Las divertidas memorias de un ferroviario

La bruja de Vadebois y Generoso Fraga

Estas historias que  voy a contar  las sé de muy buena tinta. La mayoría tratan sobre   gente que conocí  allá por  donde anduve, así que se le voy  a poner el título  de  “Memorias  “a mis mi relatos. Me he decidido a ponerlo,  después de ver en el diccionario que entre otras acepciones contiene las de: Monumento para recuerdo de una cosa; saludo o recado cortés a un ausente; libro de apuntes…, esto es lo que quiere ser esta parte de mi relato, un cajón de sastre donde se guardan los relatos que sobran, los que por sí solos no valen nada, los que se utilizan como parches, o se zurcen para hacer como en este caso un traje de carnaval.

Remedios Beiro, era la bruja de Vadebois, a la que se le daba bien leer la buenaventura de los hombres en las líneas de la  frente. A Remedios la dejó media muerta mi tío Inocencio cuando fue a preguntarle lo que le veía en la frente, y a ella le dio la risa .Mi tío Inocencio cuando llegó después de pasar  dos años seguidos en la Guinea, no hacía tres días que su mujer había dado a luz. En la aldea era la comidilla de propios y extraños los cuernos que le habían nacido desde que había marchado a  tierras del África occidental.

Remedios, dice que en la frente de los hombres se puede ver la manera en la que van a morir:

 – “Unos tienen ojos de fusilados, otros de ahogados, otros de ahorcados… Parece que todas las sentencias terminan en “os”, el caso es que todos los que mueren de muerte violenta,  tienen en vida ojos de  muertos insatisfechos.

Remedios, dice que Fabielo Costa ya tenía ojos de ahogado cuando vino a este mundo, que estaba consumido por el  salitre desde que nació. Fabielo Costa se ganó la vida andando a las sardinas, hasta que quedó enredado en los aparejos. Fabielo hablaba poco: decía que el lenguaje es lo único que nos diferencia de los animales, y que no es cosa de utilizarlo a la ligera. Fabielo andaba a la sardina con su amigo de toda la vida Ramiro Terrazo, y cuando Ramiro le criticaba su poca charla, Fabielo respondía:

– Uno no puede andar a decir todo cuanto piensa Ramiro. Eso en un hombre es un síntoma de falta de seso, de falta de madurez, y aún no sé sino será una falta de ortografía…  

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Quisiera ahora hablarles de Generoso Fraga. Generoso nació en el Ézaro, y a los quince años emigró a Venezuela. A Generoso se le presentó la muerte seis meses antes de morir  y le dijo así:

–Mira Generoso, a ti te quedan seis meses. Tú has trabajado duro y a ti la vida, no te ha hecho justicia. Para que veas que hay más bondad en mi negro corazón, que en el de la vida que tanto veneráis, vengo a advertirte que no pierdas el tiempo. Cómprate un buen nicho, tráete a casa a la veinteañera más salida y más interesada que encuentres; y no hagas testamento hasta la extrema unción, ya verás el jugo que le sacas…; Haz locuras veinteañeras,  como mear en el nacimiento de los ríos: eso relaja mucho y apacigua la rabia interior; da limosna comedida; no fumes mucho porque tu mueres de cáncer, aunque bien pensado da igual, el pulmón ya  lo tienes jodido. No te pongas nervioso ante mi proximidad, que es solemne e inquietante como el vuelo del buitre; los que intentan comprender lo que se esconde bajo mi manto, mueren  con un deje de impotencia en la mirada, que solo se les va cuando se le vacían la cuenca de los ojos. Tú ahora diviértete, tómate estos seis meses como si te hubiesen tocado  unas vacaciones.

Pasaron más de seis meses y la muerte no dio señales de vida, Generoso vivió cada segundo como si fuera el último, y por fin entendió que ese era el verdadero sentido de la vida.

Manuel Jacobo González Outes, miembro de honor de la Unión Nacional de Escritores de España.