Odisea a A A-Libertad (En busca de la esperanza perdida)

Relato de Jorge Moya Olcina Año 2223.

Mes 32 desde el comienzo del Gran Embarque.

Posiblemente, a medio camino sideral entre el planeta Tierra y nuestro próximo destino, A-Libertad…

Siguiendo las instrucciones de nuestra venerada líder, la canciller Ingrid Ritcher, respaldadas todas ellas por el vicepresidente primero Joaquín Boig, ambos pertenecientes al gobierno del NOMN (Nuevo Orden Mundial de las Naciones), me dispongo a escribir este diario de travesía, una especie de cuaderno de bitácora. «Intentad narrar vuestras vivencias cotidianas; describid vuestras experiencias y vuestro estado de ánimo durante el viaje», nos dijo Ritcher. También añadió: «Queremos que lo plasméis todo: tanto los miedos como las alegrías. Que vuestros dedos, a través de las teclas e iconos de la pantalla holográfica, transmitan las emociones y los sentimientos que experimentéis. Pero con sencillez». «Y no os olvidéis de la esperanza», apuntó por último el otro, el vicepresidente Boig.

La esperanza. ¿Por qué nombraría esa palabra, ese concepto? ¿Acaso piensa que la hemos perdido y espera que, al recurrir a él, a ese grafo de nueve letras, la recuperemos? ¿No será que, a veces, es la esperanza la que se olvida de nosotros? Porque nosotros, los humanos, siempre estamos ahí, dispuestos a no dejarla marchar.

Nuestros buenos guías mundiales piensan que este ejercicio de escritura quizá signifique una clase de bálsamo para todos los que hemos tenido la ¿suerte? (porque no estoy seguro de que seamos realmente afortunados) de viajar en estos vehículos autónomos hasta el que se supone que será nuestro nuevo hábitat, mundo o nueva realidad o como queramos llamarlo.

Y es que el viaje se antoja que va a ser largo. A ciencia cierta, no se sabe cuánto. Ni siquiera los expertos se aventuran a poner una fecha.

A pesar de que los matemáticos, físicos y astrónomos han establecido la trayectoria a seguir, se supone que correctamente, nos dicen que incluso así la duración del periplo depende de una gran variedad de factores, como pueden ser: las más que probables y temidas tormentas estelares; el esquive de restos dispersos de basura espacial; o el hallazgo feliz de una nueva galaxia habitable, o quizá tan sólo un planeta que hubiese escapado a los sistemas de detección de los expertos por encontrarse más allá de la luz cegadora de alguna estrella enana, entre otras causas, y que obligue a ralentizar nuestra marcha con el fin de que dicha galaxia sea estudiada.

Sea como fuere, comenzaré exponiendo los antecedentes del porqué este viaje para explicar mejor el estado de realidad en que nos encontramos, con el objetivo de que el texto sea entendido. Así pues, comienzo:

Hace más de ciento cincuenta años —a mediados del siglo XXI—, allá por el lejano 2060, nuestro antiguo mundo se hallaba dividido en continentes y estos, a su vez, integrados por países. Mis antepasados vivían en uno de estos territorios llamado España, que constituía una península lanzadera perteneciente al continente Europa. Diferentes movimientos socioeconómicos y políticos dieron lugar, en un periodo inusualmente corto de tiempo —unos cinco años— a la desintegración de las fronteras de muchas regiones de ese país llamado España y del resto de continentes, a la misma vez que, paradójicamente, se fue conformando una gran unión de naciones con los antiguos y los nuevos estados disgregados. De esta unión de países resultaría el NOMN.

Como consecuencia, antes del Gran Embarque, el orden ejecutivo en la Tierra estaba representado por un solo gobierno mundial del citado NOMN. Del mismo modo, el NOMN se dividió en cuatro regiones que abarcaban elementalmente a los nuevos estados del planeta, por muy diferentes que fueran en cuanto a sus costumbres, lengua y tradición. Las áreas se establecieron única y exclusivamente por su proximidad geográfica. Es decir, más de lo mismo. Esas regiones básicas eran: Norte-Este, Norte-Oeste, Sur-Este y Sur-Oeste, respectivamente. En fin, cambiar por cambiar, para que parezca que los gobernantes trabajan por nosotros (no sé si debiera escribir este tipo de expresiones. Nuestros dirigentes, los expertos que los asesoran y los colaboradores profesionales de opinión hablan de libertad de pensamiento, pero lo cierto es que cada vez estamos más censurados y, lo que es peor, autocensurados y oprimidos por sus leyes y por las palabras, falsas y supuestamente inocuas, con que se les llena la boca. Creo que me he pasado con esta última cita. Bueno, si han de llamarme la atención ya lo harán).

