Hermanos y hermanos
Hay, a ratos, actitudes que duelen
del hermano que no se alegra por ti.
Y hay personas que creen que huelen
interés donde el amor es feliz.
Hay hermanos de vida y hermanos de sangre
y, a veces, de ninguno los hay.
Cuando el alma el alma se alegra, o cuando la pena es grande,
sus oídos se alejan y el aire
se puede cortar.
No te cortes, amigos, con puñales de otros
que nunca conocerte quisieron,
que el hermano que no hable “nosotros”,
así mismo y al amor murió
y sus lazos no hirieron al alma inocente
que, presente, su calma plasmó.
Hay motivos por los que alegrarse.
Compartida la dicha es mejor.
Y, si al darla, no quieren mudarse,
Son tan pobres como el roedor
que se come su queso a solas,
atrapado en su triste rincón.
Hay hermanos que ocultan su arte de amar
suponiendo útil la precaución.
¡Y es que amar es volar y el vuelo disfrutar,
¡Confiando en quien lleva el avión!
Hay hermanos que no discernieron
el amor, del interés o de la vacuidad.
No quisieron conocerte y mintieron
de dar y recibir caridad.
Hay hermanos tan huecos de dulzura;
¡hay hermanos tan fríos y sin paz!
No conciben, de la vida, que haya ternura;
no conciben ni dan felicidad,
más que la del “yo mismo” y “yo puedo”,
sin creer en las dádivas de la amistad.
Para ellos no se hizo la alegría.
Reina, en su seno, sequedad.
Retorcieron su alma y filosofía,
Enrareciendo la fe y la bondad.
Como en ellos no hay jugosas emociones,
sólo el tiento para en nadie confiar,
desdibujan el amor, las ilusiones,
y la brisa se trastorna en rechinar.
Hay hermanos que sólo creen que estás con ellos
para obtener un fruto de interés
y no ven, de la vida, lo gratuito y bello,
que es el querer, que es el querer.
Si te encuentras con varios de esa raza agria,
no les sirvas la sopa de tus victorias,
y menos al alcance de la mesa.
Que se busquen y que hablen sus historias
y que llenen el vacío con sus presas.
Pues es raza de caza apátrida.
Si te encuentras con un rancio conocido,
no malgastes tu intención de acomodarle
pues prefieren el asiento puntiagudo.
Ni cojines ni calor van a agradarle.
Y es que tienen en un método muy duro
el saber, ¡y saberte no han querido!
Si te encuentras con aquel que quita brillo
a las pocas o las muchas bendiciones
que las parcas tejiendo te conceden,
no estropees con soplidos tu flequillo.
No es que rían a menudo, ni que penen.
Es que… ¡no saben de amores!
Salud y verdad/granos y gusanos
Ese blanco pañuelo caído tal vez de unas manos…
me enseñan, de las lágrimas, el rincón de un humano
que ofreció, lleno de grietas, un insulto muy vano;
a destiempo, una queja que quebró a otro ser hermano.
¡Compartes Tierra, pueblo, calle o rellano
y te miras igual, en espejos, los granos!
¿Por qué, por qué gritaste un tropel de ira insano,
de torpezas verbales a ese, que no es cercano,
por la caca del perro, o la prisa, tan temprano?
¿Y, al paisano, a quien tampoco amas, vas ufano
prometiendo besos, suertes y piropos profanos?
¿Por qué, fulano a mengano, y a su cuotidiano
no lanza salud y verdad, y sí los gusanos?
¿Por qué no, de sabios, doctos, educados y ancianos,
imitarnos el arte de convivir, ciudadanos?
De ofrecer el pañuelo caído de unas manos…
pues no aguantan el peso de otro día espartano. Niña y el tiempo
Tu Dios no te ha olvidado.
Reina en abismos celestes.
¡Agreste niña, no prestes
tus ondas al huracán airado!
Te sé huérfana de amores
y te paseas por los muelles,
por las ventanas y, cuando llueve,
llueven en ti mil corazones.
Te paseas por la dicha
de un día de abril, piropeado.
Ahíta de sol, el sol anclado
a tu carita de luz, por ti se agita.
Por ti requiebra, y llueve, y llueve…
¿Será que hiciste mal las maletas?
¿Que aún le lloras? ¿Por él apuestas?
¿Y, de tu pecho, la pena, el clima mueve?
¿Vivirá un Dios por ti afectado,
cambiando el curso de cada nube?
Si ríes, todas sus aguas sube;
si lloras, llora tu Dios amado.
Desde las cumbres, hoy no ha atrevido
a florecerse, el clima malo.
En unos meses se ha vuelto ralo,
porque tu alma aún no ha florecido.
¡Alegra a tu Dios, oh, bella, y canta!
¡Virgen de las estepas, de monte herido!
Pues, por empático, a ti se ha unido.
¡Dulce de las dulces, niña de plata!
