Poemas de Semana Santa de Fortu Bittán










“LA PASIÓN”
OLIVARES SANGRIENTOS

“Los olivares del huerto
se tiñen de sangre nueva,
de sangre de un Dios que llora
unas culpas que son nuestras”

La noche se va adentrando
azabachemente negra,
terriblemente terrible
hacia un alba que se acerca,
terriblemente terrible,
terriblemente sangrienta.

La historia guarda misterios
que los olivos no cuentan
por ser los testigos mudos
de aquella noche de vela,
de aquella noche de sangre,
de miedo, dolor y pena.

En la oscuridad del monte
alumbra la luna llena
con su luz de plata pura
una encorvada silueta,
y brilla el perfil de un hombre,
que arrodillado en la tierra
llora lagrimas de sangre
en la soledad inmensa,
y grita ¡Padre haz que cese!
este cáliz que me quema
como fuego las entrañas
y toda el alma me quema,
y me quema hasta las sienes
y hasta el corazón me quema,
¡Padre¡, ¡aparta de mí este cáliz¡
¡que toda mi carne tiembla¡

“Los olivares del huerto
se tiñen de sangre nueva
de sangre de un dios que llora
unas culpas que son nuestras”

Viene arrebolando el alba
horizontes que semejan
un cielo prendido en llamas,
como celestial candela,
y un hombre va monte abajo
caminando entre las piedras,
llevando en su corazón
presagios de una tragedia.

El sol alienta esperanzas,
que saben a primaveras
y nuevas espigas verdes
y nuevos granos de avena,
serán cosecha futura
de aquella noche de vela,
de aquella noche de sangre,
de miedo, dolor y pena.

Los olivares del huerto,
se tiñen de sangre nueva,
de sangre de un Dios que llora
¡unas culpas que son nuestras¡.
Fortu Bittán


“LA PIEDAD”

Ya cae la tarde, crepuscular frontera,
el cielo se arrebola anaranjado y denso,
y el fúnebre sudario al cuerpo inerte espera.

Se hace un silencio terriblemente tenso,
está la cruz desnuda por vacía,
y es el dolor inmensamente inmenso.

Sobre los brazos exhaustos de María,
yace su hijo cual dios sacrificado,
con los estigmas de su larga agonía.

Ya se retiran del monte los soldados,
el cielo deja ver su oscuridad temprana
y ya fueron los reos en cruz ejecutados.

Se oyen a lo lejos sus voces veteranas,
hablar de lo que hablan los recios mercenarios
de la Roma imperial, belicosa y pagana.

Atrás quedó el suceso del trágico calvario,
del clavo, la lanzada y el pesado madero,
y sola, una mujer, solloza en solitario.

Sus lágrimas se hacen dos nítidos regueros,
que caen inmaculados surcando las mejillas,
cual húmedo rosario de un credo verdadero.

¡Mirad como ya doblan los reyes las rodillas!,
ante una madre rota y el alma traspasada,
que en solitario sufre su horrible pesadilla.

La horrible, que por cruel, sangrienta y despiadada,
visión de aquel su hijo en actitud yacente,
sobre su frágil seno de madre destrozada.

¡Piedad!, ¡piedad!, piedad sencillamente,
para la más de todas las judías,
piedad para una madre sufrida y penitente
piedad para la santa memoria de María.
Fortu Bittán