Sigo.

Debido a un pacto, cada cuatro años el NOMN es dirigido y administrado de manera alternada por los líderes de los únicos cuatro partidos políticos existentes en todo el globo terráqueo, establecidos con los sencillos nombres de: Alfa, Beta, Gamma y Omega. Pues bien, nos encontrábamos en el ecuador del mandato correspondiente a la líder del partido Omega, la citada señora Ritcher, cuando vino a suceder el fenómeno denominado por los medios de comunicación como «Incidente-Accidente».

Todo ocurrió de la noche a la mañana, sin que la población civil nos percatáramos de lo que pasaba, ni lo intuyésemos siquiera (bueno, en honor a la verdad diré que hacía tiempo que algo imaginábamos, aunque no queríamos asumirlo pues nos asustaba demasiado el hecho de reconocerlo). Y es que las noticias nos avisaban, desde hacía más de año y medio, de que más allá de la constelación de Hipatia una gran roca del tamaño de nuestra Luna había atravesado la atmósfera del planeta M14 —rozando la superficie de este—, situado a tres (3) años luz del nuestro, como aquel que dice «a un tiro de piedra» (expresión utilizada en la antigüedad) para la certeza del entorno espacio-tiempo del cosmos.

He de decir que los habitantes de M14 —una especie humanoide similar a la nuestra (nos descubrimos mutuamente, por casualidad) con la que manteníamos contacto desde tres décadas atrás— nos avisaron del peligro inminente que amenazaba la estabilidad de la Tierra, pues esa misma roca que pasó arañándoles seguía su inexorable camino hacia nosotros a través del espacio sideral. La simple estela de fuego del agresivo cuerpo celeste trastocó el medio ambiente y el clima del planeta vecino, sumiendo a toda su superficie en un crepúsculo perenne, con lluvias diarias que comenzaron a anegarlo todo, mezcladas con altísimos porcentajes de humedad que convirtieron el estado de su aire en sofocante e irrespirable. Un tercio de su población, compuesta como la nuestra por unos veinte mil millones de habitantes, y casi la totalidad de la flora y fauna de sus continentes no aguantaron ese cambio tan drástico y murieron. Y lo más terrible de todo es que todas las predicciones de M14 indicaban que la trayectoria del astro fugaz y asesino lo dirigía derecho hacia nosotros. A un impacto frontal e inevitable.

Nuestros gobernantes nos emplazaban a ser precavidos, pero en absoluto a estar preocupados. Y menos aún preparados.

Cada día podíamos apreciar en las pantallas en 6DG de nuestros hogares la velocidad con que ese proyectil cósmico se aproximaba a nuestro amado planeta Azul. Sin embargo, y según los líderes del momento, para nada debíamos alarmarnos. Decían que, por si acaso, irían estableciendo un plan de acción, una especie de hoja de ruta en el caso de que la inercia provocada por su estela al pasar cerca de nosotros (pues siempre se negó la posibilidad del impacto) hiciera cambiar el clima, o incluso algo más grave como era el funcionamiento normal del campo magnético terrestre. Situaciones y conceptos que escapaban a nuestra corriente credulidad. Como digo, quedaba todo tan lejos…

Hasta que llegó el día.

Una mañana nos levantamos con la prudencia de conocer qué podría pasar en las próximas jornadas (la reciente e inesperada destrucción total de Saturno nos dejó perplejos). «Guardemos prudencia en los días sucesivos…», ¡ja! Eso decían las noticias de los telediarios, dictaminadas por los expertos; la realidad fue bien distinta sin embargo, pues esa misma noche recibimos la inesperada orden taxativa de hacer un exiguo y apresurado equipaje y de acudir a primera hora del día siguiente a la Gran Explanada habilitada en diferentes estados para proceder, se suponía que ordenadamente, al citado Gran Embarque.

