Un hotel y sus sábanas. Si las sábanas hablaran, si
pudiesen contar la historia de lo que han dormido entre ellas, pasaría
esto............sígueme:
Se aferraba a la nada, mientras sus lágrimas sin esperanza
corrían por su cara, sus ojos gritaban lágrimas y más lágrimas. Las lágrimas se
hicieron tan fuertes y tan grandes que no tardaron en bañar todo su cuerpo, en
empapar las sábanas. Era como si todas las penas a la carrera luchasen por
salir, era un mar de ingratitudes, de agotamiento, de caer en la nada, se
mezclaban dulces y saladas, mientras tanto, las preguntas iban y venían de su
cabeza, con menos fuerza, cada vez más agotada, cada vez más cansada, más
apagada. Tanto tiempo, mucho tiempo, se había ido y ella seguía allí, en un
limbo infinito y en el que a veces sonreía. Quedó atrás la vida, jamás tuvo ese
hijo, ya no podía, nunca a ese hombre, ya no existía, sin trabajo, enferma, al
día siguiente se engalanaría y se taladraría una sonrisa que pintaría de rojo
sublime. Todos comentarían su esbelta figura, mientras ella la pasearía de
manera fantasmal cumpliendo su papel.
Ya no le gustaban las personas, demasiado malas, había
aprendido, al árbol caído lo encendían con una cerilla y hacían correr el fuego
por sus ramas, lo calcinaban, lo secaban, lo destruían.
Debía fingir, para no ir a la hoguera. Su elegante cuerpo
hacía mucho que dejó de soportar tanto maltrato. Se aferró a las sábanas,
sentía escalofríos, ella no pidió ser niña para criarse en la oscuridad de los
gritos, para vivir en un continuo ataque, no pidió ser mujer, ni siquiera
nacer, pero una vez aquí... ¿Por qué no entraba un soplo de vida?
Qué suaves aquellas sábanas, cómo le gustaban, ojalá se
parase la noche y no amaneciera. Allí se sentía bien, acostumbrada a vivir en
su ocaso. Una vez, la vida fue generosa con ella, cada noche era tanto el miedo
a perder su dicha, que rezaba por conservarla, noche tras noche rezaba, así
durante una noche de cinco años, pero también se fue, su único tramo dulce,
desapareció.
En aquellos momentos tenía sueños, esperanzas, vida, ahora
seguía aferrada a aquellas suaves sábanas de seda blanca. Mientras esperaba el
momento de disfrazarse y hacer su papel, le salía tan bien, era tan coherente.
Se dio cuenta, sus ojos de tanto llorar y llorar se estaban secando, sus
pestañas se caían, de una en una, de dos en dos y hasta de tres en tres, pero
no le importó, nada le importo, volvió a la nada... No quería existir en ese
mundo tan salvaje, tan caníbal, le bastaba un rincón para ir apagándose poco a
poco, ya nada podía hacer con sus equivocaciones. Se levantó tantas y tantas y
tantas veces, para terminar contra el suelo, que se dejó caer, tal vez en el
fondo, muy al fondo, más allá, esperase un milagro o arder para siempre.