
Desesperación
A veces, el amor es
un dolor de cabeza,
enturbia la vista y borra la razón.
Por amor se desliza estupidez,
se llega a los celos
Y se piensa por los pies.
Nunca pensé que pudieras alejarte de mí,
enturbiaste mi razón,
quizás porque tanto te amé,
que ese día al quedar sólo
mi estupidez obnubiló mi raciocinio.
Vas a morir me decían,
de pena, si acaso, respondía.
Despacio en la madrugada,
con aire fresco de la mañana
cómo un furtivo avanzo,
sin obligación alguna,
en la orilla adversa a mi destino,
hundo los pies en la fangosa ribera del lago,
mi pensamiento está velado,
me desvela el canto de un ruiseñor,
miro los árboles de alrededor
y el sol parece bailar entre sus hojas
y observo al fin en la naturaleza
cada uno de los sentidos
y volviéndome me dije
voy a vivir, aunque sea,
contra mí.
La intemperancia de los dioses
Sopla el odio y truena el rayo,
en tu desconsolación
vociferas,
frente al conjunto impuro
que te figuras ver.
Ante tu falta de templanza
expulsas de un soplo,
de tu corazón, al hijo de Heras.
Y en esa mañana de tempestades
viajan nubes con vuestros gladiadores
donde Ares disfruta del terrible oleaje
que un inmoderado Poseidón,
como un desaventurero
de la ninfas de los manantiales,
provoca contra el amor de los hombres.
Porque son estos, los que exponían al Olimpo,
la justicia, el amor, la música, el trabajo,
la comunicación festiva,
y solo abrazaron excesos, guerras, rencores.
Esa voz excitable solo afecta a la expresión,
¡es ese desgarro estridente,
de las intemperancias de los Dioses!,
el que afecta al aplauso sordo del desdén.
Y así la indolencia baja como un gran río
arrastrando lodo y sucias heces,
y de tanto soplar vuestra música
no suena ni por azar.
Porque los hombres solo serán hombres,
y su existencia únicamente resuena
en el temor a sus Dioses.
Oscuro es el recuerdo
Oscuro
es el recuerdo
de
una niñez callada,
quiero
destapar esas voces
inocentes
jamás contadas.
Pero hoy vino a verme
ese
odioso estirado
con
pretensiones de salvar
mi
obsesión sobre mi expresión
“a
esas voces que nadie oye”
Alegando
que vivo sin vida,
guardándome
emociones íntimas,
más,
creo, que como gozo personal,
que
como apoyo equitativo e imparcial.
¡Calle entonces continuamente mi voz!
no
es mí sino abrir malicias
en
moralidades vacías
pues
todo gira y se revuelve
en
banalidades
y
mi corazón puede quedar inmóvil
ante
una intimidad mal entendida.
La mar: es mi destino
Anclas
adversas a mi destino
impiden
el testimonio de varar
en puerto
el alegato
de las
llamas más libertinas
que el
sol arrastra en una cubierta
hilvanadas
por solapas de calma.
¿Qué
marejada es esta
que nos
niega fondear
al amparo
del sumiso embate
que
libera nuestro miedo?
No
olvidar que mi ventura
es ahora
la mar.
Ese mar
que deja desnudo el odio de su abismo,
sin ser
consciente de sus crueles sucesos.
Ese mar
que intima relación amor – odio,
en la
arterial pasión del obstinado corazón humano.
Ese mar del que vivo y dependo,
donde la
sal, la sed, el sol,
me
otorgarán quizás un destierro,
quizás la
muerte.
Es mi
destino.
Mi gozo es amarte
Llueve.
Bajo un paraguas estampado
cuan sombra que buscamos en verano,
nos acoplamos con el estruendo
de una mirada humilde,
que vencen tus ojos
bajo la pertinaz lluvia.
Tu mirada diáfana, sin arrebato,
la alzas a mis ojos para observar
el ímpetu que gravan los míos,
y en ellos reflejo el yugo
de mi corazón en el sencillo instante,
en que se perturba tu pulso.
Y atropelladamente la pertinaz lluvia,
nos teje, sin turbación, la malla,
que nos arropa bajo el colorido
semblante de nuestras sonrisas,
y la lluvia sin amainar nos ovilla
en un apretón que nuestros labios
tienden a rozarse
y yo tejo tu sima sintiendo
el gozo de amarte.
Tu sonrisa
Me alegré de esa mirada
entrecortada, perspicaz, sagaz
que ofrecías en el ámbito
confuso de una noche insegura.
Pero lo que más me subyugó
fue tu sonrisa, abierta, clara,
nívea, que a la mañana
siguiente esbozabas como
una imagen primaveral,
de una ninfa marina
que en sus aguas marca
sus huellas, tímida, jubilosa,
y así mi corazón incauto
se impregnó en celos
del sol que te templa a besos,
del mar que te rodea y abraza
del viento que su brisa te acaricia.
Y ahora girando en rebeldía,
mi corazón se oprime,
en las arduas noches de espera,
a que tu presencia me otorgue
una mirada inicua, astuta
y una sonrisa avispada,
penetrante de lo más hondo
de tu pensamiento.
Miguel Ángel Matamala Subiza es delegado en Córdoba, Málaga y Granada de la Unión Nacional de Escritores de España.