Nos evacuaban de la Tierra.

Los jóvenes y las familias con niños fuimos los primeros, es decir, aquellos que en un principio estábamos en condición de mantener con garantías plenas, o al menos algo más favorables, la especie humana. Los ancianos serían los últimos en subir a bordo de los vehículos intergalácticos, a la espera de la llegada de nuevas naves individuales procedentes de la industria de los países de la región Norte-Este. Se llegó a anunciar por el Gobierno del NOMN la inminente fabricación y llegada próxima a las cuatro regiones de cientos de miles de esos vehículos con el fin de embarcar a nuestros mayores, pero lo cierto es que todo el mundo dudaba de dicha promesa de salvación. La cruda realidad política de planificación se reducía a que las personas que representaban la experiencia y el sacrificio de toda una vida quedaban relegadas para el final. ¡Cómo pudimos ser tan egoístas de no protestar! Estábamos aborregados y, para nuestro injustificable descargo, puede también que cegados e inmovilizados por el miedo a no poder proteger a nuestros hijos.

Cada joven familia recibió la información, a través de sus comunicadores interpersonales, de qué nave le sería asignada para abandonar nuestro hogar. Nos enviaban, a una amplia selección de los habitantes de la Tierra, a otro planeta descubierto tan sólo cinco años atrás por los científicos: un astro con todas las condiciones ideales para el desarrollo de la vida, pero del que desconocíamos en absoluto su aspecto: las imágenes de la nave Explorer XXIII, programada para aterrizar en su superficie, no retornaron a tiempo a la Tierra para ser estudiadas y analizadas por el COTED (Comité Técnico de Expertos del Descubrimiento). Así que ahora vamos «un poco a ciegas», según palabras textuales de la canciller Ritcher y el vicepresidente primero Boix (o muy perdidos, según el parecer del resto de ciudadanos).

Pues bien, aquí me encuentro yo, hoy y ahora, acompañado por mi mujer y mis dos hijos, de trece y nueve años de edad cada uno, viajando junto a otros dos mil millones de transbordadores familiares que nos acompañan a nuestro alrededor como si de una plaga cósmica de insectos se tratara, surcando el espacio sideral en una N2900-UNO4 (Nave número 2900, perteneciente a la Unión Norte-Oeste, para 4 miembros familiares). Debemos memorizar el nombre, estamos obligados a ello, siguiendo las pautas propuestas por la ENOMSS (Excelente Nueva Organización Mundial de Seguridad y Salud), cuyo objetivo es hacer que lleguemos sanos y salvos hasta el destino indicado, el planeta habitable con el nombre impuesto por los científicos, por consejo del Gobierno, como A-Libertad.

Este es el estado actual. Seremos los primeros humanos de una nueva era. Los primeros en colonizar nuevas tierras allende nuestra galaxia, como ya ocurriera en aquellas lejanas épocas de descubrimientos allá por los siglos básicos XV y XVI de la historia de nuestra especie como habitantes de la hermosa y añorada Tierra; o de aquellos primeros viajes por el espacio más cercano de nuestro Sistema Solar, con los Sputniks y Apolos, de los antiguos soviéticos y americanos (pueblos existentes hace doscientos años. Ahora extintos o, mejor dicho, mezclados).

Después de aclarar las circunstancias y los hechos que rodean y afectarán sin duda a nuestras vidas en un futuro inmediato, me dispondré sin más dilación a llevar a cabo lo que se me ha encomendado hacer. Me refiero a expresar mis emociones, dudas y miedos, el objetivo real del encargo. Mi mujer se encuentra en este momento haciendo un tanto de lo mismo. Los niños menores de dieciséis años están exentos de ello.

Mucho ha sido el tiempo del que he dispuesto para pensar sobre las cosas en general, y sobre nuestra situación en particular. Tras treinta y dos meses (32) de navegación intergaláctica, he llegado a la conclusión de que estableceré mi trabajo de descripción de mis sentimientos, estado de ánimo o como se quiera llamar, enumerando una serie de máximas y explicando brevemente cada una de ellas. Puedo estar equivocado o no, pero será, simple y llanamente, mi opinión. Las intentaré resumir en siete ideas, por poner un número, una limitación.

