Poema de José Antonio
Fernández
-¿Qué pretendes clavándome
tus ojos en los míos?
-¿Qué debería ver?
La luna reflejó llena la llama
desde la oculta sombra de aquel único
cuerpo erigido en dos:
como si dos perfiles enfrentados
huyeran del silencio
y procuraran luz desde el confín de la carne.
-¿Acaso debería responderte?
-No hay luz en tus ojos.
-¿Qué pretendes?
Se deslizó del cielo una cinta morada
-¿o fue aquella ventana abierta al océano?-,
y al golpear el suelo, se alertaron
las sombras, y huyeron.
-Enreda entre tus dedos este espíritu
hambriento, como anillo
que promete amor eternamente.
-¿Por qué deshabitarte?
Fue entonces, en aquel
instante, cuando el iris se anudó
a la cinta morada
hasta enlazarse al tiempo, a la luna
y su oscilante péndulo:
como criatura opaca
que se mece a la sombra del pecado.
tus ojos en los míos?
-¿Qué debería ver?
La luna reflejó llena la llama
desde la oculta sombra de aquel único
cuerpo erigido en dos:
como si dos perfiles enfrentados
huyeran del silencio
y procuraran luz desde el confín de la carne.
-¿Acaso debería responderte?
-No hay luz en tus ojos.
-¿Qué pretendes?
Se deslizó del cielo una cinta morada
-¿o fue aquella ventana abierta al océano?-,
y al golpear el suelo, se alertaron
las sombras, y huyeron.
-Enreda entre tus dedos este espíritu
hambriento, como anillo
que promete amor eternamente.
-¿Por qué deshabitarte?
Fue entonces, en aquel
instante, cuando el iris se anudó
a la cinta morada
hasta enlazarse al tiempo, a la luna
y su oscilante péndulo:
como criatura opaca
que se mece a la sombra del pecado.
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