No quiere Dios acostarte triste.
Quiere que mudes tus ansias chatas.
Por las montañas va, ata que ata,
todos los aires de lamentos que diste.
Alboreará un día tranquilo.
Para que rías, sólo por eso.
Mándale un beso, mándale un beso.
Para que Él ría, pues está en vilo.
Para que Él ría, pues está en vilo.
Violeta, poeta y mujer
La violeta es caprichosa.
Caprichosa es la violeta.
Profunda como la rosa
y ácida como la fresa.
Caprichosa es la violeta.
La violeta es caprichosa.
Su perfume es mejor cosa
que el incienso anacoreta.
La violeta es caprichosa.
Caprichosa es la violeta.
No vio a aquel poeta
que la regaló a una diosa.
Caprichosa es la violeta.
La violeta es caprichosa.
En su bienestar, golosa;
En su cumbre, muda y quieta.
La violeta es caprichosa.
Caprichosa es la violeta.
Salvaje, humilde, poderosa.
Creíble, sencilla y pomposa.
¡Dame tú de mi violeta
y, al oído, diré hermosa
canción de olvido y graciosa
cuna de prietas
ligazones, que al olor de la violeta,
caerás en las tentaciones,
de abrirme, en tus oraciones,
tu corazón de poeta!
tu corazón de poeta!
Sangre de ciudad
Sangre rugiente,
ríos de coches.
La ciudad no duerme.
La ciudad oscila,
de clamores viva,
de claxons y gente.
Se esconde el sol
y la ciudad no duerme.
Duerme la amapola
y el galán despierta
y en las veredas de ricas mansiones
su olor ofrece.
Pero en esta ciudad
sólo hay edificios
altos y de oficio,
no hay tanta hermandad.
Ni riqueza ni beneficio
compran la igualdad.
Allende en las villas,
en la casas solariegas,
la fresca buganvilla
de rosas y rojos riega
y de amarilla
la pared que brilla.
La gente pasea
desenfadadamente
y ríe la gente,
andando a la orilla
de un mar benevolente.
Pasea y murmura,
de chismes cobardes,
la cara oscura
de vidas infames.
Famosos perduran
los más honorables.
Hay tarde, paseo,
y mala compaña hipócrita.
Hay velada exótica,
de bañador y pareo.
Hay mucho compadreo
y frases anecdóticas.
Pero, en la ciudad,
que rancio me halla
la valla que calla
de olor ofrendando
la otra buganvilla
también asomando.
Que rujan los coches,
y no un mar amable,
el de los cobardes
de chismes ansiosos.
Y yo, no alevoso,
me rindo a la sangre.
A la sangre de ciudad,
al bullicio y al gentío,
a la rutinaria realidad,
a la normalidad,
a no decir ni pío
contra el vecino y sin piedad.
Sangre de ciudad,
comprensiva y elegante.
Anonimato causante
de discreción.
Que, cuanto más amplia orfandad,
más tolerancia y aguante.
¿Que el vecino te molesta?
Tienes dónde escoger.
¿Qué su vida te violenta?
Tienes en qué ocupar.
En mar, cielo y pareo,
o en rugidos de ciudad.
o en rugidos de ciudad.
Romanza del amor entre Marcelo y Florita
Rubia y alta era,
Dama
bien nacida,
Rosas
sus mejillas,
Su
alma sin mancilla.
De
salvajes crines,
Pródigo
frontón,
Iba
un mocetón
Ufano
en maitines.
Vióla
y feneció
Por
sus lindos modos.
Su
capa arrojó,
Non
pisara lodos.
Por
prenda perdida,
Prendada
quedó.
La
dama rendida
Pronto
le cubrió.
Amándose
estaban
En
un arroyuelo.
Un
pez coleaba
Y
sedujo a Marcelo.
Florita,
ofendida
Que
sus dos ojuelos
Fueran
menos buenos
Que
ese pecezuelo,
Ramatazo
al vuelo
Más
tirón de pelos.
¡Pobre de Marcelo!
Que
el pez fue a coger,
Pensando
en placer
Después
del papeo!
Un
potro alazano
Marcelo
anheló.
Florita,
a su amado;
El
capricho aceptó.
Mas,
viendo los cuartos,
Después
de comprar
Tres
pares de botas
Y el
bello animal,
Echó
mano al cuello
Del
lindo zagal,
Más
bien zagalote,
Que
toda la dote
Dispuso
a gastar
Sacando
del bote
De
hacer el ajuar.
¡Causó
tal rebote!
Florita
escuchaba
De
madre consejos;
Saberes
de viejos,
Y
¡tanta verdad!
(CANCIÓN)
Bello
amor, nacido del Cielo,
Gran
talento ha de llevar.
Trae, Amor, bravuras y holganzas,
Tiempos
de reír y llorar.
El
amor tiene solaz
Y
entre sus bosques hay cien mil remansos.