Limitación.

Palabra ésta tan de moda en los años, meses y días previos al Gran Embarque. Limitación de movimientos y limitación de pensamiento para saber por dónde andamos, por dónde nos movemos. Todo dirigido hacia un único fin. Nos hacen creer que somos creativos y libres; pero, de libres nada, ya que hace tiempo que todo el mundo solo habla de la misma cosa. La única. O casi. La que obligan a que nos aparezca por todas partes. Hasta en la pasta hidrolizada. Absolutamente todas nuestras actividades fueron —y están— orientadas por eso que he contado antes, y que los informantes «oficiales» quedaron en llamar con el título, en cierta manera redundante, de «Incidente-Accidente». Creo que ha llegado el momento de aclararlo.

El Incidente hace referencia al Gran Meteorito que pasó astillando la superficie de M14, y el Accidente propiamente dicho fue la pésima capacidad de previsión y reacción de, absolutamente todos, los gobiernos federales constitutivos del NOMN en la Tierra. Y es que llegaron demasiado tarde a todo. Ese fue realmente el verdadero drama, el accidente: la respuesta tardía.

Treinta y dos meses confinada una familia con dos niños en esta nave de traslado de apenas cuarenta metros cuadrados es demasiado tiempo. Aunque sabemos que el espacio y el tiempo son relativos. Viajamos aislados a una velocidad cercana a la luz, por lo que parece que, en medio de la negrura del cosmos cuajado de estrellas, estemos siempre en el mismo sitio. Aún queda un mundo para llegar, no se acerca el momento de atravesar el entorno de Alfa Centauro (a 4,3 años luz de la Tierra). A-Libertad está muchísimo más allá. El universo parece tener siempre el mismo aspecto visto desde cualquier punto y mirando hacia cualquier dirección, a pesar de encontrarse en continuo movimiento de expansión, tal y como supuso el ruso Alexander Friedmann a principios del siglo XX, yendo más allá de las teorías de Einstein.

El hecho de estar rodeado de las mismas naves, las otras donde también viajan nuestros vecinos y familiares, da esa sensación de similitud. La visión siempre es la misma. A mis hijos hace semanas que no se les cae de la boca la pregunta de «¿cuánto falta para llegar?».

Están desesperados, se les nota, aunque ellos lo llevan mejor que los adultos. Infinitamente mejor. Tenemos la sensación de que necesitan libertad de movimientos al aire libre, pero he podido observar que los niños se adaptan con una capacidad pasmosa a situaciones adversas. Tenemos mucho que aprender de ellos.

El tiempo transcurre de manera implacable, pero en el cerco limitado de esta gran habitación de acero clase 3M, de fibra de vidrio y carbono, parece haberse detenido de repente desde que despegamos. Quieto y en movimiento. Rápido y a la vez lento.

La relatividad de las cosas. Las teorías científicas dicen que si ahora nos encontrásemos las personas que estamos en esta posición del espacio respecto a la Tierra, con otras que salieran días después que nosotros y que, por consiguiente, estuviesen más próximos a la gran masa terrestre, entonces ellos serían más jóvenes (para todas estas personas —nosotros y ellos— habría transcurrido, en principio, el mismo tiempo, mas la proximidad de las masas —según Einstein— hace que esta cuarta dimensión sea relativa y fluya, variando su magnitud).

De nuevo mi impresión inmediata de las cosas me confunde. Divago. Me desvío. A esto me refiero: cuando intento concentrarme para realizar una acción, al no encontrarme solo —comparto, como ya he dicho, esta estrecha nave con mi hija, mi hijo y mi mujer—, la mente me juega malas pasadas y me aleja del camino que quiero seguir. Así no hay manera. Mis pensamientos me acechan constantemente. Temo a la noche porque en su oscuridad y en su silencio me quedo a solas conmigo mismo. Si dejo volar mi mente, en cinco minutos puedo meterme en un jardín laberíntico y tenebroso. Así que lo mejor es salir del rompecabezas de altos setos invisibles.

