Gracias a Arturo Pérez-Reverte

Emilio Sánchez
¿Saben vds. Lo que supone para un autor novel, aunque sea tardío como yo, que algún trabajo de un escritor consagrado coincida en algo, aunque sea mínimamente, con el tuyo? ¿Se lo imaginan? No les hablo de que te hayan plagiado o copiado, no, hablo de que la inspiración haya llevado a ambos autores por los mismos derroteros. ¿Saben lo que supone? Pues yo se lo voy a decir, porque a mí me ha pasado. 

En primer lugar, cuando lo descubres, te llevas una gran sorpresa y exclamas: ¡Pero bueno, si esto es mío! Luego lo meditas, lo digieres, y comprendes que sólo ha podido tratarse de una coincidencia,  pero tal coincidencia, ¡qué quieren que les diga?, supone una gran alegría. ¿No les parece? Aunque, simplemente, el gran hombre haya tenido un momento de inspiración idéntico al tuyo. Y te preguntas: ¿Tendré con él, o él conmigo, alguna conexión imagino-telepática especial que nos haga coincidir, o por el contrario y, tristemente, habrá sido sólo cosa de mera casualidad? 

Desde luego esto supondría una gran desilusión y preferirías que fuera lo primero, porque, mira, tener algo en común con don Arturo Pérez-Reverte… ¡eso debe molar un montón. Y ya puestos a dejar volar la imaginación, la propia, incluso sientes la tentación de soñar… ¿y si me hubiera copiado ese poquito? Eso sí que sería… chupi. Porque si el académico, intrépido reportero de guerra, famosísimo y consagrado novelista con no sé cuantas de sus novelas llevadas a la pantalla y que además no tiene pelos en la lengua cuando dirige sus artículos a los políticos mediocres que padecemos, se hubiese inspirado en ti…, eso…, eso, señores, sería como para revolcarse en los colchones de la satisfacción. 

Pero ustedes dirán… ¿a qué viene todo esto? Pues verán. Los que me conocen saben que he publicado dos libros de narrativa histórica, la novela “El Escudo Nazarí” y el libro de relatos “Cuentos del condestable”. Éste último, cuyo original mecanografiado fue entregado en la oficina en Melilla del Registro Central de la Propiedad Intelectual el día 30 de octubre de 2009, entre los 30 relatos de que consta cuenta la historia de un personaje medieval cuyo nombre, CARAMILLO, da título al relato. Dicho relato fue publicado en la Gaceta de El Telegrama de Melilla el día 7 de julio de 2009.

Pues bien, como todos saben, don Arturo Pérez-Reverte es autor de una lista extensísima de libros, algunos tan significativos para Melilla como La Reina del sur y que su vinculación a la ciudad viene de lejos, desde sus tiempos de reportero. Yo le conocí cuando venía por los problemas de entonces e incluso hablamos un par de veces. Después ha venido con cierta frecuencia para promocionar sus libros y por sus relaciones de amistad o con la UNED. Pues bien, yo soy seguidor suyo, lector de algunos de sus títulos de los que saco no pocas sabrosas enseñanzas, pero hete aquí que estando leyendo su novela EL ASEDIO, publicada por la editorial Alfaguara en 2010, en el centro de su página 492 leo:

-“Quítate de mi vista, Caramillo. Aire.”  

El que se quedó sin aire fui yo. Allí estaba: CARAMILLO. Pérez-Reverte había usado, la palabra Caramillo como nombre propio de una persona. Y ustedes se preguntarán: ¿Qué tiene de raro? Pues que se trata de una palabra muy antigua. ¿La han usado alguna vez? ¿La han escuchado? Prácticamente está en desuso y, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua proviene del latín calamellus y se usaba como sinónimo de zampoña o flautilla de caña, madera o hueso con sonido muy agudo; para designar plantas del mismo género y usos que la barrilla con el tallo fruticoso, erguido, pubescente, y hojas glaucas y agudas; a un montón mal hecho y también, en sentido fig., a chisme, enredo, embuste.   Nunca se ha usado como nombre propio, al menos que yo sepa, no he encontrado ninguno. 

Como explicaba en su día en la Gaceta al principio del relato, a mí se me ocurrió en la madrugada del ocho de agosto de 2008, por eso decidí situar la acción en tal fecha pero del año 1356. El lugar, el mismo molino harinero de agua –aceña- transformado en casa de rural, donde yo me encontraba pasando unos días de descaso. ¿Por qué decidí poner tal nombre al esclavo moro protagonista del relato? Porque sonaba bien, era gracioso.

Sea como haya sido, el hecho es que el Sr. Pérez-Reverte también lo ha usado en su novela y me gustaría pensar que, en alguna manera, se lo he inspirado. ¿No aprendo yo de sus obras? ¿No dicen que de todos se puede aprender?  ¿Por qué no ha podido ser como digo? De cualquier manera, manifiesto públicamente mi más profundo respeto por dicho señor y por su obra. Y si realmente me  hubiese copiado, ojo esa sola palabra, sólo una, le doy las gracias, y le constato que surgen, con orgullo, desde lo más profundo de mi corazón.    

Emilio Sánchez