Si
los dos se vuelven mansos
Pueden
nadar.
Buen
cortejo es,
Si
dura muchos años.
Y
si dura hasta el final,
Mejor
amor vendrá.
Bello
amor, nacido del Cielo,
Gran
talento ha de llevar.
Trae,
Amor, bravuras y holganzas,
Tiempos
de reír y llorar.
Prestos
a los celos son
Esos
amantes que poco confían
Del
amor que día a día
Con
ellos va.
De
inseguridades
E
infidelidades
Líbrense
los esponsales
Con
harto hablar.
Bello
amor, nacido del Cielo…
Amor y dinero son
Dos
amantes muy bien avenidos
Pero
la fortuna mora
En
el corazón.
Si
haberes los hay,
Mucho
mejor será la cena.
Pero
si no los hubiera,
Comed
pasión.
Bello
amor, nacido del Cielo…
Los
amores son de dos;
No
son de tres ni son para cuatro.
La
familia es para un rato
Y
poco más.
De
la sangre hay lazo
Y
de afinidad.
Más
fuerte es el del abrazo
Que
dos se dan.
Bello
amor, nacido del Cielo…
De
los hijos hay que hablar,
Que
son retamas en un regio tallo,
Pero
nunca las raíces
Que
alimentar.
Que el amor del lecho
Sea
siempre prioritario:
No
los hijos propietarios
Del
sabanar.
Bello
amor, nacido del Cielo…
Cuan
suave la vejez
Va
entrando lento y sin mirar razones,
Pero
no en los corazones
Que
saben ver.
Pasión,
lealtad,
Compromiso
y amistad
No
son piel ni carne son
De
caducidad.
Bello
amor, nacido del Cielo,
Gran
talento ha de llevar.
Trae,
Amor, bravuras y holganzas,
Tiempos
de reír y llorar.
(FIN
DE LA CANCIÓN)
Tan
buenos intentos
De
abrir los oídos
A
miles de amigos,
De
voces y libros,
Perdieron
el tino
De
haber de escuchar
Al
lindo Marcelo,
Que su buen sentido
Con
sólo un latido
Bien
supo explicar.
Y…
luego… ¡a un batido
Para
merendar!
Cuatro
churumbeles
Viven
en la casa:
Tres,
viendo la tele,
Queriendo,
Marcele,
Ver
qué es lo que pasa.
Tele
ver no puede
Porque
el trío alegre
Noticias
repele.
Viene
la Florita
Con
el cuarto nano.
¡Llega
berreando!
“¡Ay,
cosa bonita!”,
Dice
la mamita.
Y
cuando Marcelo
Dice:
“¡Esto no es justo!”,
“¡Tú
sí que eres bruto!”,
Replica
bufando.
Bello
amor, nacido del Cielo,
Gran
talento ha de llevar.
Trae,
Amor, bravuras y holganzas,
Tiempos
de reír y llorar.
El tulipán
Entre los cacharros y los amontonados trastos, delante del gastado castaño piano, allí se erigía el tulipán. Allí depositaba esbelto su rosácea copa, izado el tallo con un ascendente leve empuje retorcido, entre sus hojas lánguidas, luchando por crecer, parécele que bastante ajeno al desorden de la vida y de aquella habitación que inundaba una plaga de musas.
Entre los cacharros y los amontonados trastos, delante del gastado castaño piano, allí se erigía el tulipán. Allí depositaba esbelto su rosácea copa, izado el tallo con un ascendente leve empuje retorcido, entre sus hojas lánguidas, luchando por crecer, parécele que bastante ajeno al desorden de la vida y de aquella habitación que inundaba una plaga de musas.
Las musas, sea dicho, descartaban su danza aérea por el espacio del cuarto, para acercarse al bello ser y besarlo. Y él dormía olvidadizo, olvidadizo de aguas y de luchas, mostrando con estiramiento su supremacía sobre las pasiones, olvidadizo de contiendas y con un único afecto, su frágil timidez en calma, es decir, su elegancia.
La calma la aportaba él, su pausado dueño escritor, ése que introducía las musas entre paredes. La frágil timidez la aportaba ella, su última conquista, una muchacha de mirada titilante y confundida a veces.
En el reino del tulipán se hacían el amor, un gran amor enajenado del tiempo y de la edad, un gran amor como una pequeña isla, la isla donde él la albergó después del naufragio.
Un día ella huyó a Valencia, dispuesta a nadar contra la corriente de cuidar a su familia, y hasta las cinco le esperó en la cafetería de la estación de ferrocarril. Su mente jugaba a confundirla: “Él no vendrá”.
“Preciosa, aquí estoy”, la sorprendió, dándole su tierno y cálido beso, por la nuca, raptándola de su extravío, a las cinco en punto.
“¡Estoy salvada!”, suspiró… y la vida se puso de nuevo en marcha. Y en su marcha tuvieron un hijo, un tulipán soberano.