El árbol de la vida

Relato de Hasbia Mohamed

Si, hablaban de espiritualidad. Ayer, mientras me tomaba una manzanilla de sobre, si, de esas industriales ¬se ha perdido la tradicional, quizás, porque es mejor venderla como calidad y más cara que un café natural.¬ Como decía, oí hablar de la espiritualidad. De esa espiritualidad que quién sabe por qué confunden solo con religión, oración, Dios. Al primer sorbo me quemé los labios, la lengua, y el esófago hasta llegar al estómago donde comencé a digerir el amarillo líquido azucarado.  Lamí mis labios, limpié las lentes e incluso sacudí mis orejas ya cansadas de lo oido.  Saqué de mi bolso de piel curtida por unos negros que se buscan la vida,un libro. Era curioso. Está dedicado: ¬ "Para mi amiga con todos mis respetos. Valencia 20 de noviembre del año 5777, firmado: PB.¬ Me sorprende, es día 5 de abril del 2017, pero continúo leyendo.

"Hacía tres largos e interminables días que caminábamos desde que salimos de nuestra destruida casa, que se encontraba situada en la colina cercana a la carretera que discurría entre Hoz de Jaca y el Pueyo de Jaca. No recuerdo cuantas fueron las horas que caminamos, pero fueron muchas y en realidad, no podría decir porque lo estábamos haciendo. Huíamos porque todos huían. Solo sé que delante y detrás de nosotros, grupos de hombres, de niños y mujeres caminaban en dirección hacía el norte. Al menos eso me dijeron cuando pregunté a un anciano que pasó junto a nosotros, apoyando sus pasos en una mugrienta muleta. Era la única forma en que podía caminar aquel hombre, pues iba arrastrando una de sus piernas llenas de heridas y de sangre que traspasaba lo que quedaba de los vendajes que algún médico le había puesto. Le encontramos...". 

Cuando de pronto, uno de ellos, de las nueve personas sentadas alrededor de aquella mesa que no se veía las esquinas, ni tan siquiera que era de mármol, alzó la voz reivindicando su verdad, su oración a todos los ángeles y arcángeles, a Dios, su Dios, el único Dios. Deje de leer. Entendía perfectamente la defensa de aquel hombre, como también entendía la de los demás.  Dios, y nunca mejor dicho, no por nada, sino por el tema que se abarcaba sabe por qué les entendía. Cada cual defendía su religión.

Aún tenía mi libro entre mis manos, lo deje caer sobre mis rodillas, encendí un cigarrillo con el encendedor Cartier de plata de algún despistado que no me lo pidió cuando me lo dejó. Un rayo de luz sobre el metal cegó mi ojo derecho obligándome a un guiño que receptó una pequeña y rubia mujer que había entre tantos hombre. Cojeaba del lado izquierdo. Entendió que le daba la razón a sus argumentos y me sonreía. Le devolví la sonrisa, pues, con tanto barullo entre conversaciones cruzadas y todos acalorados buscando el reconocimiento de su verdad, yo no definia las palabras de cada cual. Pobre mujer, siguió discutiendo y con más fuerzas.

Seguí con la lectura, no, sin antes recordar la dedicatoria y me pregunté ¬ Yo, ¿ qué soy? ¬Sí, me lo he preguntado y muchas veces. También me pregunté si, el autor de la dedicatoria, era un loco o padecía de alzheimer. El libro está recién editado, y su autor, un hombre de facciones suaves, más de mujer atractiva que de hombre o de un niño bueno y guapo de baja estatura. Tenia unos ochenta años. Cuando hable con él, no hace muchos años, era muy coherente en sus comentarios. No me pareció enfermo. Su tez era lozana. Muy educado y bien vestido, aunque no de ropas caras pero bien combinadas. Su gorra con ala de frente le daba especial elegancia, también de un gran intelectual. Le admiraba, nada que ver con los tertulianos a los que escuchábamos, mas mal que bien, y no dábamos credibilidad.

Si, el autor yo estábamos de acuerdo. La espiritualidad, para mí, para él, es un don, ese acto que se hace cuando una persona te necesita. Sin pedir nada a cambio, sin condición, sin pensar en cobrarlo con otro favor, sino, que lo haces de corazón, con el alma, como si fuera tu propia sangre, por tu bien, por tu salud mental y física, por tus valores. No es solo el de invocar a los ángeles y arcángeles para que te ayuden hacer lo que puedes hacer.

No sé qué diablos, dioses y planetas, se cruzaron en las mentes de estos tertulianos que defendían su verdad. Retome la lectura del libro y el epílogo decía: " Esta novela, la he escrito en tierras españolas, en tierra de Separad en donde nací hace ya muchos años y en donde resido en la actualidad junto a mi esposa, mis hijas, mis nietos y bisnietos, que han sido los últimos en llegar a nuestra tierra prometida. He tardado en escribirla cincuenta días, y la he terminado hoy día 15 del mes de enero del año de cristo de 2008, siendo a su vez, el octavo día del mes del Sabbat del año 5777 del calendario Judío." 

El epílogo disipó todas mis dudas. Sigo siendo la que soy, con mis defectos y con mis virtudes. Y el autor del libro, este amable y educado Judío, ha bebido del amargo charco de aguas putrefactas, de tierras de nadie. Un hombre que calla y escucha a necios defender sus verdades, ¬¿qué verdad? ¬. Lo tienen todo y siempre lo han tenido, al menos una tierra donde decir que es su tierra, la de sus abuelos, bisabuelos y tatarabuelos. Los judíos han sido desterrados de todo el mundo, sin tierra durante muchos siglos, exactamente 5777 del calendario judío. Y este autor, este hombre, murió tranquilo, puedo dejar escrito que sus bisnietos dirán cual su tierra. Pueden decir que tienen una tierra, esa tierra prometida, esa tierra que se encuentra en la región levantina donde nacieron y viven cuatro generaciones. Un hombre muy espiritual, tanto religioso como ese don del alma. Tan espiritual como esta cita: " Cuando hagas algo noble y hermoso y nadie se de cuenta, no estés triste. El amanecer es un espectáculo hermoso, y sin embargo, la mayor parte de la audiencia duerme todavía" (John Lennon). 

Este es mi homenaje al escritor y poeta fallecido Francisco Bellido. Un alma puro que encontró su tierra prometida en Castellón. In memoriam.

Titulo de esta narrativa obtenido de su libro, "El Arbol de la Vida".