A Beatriz

Manuel Fuentes González

El silencio se desgarra en esta tranquila mañana de agosto. Mientras  releo “Ecos del Camino” —nuestro libro— buscando inspiración para redactar una aplazada conferencia, te he vuelto a sentir a mi lado. Dolor y placer; es difícil situar la frontera. Tú me das tanta alegría y fuerza que llega a dolerme. Deseabas dormir mucho, irte en paz. Tu sueño se convirtió en eternidad con los calores del pasado verano. Desde entonces he sido incapaz de volver a escribir, de enfrentarme a los folios que esperan sobre la mesa.

En un instante han vuelto a mí recuerdos de tu tierna infancia enredados con otros de nuestras más recientes vivencias, tratando de hacerle regates al carcinoma que se apoderaba de ese cuerpo de joven mujer. «Cáncer», puntualizas tú con  enorme resiliencia, evitando que el miedo te aprese y anticipe la posible derrota.

Aún siento cómo te mecía de niña en mis brazos y tú, abriendo esos grandes y hermosos ojos, agradecías cada cuento que inventaba para ti. Me embarga la emoción. Brota el llanto y lágrimas gruesas, indómitas, corren por mis mejillas. Llegan con retraso; quizá sólo son las no lloradas cuando partiste. Ahora pueden fluir en soledad, sin hacer daño a los demás. Ya no tengo que parecer el fuerte asidero, pretendiendo mitigar que  la familia se desmorone a mi lado  con los requiebros y  desenlace de tu periplo vital.

Tu compañía incorpórea me alegra y duele. Hay algo positivo: la  pluma solloza y licua la  tinta que parecía seca, permitiendo escribirte. Quizá ya esté lista y mañana pueda volver a dejar trazos sobre las blancas hojas, a enfilar líneas y completar algún libro que ahora corregirá tu padre antes de su publicación. Él es bueno en la tarea, tal vez te supera. En eso no he perdido.

Te llamo sin voz, conteniendo injusto reproche por haberte marchado. Durante el silente y cruel avance de tu enfermedad hubo angustia, zozobra, confidencias entrañables. También compartimos emociones, celebración, y hasta algún pequeño viaje en tiempos de convalecencia. Todo se me antoja exiguo.

Te fuiste con luz y vuelves paciente, serena, a mi lado. Necesito tu soplo, la inspiración de la musa. Aunque futuros trabajos merezcan  loas de la crítica literaria, superando con creces esta desgarrada carta, nada será comparable con la emoción que ahora siento.

Mi querida sobrina, te mando y doy un etéreo y real beso, envuelto en eternidad y esperanza.

Manuel Fuentes González es vocal honorario de la UNEE.