Miguel Ángel Matamala, poemas

Amor cautivo

Indaga mis hogares, mi aposento

secreto donde el amor es cautivo.

El olvido si arraiga fiel cultivo

en recio desazón del pensamiento.

 

Expone con el incesante cuento,

un eterno amor sin ser decisivo,

afirma amor con agrio labio vivo,

que su parpadeo ciego niega cruento,

 

Amor es la única sed que tengo,

me despoja y seduce tu dulzura,

entusiasmo que tus ojos evoca.

 

Terca tortura que al vivir sostengo,

sólo tu amor remedia esta amargura,

ante un dolor en herida que aloca.


A la sombra de un deseo

¿Tú me amas en silencio?

¿Si es tu cortesía, el amor?

Dime:

¿Por qué, en el odio lo escondes?

Porque sí has visto, lo que has mirado,

adoración absorta habrás encontrado.

Más si has mirado, lo que no has visto,

entonces, habré fracasado.

 

¡Ah, si posible fuera volver

a ese amor breve y bello

que encontré adormecido!

Que alegre sería amarte,

sin pensar que el amor era figurado

a esa edad que me querías.

Recuerdo, que las travesuras,

las indolencias y las disputas,

primaban a la cordura.

Donde los juegos,

laureaban la jerarquía,

cuando detrás mía corrías,

para encontrarnos,

como quieren verse, dos corazones

de fascinantes seducciones:

a solas, con las fantasías y deseos

de nuestros besos.

 

Aún pienso, porque nunca

te dije un “te quiero”,

que el temblor de un adiós,

cedió, al dolor

que supuso comprender

cuanto amor existió a esa edad.

Y como un eco de tristeza,

mi corazón abarca la honda ansiedad

que mi alma desata.

 

Y ahora…, palidece el sol…

el mar se oscurece…

la tierra enmudece…

a la sombra de un deseo,

que extravió su  inicio

y no encuentra su sino.

 

Mirad que frágil, ese amor

huyendo de la fría oscuridad.

Súbete al monte de la rosa

que abrasa el cenit de los labios

y enseña tus enmarañadas manos

que os lo ocultan.  

¿Acaso, me amáis níveo?,

¿acaso me amáis puro?

o simplemente,

me amáis en silencio.

Dime:

¿Por qué callas?

¿Es tarde para amarte?

Solo espero que tu corazón

y el mío, sepan secretamente,

que no es un amor tardío,

sino que se hallaba  enredado

en el fondo del olvido.


Por eso mujer, aguardo,

para no vivir con la soledad

de un amor perdido.

para dirigirme al mundo

invitándole a la vida.

A los pájaros enjaulados

A los peces enredados

Al monte que se expresa

A los que cantan

A los que quieren amar

A los que odian.

Para gritarles ¡os amo!

Porque amo al mundo

Porque me siento amado.

 

Desesperación

A veces,  el amor es un dolor de cabeza,

enturbia la vista y borra la razón.

Por amor se desliza estupidez,

se llega a los celos

Y se piensa por los pies.

Nunca pensé que pudieras alejarte de mí,

enturbiaste mi razón,

quizás porque tanto te amé,

que ese día al quedar sólo

mi estupidez obnubiló mi raciocinio.

Vas a morir me decían,

de pena, si acaso, respondía.

Despacio en la madrugada,

con aire fresco de la mañana

cómo un furtivo avanzo,

sin obligación alguna,

en la orilla adversa a mi destino,

hundo los pies en la fangosa ribera del lago,

mi pensamiento está velado,

me desvela el canto de un ruiseñor,

miro los árboles de alrededor

y el sol parece bailar entre sus hojas

y observo al fin en la naturaleza

cada uno de los sentidos

y volviéndome me dije

voy a vivir, aunque sea,  contra mí.

 

La intemperancia de los dioses

Sopla el odio y truena el rayo,

en  tu desconsolación vociferas,

frente al conjunto impuro

que te figuras ver.

Ante tu falta de templanza

expulsas de un soplo,

de tu corazón, al hijo de Heras.

