¿Dónde leemos?

Lola Gutiérrez

De todos es sabido que el cuarto de baño  es buen sitio para la lectura. Cuando entras al retrete, si no te ha dado tiempo para coger el  periódico, revista o tebeo, echas mano al armario cercano para sacar el champú, gel, agua de   colonia, o cualquier cosa con etiqueta para leer el compuesto. Parece algo tonto, pero eso  nos distrae, nos hace pasar el tiempo. Otra opción es entrar con el móvil para mirar el correo o los comentarios del Facebook. Si te  decides a hablar con alguien, que también pasa, esperas a colgar para tirar de la cadena, en señal de respeto. Otro sitio donde la lectura fluye es en las consultas médicas, sobre todo en la de los dentistas, como al odontólogo le gusten los coches, ya sabes lo que toca. También abundan las revistas científicas, aunque las ojeas con cara de pez. Volviendo a la lectura, tengo un hermano que vive fuera de la región de Murcia, lugar donde vivo, él me ha pedido que le saque una partida de bautismo de mi sobrina pequeña, para que pueda hacer la Primera Comunión en la ciudad donde vive. Sobra decir qué tipo de lectura encontramos en las iglesias. Mientras aguardo a que el párroco me reciba, paseo la vista por una mesita llena de folletos. Todos, más o menos, contienen el mismo mensaje: Evangelios, Cristo, Fe... Sin ánimo de agarrar nada, sigo buscando algo que sacie el tedio que produce la espera.  A pesar de ser bastante escéptica en estos temas, pero un libro muy fino de un rojo brillante llama poderosamente mi atención. Abandono mi silla y avanzo hacía la estantería que tengo justo en frente.  “Santa Florentina,” leo para mí, de regreso a mi asiento, abro el libro al azar y me encuentro en mitad de una boda. Teodosia, la hermana mayor de los cuatros santos cartageneros, se casa con Leovigildo, o lo que es lo mismo, un noble visigodo se casa con una hispanorromana. Leyendo el rico atuendo con el que se describe a la novia, viene a mi recuerdo la figura de la dama de Elche. Leovigildo, el novio, usa armadura, arnés, cuero, y como buen soldado godo, luce abundante cabellera. Mmmmm… eso me gusta. Por un momento intento imaginar al tal Leovigildo y lo comparo con un musculoso Hércules de cine.

—Deseaba usted una partida de Bautismo ¿no?

¡Que oportuno el cura!, Pensé en cursiva. Creo que las mujeres siempre pensamos en cursiva

  —Pues sí— sonreí al contestar, pese a la interrupción.

El cura se fijó en el libro que aún conservaba entre las manos y lo señaló

    — ¿Le interesa la vida de Santa Florentina?

    —Conozco a los cuatro santos de pasada. Prácticamente no sé nada de ellos, pero me ha sorprendido Teodosia. No la vinculaba a esta familia.

    ¡Mentirosa, mentirosa! me acusó la conciencia, a ti te interesa el godo…

     —Teodosia murió muy joven— explicó el sacerdote— Aun así, vivió años muy felices en su matrimonio. En ese tiempo alumbró a dos varones: Hermenegildo y Recadero.

      —Caray con los nombrecitos— me reí, sin poderlo evitar.

      —El padre de los chicos se volvió a casar ¿Leyó esa parte?

       — ¿Cómo?

       — ¿Cuándo murió el rey Liuva, Leovigildo subió al trono. Liuva y Leovigildo eran hermanos. Al enviudar, tomó por esposa a su cuñada Godsuinta.

Menudo nombre, seguro era una arpía, pensé, tratando de imaginarla.

El sacerdote cambió de tercio de golpe. Yo no entendía nada de santos, pero sí que soy una gran aficionada a los toros, y supe ver un buen capotazo.

    —Deme los datos de la niña, además del nombre y apellidos, sería de mucha utilidad que supiera la fecha exacta del bautismo.

  Parpadeé varias veces para centrarme en lo que realmente necesitaba y por lo que estaba allí

    —Sí, claro, Aquí lo tengo todo anotado—respondí desilusionada.

Yo quería seguir con la historia y don sotana cortó la narración de un plumazo, claro está, soy tenaz y no me rindo con facilidad.

— ¿Cómo puedo conseguir este libro? Sería tan amable de indicarme.

El sacerdote me miró intrigado

   —Es una edición para iglesias—respondió.

   —OH, vaya.

   —Quédeselo, tengo varios ejemplares en el despacho.

  — ¿En serio?—casi me lanzo a su cuello— Gracias padre, mil gracias.

El cura me sonrió y entonces me acordé del Fary. No sé por qué, pero a mi memoria vino el Fary con sotana cantando el torito.

  —Señorita, señorita, despierte—me zarandean el hombro—  Usted venía a por una partida bautismal ¿no?

Qué vergüenza más grande.  Me he quedado dormida dentro de una iglesia. Eso pasa por no tener lectura interesante.

Lola Gutiérrez es vocal honoraria de la Unión Nacional de Escritores de España.