Volviendo al objetivo de este ejercicio, me centraré en esas frases que he llegado a pensar. Sin más preámbulos diré que la primera es (por cierto, por si no lo he anotado antes, el orden de aparición puede ser cualquiera; de manera que, la última sentencia puede ser la primera, y viceversa. Ninguna es más importante que otra):

1.- El hombre es un animal que tropieza dos veces en la misma piedra. No aprende de su pasado. Creo que por dos razones principales: porque es tan ignorante que no conoce la Historia, o porque no le interesa en absoluto tener memoria. Pondré un ejemplo. Hace unos trescientos años, un tirano alemán de origen austríaco quiso invadir un vasto país llamado Unión Soviética. Fracasó en su intento porque no aprendió nada de lo que ocurrió en esa misma nación, más de cien años antes, con las tropas de otro orgulloso militar francés nacido en Córcega. Ambos perdieron sus ejércitos, atrapados con uniformes de verano en el gélido invierno del corazón de Rusia (Francia, Alemania, Austria, Rusia…, países ya desaparecidos como la España de mis antepasados). El austríaco fue un tal Hitler, y el de Córcega un general de apellido Bonaparte. Al creerse engañosamente poderoso, el primero obvió la aciaga experiencia de su antecesor. Pobre ignorante. Y nosotros, así como el tirano germano, nos olvidaremos de nuestras actuales estrecheces cuando hayamos pasado tan solo dos meses en el nuevo destino, si sobrevivimos a esta aventura, claro está. Las promesas de amarnos más, de hablarnos más, de abrazarnos todos después del confinamiento en las naves, quedarán incumplidas y lejanas cuando volvamos a nuestro «productivo» ajetreo de lo inmediato y cotidiano. A esto me refería. Creo que el hombre es de memoria volátil e interesada, puede que por idiotez o por defensa de nuestra salud mental, no lo sé. Pero también hay quien deja plasmadas esas historias, y las estudia, para que no sean olvidadas. Me quedo con esto último. Tengo fe en ello.

Perdón, un momento… Vaya…, mi analizador de opiniones propias facilitado por el Gobierno del NOMN me acaba de mostrar un mensaje apremiándome a ceñirme a pensamientos de Esperanza. ¿Acaso terminar escribiendo el anterior pensamiento con la ilusión y el deseo de que nuestra historia no sea olvidada no es ya de por sí esperanzador?

Lo intentaré mejor con el siguiente:

2- Nadie está contento con lo que tiene, y siempre se busca mejorar, para bien o para mal. Cuando trabajaba como ingeniero de infraestructuras para el Comité de Movilidad Interestelar mi responsabilidad era enorme y mi jornada laboral más ancha que el cinturón de Orión. Entonces soñaba con tener un horario fijo. Más tarde, cuando conseguí el cargo de funcionario de Asuntos Estelares Internos me aburrí de las ocho horas frente al panel holográfico. Y al marcharme definitivamente de aquella sala de control para perseguir mi sueño de impossible stories copywriter (lo que antaño se conocía con el denostado, y abandonado hoy en día, nombre de «escritor» a secas) la incertidumbre de ingresos y futuro era tal que por las noches me veía de nuevo, entre sueños, envuelto en la seguridad engañosa de un sueldo estable entre máquinas constructoras. Mi conclusión es que lo importante es perseguir metas que nos gusten, establecernos propósitos, por pequeños que sean, y disfrutar del viaje. Aunque, por otra parte, si te gusta donde estás y así como estás, ¿para qué cambiar?, ¿por qué se nos insta y se nos aboca constantemente a salir de nuestra «zona de confort», como si fuésemos vagos y conformistas? Sea como fuere, en la medida de lo posible, intentemos disfrutar de las pequeñas cosas que nos ofrece el presente.