Y en esa mañana de tempestades

viajan nubes con vuestros gladiadores

donde Ares disfruta del terrible oleaje

que un inmoderado Poseidón,

como un desaventurero

de la ninfas de los manantiales,

provoca contra el amor de los hombres.

Porque son estos, los que exponían al Olimpo,

la justicia, el amor, la música, el trabajo,

la comunicación festiva,

y solo abrazaron excesos, guerras, rencores.

Esa voz excitable solo afecta a la expresión,

¡es ese desgarro estridente,

de las intemperancias de los Dioses!,

el que afecta al aplauso sordo del desdén.

Y así la indolencia baja como un gran río

arrastrando lodo y sucias heces,

y de tanto soplar vuestra música

no suena ni por azar.

Porque los hombres solo serán hombres,

y su existencia únicamente resuena

en el temor a sus Dioses. 


Oscuro es el recuerdo


Oscuro es el recuerdo
de una niñez callada,
quiero destapar esas voces
inocentes jamás contadas.
Pero  hoy vino a verme
ese odioso estirado
con pretensiones de salvar
mi obsesión sobre mi expresión
“a esas voces que nadie oye”
Alegando que vivo sin vida,
guardándome emociones íntimas,
más, creo, que como gozo personal,
que como apoyo equitativo e imparcial.
 ¡Calle entonces continuamente mi voz!
no es mí sino abrir malicias
en moralidades vacías
pues todo gira y se revuelve
en banalidades
y mi corazón puede quedar inmóvil
ante una intimidad mal entendida.


La mar: es mi destino

Anclas adversas a mi destino
impiden el testimonio de varar
en puerto el alegato
de las llamas más libertinas
que el sol arrastra en una cubierta
hilvanadas por solapas de calma.

¿Qué marejada es esta
que nos niega fondear
al amparo del sumiso embate
que libera nuestro miedo?

No olvidar que mi ventura
es ahora la mar.
Ese mar que deja desnudo el odio de su abismo,
sin ser consciente de sus crueles sucesos.
Ese mar que intima relación amor – odio,
en la arterial pasión del obstinado corazón humano.
Ese mar del que vivo y dependo,
donde la sal, la sed, el sol,
me otorgarán quizás un destierro,
quizás la muerte.
Es mi destino.


Mi gozo es amarte

Llueve.
Bajo un paraguas estampado
cuan sombra que buscamos en verano,
nos acoplamos con el estruendo
de una mirada humilde,
que vencen tus ojos
bajo la pertinaz lluvia.
Tu mirada diáfana, sin arrebato,
la alzas a mis ojos para observar
el ímpetu que gravan los míos,
y en ellos reflejo el yugo
de mi corazón en el sencillo instante,
en que se perturba tu pulso.
Y atropelladamente la pertinaz lluvia,
nos teje, sin turbación, la malla,
que nos arropa bajo el colorido
semblante de nuestras sonrisas,
y la lluvia sin amainar nos ovilla
en un apretón que nuestros labios
tienden a rozarse
y yo tejo tu sima sintiendo
el gozo de amarte. 


Tu sonrisa

Me alegré de esa mirada
entrecortada,  perspicaz, sagaz
que ofrecías en el ámbito
confuso de una noche insegura.
Pero lo que más me subyugó
fue tu sonrisa, abierta, clara,
nívea, que a la mañana
siguiente esbozabas como
una imagen primaveral,
de una ninfa marina
que en sus aguas marca
sus huellas, tímida, jubilosa,
y así mi corazón incauto
se impregnó  en  celos
del sol que te templa a besos,
del mar que te rodea y abraza
del viento que su brisa te acaricia.
Y ahora girando en rebeldía,
mi corazón se oprime,
en las arduas noches de espera,
a que tu presencia me otorgue
una mirada inicua, astuta
y una sonrisa avispada,
penetrante de lo más hondo
de tu pensamiento.

Miguel Ángel Matamala Subiza fue delegado en Córdoba, Málaga y Granada de la Unión Nacional de Escritores de España. Está galardonado con el escudo de oro de la UNEE.