Enrique Sánchez Campos, poemas

Destino de otoño

Todas las hojas volaron con el viento

marchitas, secas y acabadas;

fueron cediendo, hasta ser arrastradas,

sobre la negra pista de cemento.

 

A veces las izaba algún pequeño remolino;

las hacía avanzar girando al mismo tiempo,

y yo, cual bellas danzarinas, fieles a su destino,

observaba sus piruetas a capricho del viento.

 

Y cuando ya, muy cerca del estanque,

parecían precipitarse en el vacío,

las volvía a levantar un golpe de aire frío…

¡Voluptuoso juguete! Un nuevo arranque,

y otra vez a iniciar la loca danza

que alegremente las empuja hacia la muerte;

aunque engañadas y felices a su suerte

acuden prestas a cita tan macabra.

 

Una tras otra danzan, giran, avanzan…

se asoman al estanque, hacen piruetas, retroceden;

mas al final, cuando cansadas ya no pueden,

se asoman al estanque lasas y abatidas,

hacia él se precipitan y en su fondo descansan.


Antes, ¡quiéreme!

¡Quiéreme despacio, pero quiéreme!

Que la nostalgia llegará silente

para instalarse en el vacío

que ha de dejar en mí

la huella de la ausencia,

cuando te hayas ido.

Mientras tanto… ¡Quiéreme!

 

El sueño que quisiste

Y qué será de tu sentido llanto,

en lágrimas de amor la lluvia

ventana de cristal tus ojos,

arroyo de suspiros y quebrantos

se marchará el corazón herido,

no volverá la lluvia de dolor

el sueño onírico que quisiste tanto.


Amar en otoño

Me derretía en tus labios

aquella tarde de la despedida;

y no cesaba de llover otoño,

así, caudal en tu rostro,

herido amor besaba tu mejilla.


La huella del viento

Sutil la huella que deja el viento

tras la palabra ida;

gélida soledad que siento

tras tu partida;

ocultas la despedida

que es dolorosa,

te llevas mi amor, mi vida…

y tantas cosas.


Llover los cielos

Y no cesaban de llorar tus ojos,

y no paraban de llover los cielos;

fundido abrazo, amor y desconsuelo

entre un verano de julio caluroso

y un otoñal septiembre, cual invierno.


Cenizas de la duda

Espúrea blonda para cubrir tu cuerpo

que adolece ya de la decencia, muerte,

y vienes entre las sombras del silencio

a llevarte lo que queda de esos restos,

ayer ascuas de amor incandescentes,

hoy, cenizas de la duda, el llanto frío.


Fríos tempranos de otoño

¡Ámame!,

antes de que lo que me querías

se lo lleve el recuerdo;

antes de que el otoño venidero

hiele con sus fríos tempranos

los últimos días de nuestra primavera;

antes de que emigren los pájaros

y sus nidos vacíos nos muestren

las ruinas del amor que los habitó

otros tiempos… aún cercanos.


Melilla...la dama de mirada fenicia

Tamlilt, blanca roca calcárea que el cielo besa,

gaviota de silencios en vuelo majestuosa,

sobre los mares inmensos reflejas bella silueta.

 

Puerta de la mar océana, el paso de la cultura,

Rusadir, casa fenicia de naves impetuosas,

de tradición marinera y del comercio la ruta.

 

Bella perla deseada en el mar Mediterráneo,

Miliat, de árabes y rifeños la flor, la joya,

Mellitus o rica miel los romanos te nombraron.

 

Haces guiños al futuro extendiendo tus orillas

con vuelo de gaviota y puentes de amor y sal,

olas de salada espuma y suspiros de la brisa.

 

Moderna y cosmopolita, hoy autónoma ciudad,

de baluarte vestida, delicada y generosa,

compartidora aljamía de respeto y equidad.

 

Un grupo de jabegotes, arrastrando la traíña,

entona bello cantar a su virgen pescadora,

niña que rezando implora, miradas a la Mar Chica:

«El Cerro de San Lorenzo

mira a tus aguas azules,

donde son punas de ascenso

naves de púnicos tules.

 

Cárabos de media luna

besan estrellas del cielo,

entre peces y destellos,

cárbaso las vestiduras.

 

En unión los marineros

con sus artes ancestrales,

ponen cerco al caladero.

 

Bella luce la traíña,

que viene mediterránea

caminito de Melilla».

 

En arrullados silencios, ondas de límpidas aguas,

arena de leves dunas y suspiros que enamoran,

surges silueta esculpida por el yunque de las olas.

 

En tus aguas he tenido un sueño que se desboca

y quema mordido beso como hierro de la fragua.

Yo me he bañado en tu mar, he bebido de tu boca.

 

Las gaviotas amigas que sobrevuelan tu mar

harán un puente algún día con cristalitos de sal,

así yo podré pasar y estar junto a ti ¡Melilla!

