Las dos frente a frente

Relato de Rosa García Oliver

La muerte 

siempre se maquilla

con el polvo de los débiles.

Se paró frente al espejo, y analizando sus facciones, se percató de que el sufrimiento había deteriorado demasiado su perfil. A Irina, realmente no le importaba, pero eso le recordaba la razón, o mejor dicho, las razones de esa, digamos dejadez. No solo el tiempo es el culpable, no, en este caso, las circunstancias que ha vivido, han sido mucho más precisas en hacer de ella quien ahora es, y no quien fue.

El tiempo, con mucho tiento y sigilo, había limado esas dos cicatrices que imborrables, perdurarán hasta el final de sus días. 

Ahora se encontraba con fuerzas para hacer algo que tenía en mente hacía muchísimo tiempo, que era encontrar a la culpable de su desdicha, a esa tatuadora que sin escrúpulos le dejó el sello en el alma ensañándose con los suyos. ¡Qué clase de tinta usaría que aún no se borró!

Comenzó a buscarla por las esquinas de los cementerios. Bajo la falda de las guerras, de país en país. En las catástrofes y en el asfalto de las carreteras. En las orillas de los ríos y en los hospitales…esa infructuosa búsqueda, duró años y años.

Agotada, casi sin fuerzas tuvo que asumir su derrota.

Era de madrugada, cuando Irina se encontraba a duermevela y alguien la despertó, era ella, a quien tanto tiempo había estado buscando.

Las dos frente a frente, unidas por tres razones de peso.

Irina, arrinconando sus flaquezas le dijo:

—Tendremos una charla de mujer a “mujer”—

Seguidamente Irina se desvaneció, aquella situación ya era demasiado para ella. Al despertar, su interlocutora le desató la capa de la vida, le desabrocho el camisón de los sueños para que volasen, le separo el flequillo de las ilusiones, y le quitó los zapatos de la esperanza que tanto tiempo la sostuvieron, ya no le iban a hacer falta. La miró fijamente a la cara y le dijo:

—Todos tenemos un “contrato” que cumplir. Nuestro destino nos lleva de la mano para que no nos desviemos de nuestro camino. 

Inmediatamente, Irina la interrumpió muy alterada:

—Cuando di a luz a mi hijo, rondabas a mi alrededor, ¡te vi dos veces, te he reconocido!

¿Qué daño te hicieron? Te llevaste a mi marido y a mi hijo, y recientemente a mi padre, ¿¡Quién te crees que eres!? ¿¡De qué material estás hecha? ¿Es que no tienes alma!?

Ya no cabía más sufrimiento en ese cuerpo ajado por el dolor y la impotencia.

—Confieso que siento celos de ti, Irina. Yo no tuve hijos que me llamaran madre, ni un amor que me esperara con los brazos abiertos y una sonrisa que calmara mis días aciagos. No cavé la tierra ni conocí la Universidad. Te vi pasear tu alegría, esa alegría que nunca conocí ni tan siquiera me miró, me hubiera conformado aunque hubiese sido solo de reojo.

Tú te levantas y abres la ventana de la vida, yo jamás lo hice, la hojas de mi ventana están selladas con los clavos de la tuya.

Tus brindis fueron con champagne en copas de cristal, los míos son con lagrimas que bebo de la tinaja de vuestro dolor. Tuviste sueños, muchos cumplidos, a mi no se me permite soñar, lo ponía bien claro en la letra pequeña del “contrato”, como tampoco se me permite cambiar de túnica, ¡esta túnica negra! En cambio, tú te has vestido de arco iris y tus broches fueron perlas. Yo nunca navegué al sol, soy la eterna sombra que se baña en las tinieblas. Tú has gozado los manjares de la vida, yo, los amargos sabores del final. Tus caminos se bifurcan pero se encuentran al final, el mío es una recta interminable.

¡Todos me desprecian!

Mi trabajo es estar alerta a los pies del hambre, de las enfermedades, de aquellos que olvidan la cantimplora en el desierto de sus crueldades.

A los pies de los que careciendo de alas se abrazan al abismo. A los pies de aquellos que me llaman en su desesperación para hacer un único brindis, número impar, el número de la soledad. Estoy a los pies de ese ser que se retuerce en la entrañas por haber firmado el “contrato” con tinta ilegible, por lo tanto, perdió su validez. 

En mi contrato indefinido, no leí la letra pequeña (aconsejo que se haga siempre antes de firmar).

Como ves, tu y yo somos como la noche y el día que nunca se pueden disfrutar a la par uno del otro, como el cielo y la mar, que se miran pero nunca se pueden tocar—.

La dos se miraron y pidiéndose perdón mutuamente, se fundieron en un abrazo, que en forma de rúbrica, dieron por concluida la finalidad de sus “contratos”.

Las dos frente a frente.

Las dos, la vida y la muerte.

Rosa García Oliver es miembro de honor de la Unión Nacional de Escritores de España.