizá, y con esto me despido, una buena forma de luchar contra la indiferencia que decimos sentir por parte de los demás, radique en comenzar a adquirir conciencia de todo cuanto en nuestro interior fluye. Como decía Tolstoy “A un gran corazón, ninguna ingratitud lo cierra, ninguna indiferencia lo cansa”. Poniendo en valor todo lo que somos capaces de hacer y sentir –grandes o pequeñas cosas- pero siempre desde la libertad, la coherencia y el profundo respeto hacía nuestra condición de seres humanos, no pensando tanto en “si gustará” como “¡que completo y realizado me he sentido!”.

Un abrazo, amigo. Sigue bien.

Juan A. PELLICER
(J. de Molay)

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