3.- Sobrevalorar el concepto «Actitud» como factor necesario y multiplicador puede ser peligroso. Nuestros líderes nos abordan con mensajes del tipo «La experiencia y el conocimiento suman, pero la actitud multiplica. Así pues… ¡tengamos una actitud positiva!». Y yo me pregunto ¿qué pasa cuando la actitud positiva no te acompaña? En palabras más simples: ¿qué pasa cuando no estás animado o no te sientes con la energía suficiente para, según otra expresión en desuso por su antigüedad, «tirar del carro»? La actitud positiva no se consigue simplemente dibujando una sonrisa en tu cara y pensando que, con ese gesto, la predisposición invadirá todo tu ser como por arte de magia. Y es que, a veces, hay que reconocerse triste y en horas bajas.

Y no pasa nada.

Absolutamente nada.

No hay que avergonzarse por ello. Todo lo contrario. Incluso puede llegar a ser sano el saberse frágil y vulnerable, cual protagonista de tragedia griega. Y a mucha honra. A veces, por desgracia, sin tragedias no nacerían historias extraordinarias; aunque, no obstante, al día siguiente y tras dejarse hundir, hay que levantarse, vaya que sí. Esa es la otra parte ineludible e irrenunciablemente necesaria: la del renacer, como el Fénix.

E imagina que tus lágrimas son como las gotas de una lluvia de septiembre resbalando por tus mejillas. Esa es, repito, la siguiente tarea. Somos y debemos reconocernos tan increíblemente grandes y bellos que somos capaces de ello, de salir de ese estado de abatimiento y volver a construir nuevos proyectos.

(Por cierto, hablando de lágrimas y lluvia, ¿volveré a sentir su caricia en mi rostro? ¡Y pensar que antes odiaba salir de casa cuando llovía! Ahora anhelo empaparme bajo la tormenta…).

4.- Todo pasa, nada permanece. Ni siquiera este Universo, que en determinados momentos parece tener siempre el mismo aspecto, se mantiene inalterable. Se encuentra en continua expansión, como ya he señalado antes. Es lo primero que enseñan a los niños hoy en día en los CEPEC (Centros de Enseñanzas Primarias Einsteinianas&Cuánticas). Según propuso el astrónomo Hubble en 1929, la velocidad con la que se separan las galaxias es proporcional al espacio que hay entre ellas, es decir, a más espacio entre sí más velocidad de avance en la expansión.

Nada es para siempre. Todo cambia, todo llega y todo pasa. Sabes que vendrán tiempos mejores… o peores. Esto mismo ya lo decían dos antiguos sabios, tan dispares entre sí en la temporalidad y en sus creencias, llamados Aristóteles y Santa Teresa de Jesús. Y es que también, este viaje actual de ahora que parece eterno llegará a su fin de una manera u otra: estallando en mil pedazos o encontrándonos un día descendiendo por las escalerillas de nuestra N2900UNO4, pisando el suelo de A-Libertad, dispuestos a forjarnos todos, hombres y mujeres del planeta Tierra, un nuevo presente. Nos volveremos a abrazar, a besar y a pensar en un posible futuro conjunto con todos los demás vecinos de las otras naves que no vemos cara a cara desde hace treinta y dos meses. Necesitamos del futuro, o la idea de ello, para sobrevivir al presente si se presentan bastos. «Bastos», he de buscar de dónde viene esta expresión que sólo mi bisabuelo utilizaba. Sé que tiene que ver con cierto juego ancestral de pequeñas tarjetas con dibujos impresos, llamadas «cartas», que quedó relegado al olvido por llevarse a cabo con objetos materiales que nos hacían pensar y memorizar. Actualmente, la distracción por ocio está dominada por realidades virtuales inventadas. Hace dos siglos comenzaron a llamarlo Metaverso. Nuestro presente marcará el futuro de los que vienen detrás de nosotros, de las nuevas generaciones.

5.- La sensación de seguridad es volátil y pasajera. Se nos dice que somos poderosos, que si nos lo proponemos podremos conseguir lo que queramos y, entonces, nos sentimos seguros de nosotros mismos. Pues yo creo que no, que no somos poderosos. Nos CREEMOS poderosos y seguros. Y esa sensación o creencia de poder nos lleva, paradójicamente, a establecer rutinas, rutinas en el día a día, y esas rutinas inculcan en nuestro cerebro una sensación de seguridad, de invariabilidad de la situación conocida. Y, sin embargo, todo puede cambiar en un segundo. Ahora tienes algo y al rato lo has perdido. Lo único cierto y seguro es el instante actual. Y a veces ni eso.