 

Fuente luminosa y clara de belleza y armonía,

risa lozana y despierta en el mar Mediterráneo,

amanecida alborada de luz y sabiduría.

 

¡Si pudiera ser tu amante! Sentirme tu enamorado

y soñar por un instante, que en este onírico viaje

he deshecho el equipaje para quedarme a tu lado.

 

¡Ay Melilla!, perla morena; las aguas de espuma blanca

te bañan cosmopolita y besan tu áurea estampa.

A la paz y a la cultura… la luz de tu vida abierta.

 

Silencio

La distancia es silencio

que supera el amor.

Si muriera el amor

moriría la distancia.

 

¡Lo lamento!

Si a mí me duele el silencio

y te tengo que expresar

que la imagen que yo siento

es tuya, porque no estás.

 

Y si el silencio se impone

y golpea mis sentidos…

te amaré tanto, mi vida,

que aun pareciendo dormido,

estaré despierto a ti.

 

Y morirán mis sentidos,

y morirá la distancia,

pero la flor del amor

te obsequiará su fragancia...

que fue la flor que te di.

 

Y si me callo es por ti,

mi reina en esta distancia,

no quiero verte sufrir

ni de amor brotar tus lágrimas.

 

Quiero callar para ti,

aunque no esté complacido,

pero despierto o dormido

te amaré tanto, mi vida,

que por no quererte herir

fingiré que estoy dormido...

y haré silencio por ti.

 

Del libro “Epístolas de frontera”

 

La siega

Escucha hoy como la tarde se hace siesta

en los días de junio que anuncia la chicharra con su canto.

El mirlo vuela alto y el graznido de un cuervo peregrino

traslada en la distancia su mensaje de estío.

 

Las espigas mecidas por la brisa cimbrean en un mar de ondas candentes,

que el sol está muy alto y el tiempo de la siega se aproxima.

Caerán orondos granos sobre el arel cedazo de la criba,

cuando la curva hoja sea guadaña y haga doblar el tallo que entregue su cabeza.

 

Miro a lo lejos y un horizonte difumina el paisaje que sestea,

dejando entre bostezos el latir de un corazón que duerme los olvidos.

Te recuerdo ahora que tengo amplios mis sentidos y ancho el corazón para acogerte;

espigadora tantas veces…, el haz en una mano sujeto por la cinta que recoge tu pelo,

y bajo el brazo, asentado en la cadera, cargado el búcaro que traes a mi remedio

para apagar la sed de amarte.

 

¡Ay! Cuánta dicha me entregaste aquellos días.

¡Cuán contento me hacías sentir en tu cercana lejanía!,

porque al final siempre supe que no eras de esta siembra,

y que el árbol de tu huerto te llamaría a recoger la fruta cuando fuera su tiempo.

 

En mí se queda el fuego de una primavera que ya quiere ser verano

en granos tan dorados como la piel que acaricié aquel tiempo,

y aún me queman tus labios en los candentes besos sostenidos.

 

Escucha el sortilegio de una siesta que termina y me entrega un sueño.

Oye el rumor de una canción en los susurros de la fresca brisa,

y sobre todo… no dejes que se pierdan los latidos

que proclaman lo que niega la distancia.

 

Porque te escribo y mis cartas surcan las estaciones como aves migratorias

a través del tiempo.

A la intemperie, como mi alma suplicante y descarnada entregó su cosecha.

 

Del libro“Epístolas de frontera”


El río que es la vida

                                                           Vicente Enguídanos Garrido. In memoriam

A veces, nos arrastra la corriente de la vida

sin que nos demos cuenta.

Vamos rodando y dando tropezones,

entusiasmados, en pos de nuestras ilusiones,

y cuando caemos en su cuenca…

sólo queda pasado y una vida perdida.

 

¡Ay!, río que transcurres por mil cauces,

historia de los tiempos son tus aguas;

recoges los lloros de los sauces,

los forjas en el seno de tu fragua

y los devuelves reconvertidos en cantares.

 

Esparcidos en variada orografía

por la que vas pasando,

son canto de esperanza y alegría,

como el repiqueteo de guijarros rodando,

puliéndose entre roces, desgastando la vida.

 

Los sauces quedan lejos, lejana la ribera;

tu tiempo de torrente ya ha pasado.

El agua de tu cauce, ahora remansado,

fundirse con el mar es lo que espera.

 

Los hombres somos los sauces

que lloran en la ribera,

y sus lágrimas los cauces,

huyendo en fútil carrera

que lleva a ninguna parte.

 

Río de aguas plateadas, fiel espejo,

que refractas las miradas e ilusiones

pasadas, presentes y venideras,

que fluctúan por tu ribera

como las fatuas pasiones,

fundidas en mil reflejos. 


