Han saltado las máscaras de pronto


Poema de Antonio Carmona

Han saltado las máscaras de pronto.
Torzamos los rostros para no mirar.
Se baila en el salón. Torzamos los rostros
para que no nos vean «acribillados por el cielo». 
El monstruo de la luz se ha extendido
a lo largo de todas las horas. 
Torzamos los rostros para no ver 
el sofisticado tormento de los diez mil cuchillos: 
conciliación de la civilización 
y el placer infantil de la tortura.  
Fuiste eco entre infamias. 
Bajaste al pozo 
y al volver no eras el mismo. 
Has aprendido muy tarde, no sé si para bien, lo que eres. 
Has aprendido muy tarde, no sé si para mal, lo que hay.
Has aprendido, sin duda, lo que hubo: 
un caballo mutó a cebra para hacerse invisible
entre enjambres de mosquitos y rugidos;
un hombre acribillado por diez mil mutaciones
se hizo otro hombre. 
Pero cierto es que todo acaba
detrás del escritorio donde esquivas las redes,
invisible en la nube, 
leyendo en tu vigoroso olvido
l’atelier des fous,
para no perder toda la cordura. 
Esquivabas esquiando 
la sombra del águila. 
Lo increíble fue la lluvia. 
Entretanto negaste lo que veías: 
cebada, oveja, 
templo, contabilidad, 
campos largos, ciudad, 
opresor, esperanza,
mandíbula, pelea, 
camello, globalización, 
soledad, cordura. 
El refugio entre tus muros, ¿te sirvió?
Si tuvieras un campo lo respirarías 
para aspirar su aliento aunque mueran las flores de asfixia.

Si tuvieras un timón y el poder
de crear horizontes fantasmas 
y un rumbo en tu mar de nieblas... 
¡Ah de los muros! ¡Rendíos!
Hazte pez entre ruidos del agua y la nada. 
Escapa que no habrá perdón.
El camino se hará demasiado largo.
Aprisa, aprisa. Por el túnel que lleva al bosque.
Allí espera el búho, tu nuevo señor.
Cuando llegues al claro y reconozcas tu error 
y adores nuevamente al grajo, 
que no se sepa, hombre rebelde, 
que impugnaste los sacrificios, 
y que sólo aceptaste entregar tu corazón. 
Que no se sepa que fueron tus lágrimas las que mancharon 
la página del milagro. Que no se sepa
que eres de arcilla y marfil, 
de ocre y tumba, 
de aullidos y lunas,
de escritura y tragedia. 
Mejor será que no se sepa que callaste. 
Tecleas y miro tu espalda 
y salto a la barca en la que estás partiendo. 
Te estás yendo y yo contigo, soy tu sombra. 
El cielo está plagado de demonios. 
¡Eh, vosotros! 
Aquella voz nos llamaba.
No era más que el mensajero
con las últimas instrucciones del grajo: 
que nadie coma la vaca muerta;
que nadie proteste; 
que no se recuerde el papel; 
que nadie tenga sombra...
Así que me fui dejándote vivo. 
Sin sombra pero vivo 
y sin libro de oraciones y sin misericordia. 
(Yo sólo digo 
las cosas que no tenías). 
No pude llamar cadáver 
a esa mariposa muerta. Era otra cosa.
La pluma fue estilete que perfora el papel, 
la pantalla era lo de menos porque hablaba, 
y miraste  al frente donde una vez
colgó un horrible cuadro, 
y todo estaba mal. 
No había montañas y sin embargo 
la retama gimió cuando amanecía. 
Por su parte el volcán se agitaba
por un mal sueño de su magma:
soñaba que paría.
Tú sin tus alas. 
Sí, soy tus alas y tu sombra, 
pero quisiste no ser murciélago. 
Yo no quería ser tu compañero. 
Ni tú ni yo queríamos compañero. 
El consuelo lo buscamos al final, 
donde la resignación.
Viajamos cada cual a su modo,
con la mueca de la verdad,
aún estupefactos
mirando la ruleta pararse
en el número de la gran duda. 

Antonio Carmona es vocal honorario de la Unión Nacional de Escritores de España.
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