Haciendo un inciso en mis escritos, acabamos de conocer la terrible noticia de que algunas naves de la clase N—UNO4 que nos precedían han caído bajo una terrible lluvia de meteoritos descontrolados y sus ocupantes, familias enteras como la mía, han muerto. Los proyectiles de la pasada desintegración de Saturno han atravesado el espacio en todas direcciones, impactando entre sí, haciendo que miles de asteroides se hayan dispersado por el cosmos como una especie de pandemia, hasta alcanzar un gran número de ellos nuestras posiciones. No sabemos a ciencia cierta si también mi familia y yo seremos desintegrados en un momento dado por estas partículas tan mortíferas como virus desconocidos.

Desconocemos qué nos deparará el futuro cuando lleguemos a la constelación de Argón, el peor escenario. Esta incertidumbre es mortal. Pero sólo sufriendo cuadros de ansiedad —y superándolos—, tendremos la absoluta certeza de que, por suerte, son pasajeros. Siempre, tras la tormenta, vuelve la calma… y la esperanza.

6.- Cuando el aerotransbordador de tu vecino veas romper, pon el tuyo a proteger. Esta frase es una adaptación a nuestro tiempo de otra, perteneciente a un inventario extensísimo que los antiguos denominaban «refranes». Aparece en documentos de hace por lo menos tres siglos. Creo firmemente que su esencia sigue vigente, aunque esta máxima no se suele practicar, lo cual es un error imperdonable, pues su desconocimiento nos ha llevado a esta situación.

Para nuestro estilo de vida, nuestra existencia más inmediata, nuestro día a día de prisas e inmediateces, el planeta M14 (aquel hábitat vecino del que he tratado antes) quedaba muy lejos. No nos incumbía. Y esa razón, más la negación de lo evidente, nos llevó a pensar que «eso, a nosotros, no nos va a pasar. Qué va, hombre, que no», como contestó Boig a aquel periodista.

No creímos en los avisos de las gentes de M14 cuando aquel cuerpo celeste invadió su atmósfera. Creíamos que ellos, allá por el oriente del cosmos, no estaban preparados y que no tenían la tecnología necesaria para hacerle frente. Y lo creíamos por el convencimiento de nuestra supuesta superioridad como parte de la galaxia occidental, más desarrollada, más abierta y más transparente. Como digo, supuestamente.

Nuestra líder y sus ministros nos hicieron creer que el problema era, en ese preciso momento, de ellos, de los habitantes del lejano M14, que a nosotros no nos llegaría. De modo que no prestamos la atención debida a las circunstancias de nuestros «vecinos». Y así nos fue poco tiempo después.

Es hora de hacer un descanso en la tarea estática. Dejaré por unos minutos de escribir. Mi familia y yo debemos realizar los ejercicios físicos establecidos por el MEFOB (Ministerio de Educación Física Obligatoria para el Bienestar), organismo perteneciente a la ENOMSS del NOMN.

(Pausa).

Ahora sí, después de sesenta minutos de ejercitar piernas, brazos y corazón, continúo con mi redacción. Insisto en que el orden de las frases, o máximas, puede ser cualquiera. De hecho, para mí, lo que voy a decir a continuación bien podría ocupar el primer puesto. Lo enuncio:

7.- Hay que ir a favor de las cosas, no en contra. Es un matiz muy sutil, pero importantísimo. A favor de la paz, y no en contra de la guerra; a favor de la curación, no en contra de la enfermedad; a favor de la cooperación, no en contra de la desunión… Y así con todo.

Ir a favor de algo —que NO dejarse llevar, porque no es lo mismo— requiere menos desgaste que avanzar a contracorriente para eliminar lo malo. Porque lo malo abunda, y mucho, no nos confundamos; pero lo bueno también, aunque pase desapercibido.

