Fernando Yélamos, poemas

Ay, niña

Ay, niña, cuando besé tus labios de pureza.

Ay, niña, cuando bailamos y temblaste.

Fue en Granada. Ay, niña:

tanta luz, tanta flor, tanta gloria en Granada.

 

Ahora Granada está triste, con neblina,

como cuando Federico fue callado.

Allí mis labios separaron de los tuyos,

allí mi amor se fue

y desde allí mis ojos ya no miraron más.

 

Ay, Granada, tan hermosa, ahora mi tumba,

eres para mí veneno porque me quitaste a mi amor.

Niña, miro tus ojitos alegres y los veo volar y volar

hacia otro sitio.

 

Ya no te quiero, Granada.

Me diste la gloria, me diste el amor,

¡Granada, Granada!,

y te has convertido en tierra de rabia y llanto.

 

Ay, niña, cuánta gloria me diste cuando

nuestro primer morenillo salió de tus entrañas.

Tantos dolores tuviste que todavía quiero quitártelos,

y no sé.

 

Ay, niña, qué madre eres…

Nunca vi tanta ternura,

nunca vi una madre tan grande.

Ay, niña, cuando nació nuestra aceitunilla,

tanta gloria de nuevo.

Si el mundo cambiara mil veces,

nunca un amor podría darme tanto.

 

Anoche sentí tanto amor que tres días

habrían sido pocos para abarcarlo.

Toda tú me diste gloria,

tanta y tanta belleza vi que tengo miedo

a perderte.

 

Me siento tan pequeño que me ahogo

y tengo miedo.

¡Ay, mi niña, me ahoga Granada!

No sé, no sé si será mi tumba.


En la plaza del pueblo

A lo lejos escucho sonidos

de músicas antiguas

que me recuerdan mi adolescencia

en la plaza del pueblo.

La adornaban papelillos de colores

y mujeres con sus vestidos nuevos.

Aquel día, hasta los hombres

se habían quitado la pana.

Eran las fiestas del pueblo

y sonaban músicas rancias

hasta la madrugada.

Chiquillas y chiquillos bailaban

al ritmo casi tambaleante

de músicos de manos viejas,

deformadas por el sudor

de secanos y minas.

Zagalona con vestidillo blanco,

morenilla de pelo,

con gracia en su movimiento

al ritmo de melodías antiguas.

¡Qué elegancia en su mirada!

Se pararon mis ojos en ella

y ya solo buscaba su mirada...

Al instante, mi vista se dañó:

un zagalón con pantaloncillo

bien planchado bailaba con ella.

Mis ojos, casi en estruendo,

seguían buscando su mirada…

Quizá se encontraron un momento.

Pasó poco tiempo,

y su mano fue cogida

por la del zagalón apuesto.

Caminaban hasta la primera

calle a la izquierda.

Quise encontrar su mirada de nuevo,

pero ya no pude hallarla.


Rimas y besos

¿Sabes?

Mi poesía no es de rimas,

ni de «grandes», ni de academias.

Conozco la musicalidad

del silencio de las montañas,

de los sonidos de aguas claras

y de los álamos con hojas verdes

acariciándose.

 

Conozco tu voz de la noche,

que me calma en el silencio.

Tu voz me hace sentir y soñar

que toco tus labios.

 

Y continúan la noche y las rimas

de hojas verdes de los álamos,

y el cielo baja

cuando nuestros labios se juntan.



La noche cerrada

Despierto del universo de los sueños…

Afuera está la noche,

que muy cerrada permanece

acompañada del silencio de las montañas,

de las riscas y los matojos.

Y en silencio quiero entrar en mis sueños

para ser de nuevo un niño

con la cara desnuda y mi alma

abierta, blanca y esparcida.


Fernando Yélamos está galardonado con la Medalla de San Isidoro de Sevilla de la Unión Nacional de Escritores de España. Es delegado permanente de la UNEE para las Relaciones con Francia.