Hasta cuándo

Hasta cuándo he de repetirte
que la soledad es mi compañera de toda la vida.
Que desde el día en que nací soy triste.
Que no elegí el canal del parto ni otra salida.

Que ya que estoy aquí –no sé por qué- quiero vivir.
Que no es fácil estar conmigo o hacerme compañía.
Que el arte de aguantar es saber elegir
y dejar estar, sin dar altibajos, en buena armonía.

Que no quiero imponer ni acepto imposiciones.
Que aunque quiero que estés junto a mí sin condiciones
he dejado las puertas abiertas por si quieres irte.

Hasta cuándo he de repetirte
que la soledad es la compañera que llegó sumisa,
haciendo silencios, a poquito a poco, me quita la vida.

De Pinceladas con Alma, IX edición de Cosmopoética


El mar de las miradas

Despierto en medio de ese mar
donde te miro a ti desde la lejanía,
y abro la ventana de mi alma
que deja entrar la luz del nuevo día,
radiante la mirada de tus ojos,
nexo de unión, lejana cercanía,
puente y liana para llegar a ti.

Camino sobre olas de mar calma,
suaves vaivenes me llevan hasta ti,
aunque en el retroceso, la resaca,
presa de celos, saca su fuerza a relucir,
me aleja de tu lado nuevamente
y sigue siendo tu mirada para mí
esperanza de amor y unión latente.

Te miro mientras voy hasta tu lado
sobre esa larga pasarela de deseos;
mas este mar de silencios y calmas
va horadando poco a poco mi alma,
colocando otra vez sus orillas más lejos.

La suave brisa es mensajera y aliada
que acude mansa hasta mi lado,
viaja sobre este mar de las miradas
llevando entre sus brazos tu sonrisa,
obsequiándome el aroma de tus labios.

Está la vieja barca repleta de deseos
y la traíña calada en torno a ella;
guiña la tarde a la noche sus destellos,
en tanto, busco al horizonte el punto bello,
tú, la más hermosa y reluciente estrella
de las septentrionales hijas de Perseo.

Puente de luz  recorre la mirada
recreando tu imagen, niña virgen;
te veo en esas rías, mariscadora,
dueña de los destinos que el mar rige,
larga melena al viento que el sol dora,
buscando el fruto de las rocas con la raña.

Besar con la mirada tus límpidas pupilas
es recompensa que hallo en la distancia,
pues aunque a verte mi mirar no alcanza,
mi onírico viajar de sueños y añoranza
me acerca más a ti al discurrir los días.

Perdido en este mar de las miradas,
sin esperanza busco una nueva ruta,
la senda de libertad insoluta,
que es, más que gravosa, impuesta carga,
y este vivir sin ti arduo y doloso  pago.

Cuando me agota la fatiga de tu ausencia
miro a la lejanía aguzando los sentidos,
y siento despertar mi corazón dormido
si la brisa marina, puente de amor y sal,
traslada hasta mí tu exquisita presencia.

Oníricos los sueños, como lazos y lianas
te atan a mis noches; cual musas desveladas
se acercan a mi lado, bellas enamoradas,
recitan sus poemas entre las blancas olas,
el murmullo del mar y el canto de gaviotas.

Desde esta orilla que se llama Córdoba
miro a Melilla en amoroso abrazo;
fundido amor en ese mar de las miradas
donde se cogen de la mano dos hermanas
unidas por un mar de azul y sal pintado
una mitad, y otra mitad verde olivar,
culto bajel surca el legado de la Historia.

Del libro “Córdoba es poesía”, modificado por el autor para hermanar a Córdoba y Melilla en fraternal abrazo. Melilla fue taifa integrada al Califato de Córdoba (s. X) 


Yo no sé si es fingido

¿Qué será lo que tienen tus ojos airados
que miran a otro lado cuando yo los miro?
…Y ¿por qué cuando busco ponerme a tu lado,
tú, con andar sigiloso, cambias de camino?

Yo no sé si es fingido o me lo parece,
y quisiera que hablaras conmigo como hablas con otros;
sin dejar de reír, sin dejar sobre mí tus silencios angostos;
leyendo en mis labios las frases  que  callé tantas  veces.

Ahora te aproximas, cuando me has quitado
las ganas de ti, de hacerte más que amiga;
de que veas en mí esa soledad que tú me has dejado.

Me sería y es  indiferente que ahora vengas y digas
que pasan los días, hay malentendidos, tiempos olvidados…
Porque los olvidos, las indiferencias, nos quiebran la vida.

De Álbum de otoño, inédito.


Enrique Francisco Sánchez Campos es delegado permanente de Poesía de la Unión Nacional de Escritores de España, y está galardonado con la Medalla de San Isidoro de Sevilla.