Alguien me dijo una vez que no me empeñase en cambiar el mundo, sino que me conformase con hacer el bien en mi entorno, ya que no iba a poder llegar más allá, pues «hay mucha más mierda y mucho más hijo de la grandísima puta» de lo que pensamos al otro lado del límite de ese entorno nuestro y de cada cual del que hablo. Ciñámonos pues, en un principio, a ese pequeño huerto donde sembrar nuestras semillas. El cambio también depende de ellas, de las simientes. Algún día el polen de las flores de nuestro jardín volará al parterre del vecino, y más tarde, con el tiempo, a los del extrarradio del barrio, hasta llegar a otra ciudad. Y un buen día el esfuerzo empleado en esa tarea se hará presente en tierras lejanas…; luego, el tiempo ya será testigo de si esas semillas habrán dado sus propios brotes. Extiende esta idea a años, décadas, centurias, y llegarás a confines insospechados.

Hasta aquí los siete primeros pensamientos que se me han ocurrido. Si se me pidiera que los recitara de nuevo puede que no supiera y puede también que fueran otros bien distintos. Los he enumerado según me llegaban a la mente, uno tras de otro. Pero si he de resumir todo lo anterior podría decir que, a pesar de los dictámenes de nuestro entorno exterior, de todas las reglas establecidas por los científicos expertos y los políticos de turno para conducirnos obligados en nuestra convivencia diaria, tenemos la esperanza de nuestra libertad de pensamiento y poseemos nuestra individualidad, lo que nos hace seres VIVOS (en todos los sentidos de la expresión).

Lo que son las cosas. Ahora que estoy acabando mi relato, mi compañera de viaje, la madre de mis hijos, me comunica que hace unos minutos nuestros científicos han dado la noticia a los gobernantes a los que asesoran de que han dado con uno de esos túneles del cosmos denominado «agujero de gusano», de modo que mañana arribaremos, por fin y antes de lo esperado, a A-Libertad.

Debido a la cercanía a la que en breve nos encontraremos de nuestro destino, nos han llegado imágenes de ese nuevo mundo. Y me gusta lo que veo. Cuando descendamos de la nave, descubriremos por nosotros mismos que este planeta virgen —en cuanto que no es habitado por seres inteligentes como nosotros— es extraordinario y maravilloso: nos dicen que su aire, sus paisajes y sus climas son magníficamente respirables, bellos y agradables.

A veces, la desesperante incertidumbre nos puede llevar a descubrir escenarios apasionantes. Además, acaba también de llegar la noticia de que otra gran roca-proyectil, que apareció de la nada, ha colisionado con la que amenazaba a la Tierra como dos bolas de billar (juego ancestral que ha perdurado hasta el tiempo actual) y evitará el gran impacto, con lo que nuestro hermoso planeta Azul y las gentes que allí quedaron (la mayoría, ancianos y sus cuidadores) se verán libres de toda amenaza. Así que, por otra parte, se nos presentará la posibilidad de regresar cuando queramos, siempre y cuando estemos dispuestos a pasar otros 32 meses encerrados en estas naves de traslado.

Otra buena novedad es que nuestra larga ausencia ha provocado que si volvemos a la Tierra la encontraremos más limpia: la Naturaleza la ha regenerado.

Estos hechos —la carambola inesperada de los meteoritos, el descubrimiento del «agujero de gusano» y del paraíso que ha resultado ser A-Libertad— han dado alas a un amplio sector de la comunidad científica para atreverse a afirmar que ese Cielo, que anunciaban algunas de las antiguas religiones del pasado, quizás exista ciertamente. Las teorías de Einstein-Hawking-Sparzia que tratan sobre la relatividad general de las diferentes dimensiones o mundos de realidad simultánea parecen corroborarlo. Y ese «proyectil salvador» podría haber sido enviado por el Gran Gobernante de esa dimensión ideal o por la Gran Naturaleza reinante en ella, según queramos pensar.

La esperanza.

En definitiva, un «Incidente-Accidente» extraordinario e inesperado también nos puede llevar a sacar lo mejor de nosotros mismos.

Este Gran Viaje a través de los espacios de nuestro universo me ha vuelto a recordar lo capaces que somos de hacer grandes cosas cuando nos lo proponemos.

(PD: Relato enviado al Consejo del NOMN, a 29 de octubre de 2223).

Jorge Moya Olcina es delegado en Alicante de la Unión Nacional de Escritores de España.