Mi primera vez
Ya no te echo de menos
Porque tengo besos de más.
Probablemente ya te olvide.
No sé si con una copa de vino
O una copa de vida.
Ahora sin ti,
Estoy conmigo por primera vez.
Eso de querernos a las tres
Esta luna de primavera ya no ilumina tu cama,
ni aquella estrella apagada parece moverse en silencio.
Son momentos que pasan y noches en vela,
son esbozos contigo,
otoños pintorescos e inviernos con niebla.
Son baladas de recuerdo,
son funciones recordadas,
son deseos escondidos en tus vaqueros ajustados y en mi camisa desabrochada.
Es la espera lo que nos condiciona,
es la hora de escribir o salir a quemar la calle,
es la una en punto de la madrugada y aún no me has dicho que te ame.
Son los jardines húmedos el paisaje de nuestra mañana,
el vapor de esta taza de café,
son los bares frecuentados los testigos de tu aviso
para oírte decir eso de querernos a las tres.
Es verano pasajero en tu rostro,
en tu ropa,
es verano en tu alma y en tus manos un desierto de sudor
que te quito cuando piensas en decirme cuatro cosas que nos gustan a los dos.
Es tu fiebre vespertina un dulce aliento de frescor,
con tus ganas de abrazarme, con mi ansia de besarte y sin horas en el reloj.
Es el tiempo que te sueño, son tus labios, ¡Claro que lo son!
dos países extranjeros en la tierra de mis dedos
cuando intento atrevido decidirme sin remedio
a tocarlos con honor, a besarlos, cómo no.
Son tus riñas y mis lamentos, una copa y vámonos,
una taza de cariño y en la espuma que rebosa dibujaste un corazón.
Es tu árbol de la suerte la fragancia del recuerdo,
recordando los olvidos que nos hicieron prometer ser felices
cuando juntos recordábamos estos huecos
que llenamos con la brisa de la vida olvidándonos del ayer.
Túneles
Sal por la vía y no aceleres tanto.
Cuando pases por el Motel de la carretera
que creíste destino,
justo donde el amor floreció en las terrazas
mientras tú hacías de jardín siendo ceniza,
llégate por recepción
y coge las llaves de la habitación de mi olvido.
Los ferrocarriles ya te han silenciado,
la lluvia -cuando grita-
borra los graffitis
de las paredes de las fábricas,
las nubes, como bailarinas migratorias,
te recuerdan que el tiempo
cambia a las doce.
Date otra oportunidad,
enciende el túnel y mira bien las señales,
no vaya a ser que descarriles
y las montañas
tengan que llorarte manantiales
murmurando mi nombre;
viaja en paz
y recuerda que dos más dos da infinito.
Coge la primera bifurcación a la derecha,
quiérete mucho al volante roto,
mete cuarta y sal de la rotonda por el ramal
para llegar de nuevo
al lugar de donde nunca has salido.
Que alguna vez el calendario frene sus ansias
de tirar por tierra un día de cada mes.
No hay tiempo si no existe segundo
o el momento de suceder.
No hay suspiro sin dueño
ni locura sin freno,
ni con el tiempo se hacen eternos los jardines.
Los edificios lloran lágrimas sucias
mientras la humanidad aguarda alicaída.
Los cielos son grises, abundantes,
marionetas del capricho incesante de los segundos.
El transcurso, el tiempo
no son más que la regla que infligen los recodos del sentimiento puro.
El tiempo y sus jodidas costumbres,
la muchedumbre,
tú y la eternidad de un instante.
Declaración de intenciones
Es un otoño distinto.
Las persianas gritan,
el cielo se calla,
las farolas susurran y el agua emana.
Hay viento en tu pelo,
rayos por cada mirada que nos cruzamos.
¿Qué son las tormentas a tu lado?
Si cuando el único desastre que existe
es tu ausencia.
Contigo todo está perfecto,
como si el sol fuera tuyo solo
y de nadie más.
La tempestad es lo más parecido
a un poema sin hacer,
una madrugada rota por las fuentes.
Y vaya suerte que Madrid
tenga acogida para un beso
en este diciembre gélido.
Para que luego me digas que nada es para siempre.
No importa la vida
En esta playa que presume de luna en tus ojos
se esconden los secretos mejor guardados de tu mirada,
esa con la que me acercas al frenético abismo de observarte.
La vida no importa tanto contigo,
el mundo es para todo contigo,
contigo las montañas que, esclavas de tu palabra,
edifican nubes para llegar a tu clímax de belleza.
Los charcos se secan, las luces se encienden,
las noches se peinan de rosas,
tus labios deseo, tus manos de seda,
futuro imperfecto de la segunda persona
del singular de “cuando quieras me besas”.
Sabes lo que es el universo cuando sueñas que todo va a ir bien,
que todo es como tú quieres que sea
y que logras conquistar con un gesto
lo que nadie consigue con todo.
Inclinación
Las estrellas son la
poesía escondida.
Miro la luna y con sus
destellos me va dibujando tu nombre.
Te quiero como la
tierra al agua,
como los jardines al
sol,
como los jabalíes
encharcándose en los montes.
Ya lo sabe el viento,
que correteaba
sigiloso por las calles dejando el silencio.
Y el mar, suntuoso
escándalo nocturno,
porque no le hace
falta botellas náufragas para saber mi mensaje.
Te quiero como punto
de partida,
como crecen las
plantas erguidas luciendo naturaleza,
como aquellas montañas
que desean la nieve para calmar a las tierras inquietas,
cubriendo su esencia
de belleza.
Quiero decirte que te
quiero,
que mis cataratas de
amor siguen su curso límpido y transparente hacia las aguas puras que bañan tu
recuerdo.
Por eso te quiero,
porque las caídas de
las hojas
empezaron con las
ramas gimiendo,
recreando nuestros
pétalos,
imitando nuestros bailes con sus vuelos hacia el suelo.
Odio a la gente que pega voces en los bares
Odio a la gente que pega voces en los bares.
Se piensa que la barra es una subasta de hombría.
La odio también porque algunas van despeinadas.
se piensa que su cabello
es un matorral después de una tormenta.
También te odio a ti a veces,
sobre todo desde que sabes que la poesía
ya no te huele el rastro.
Me dan pena los perros por las calles
en busca de sus particulares sueños americanos
en los que imaginan un hogar lleno de luces
y de comida abundante.
Odio a la gente que no hace ciudades en sus salones,
que no hace musicales en los baños,
que no hace las paces en el espejo.
Rechazo a la gente que se calla lo que piensa
¿Acaso los volcanes silencian su erupción?
Odio a la gente que bebe güisqui cuando no es de noche
y cuando tiene algo que olvidar se le olvida
lo poco que pueda tener.
Odio a la gente de sonrisas de alquiler,
de miradas postizas
y de besos mediocres.
Odio a toda persona que odia,
por eso me odio solo a veces.
Odio las bodas programadas,
los tatuajes que significan nada,
odio tu forma de ausentarte,
las bibliotecas llenas de polvo,
las estanterías llenas de recuerdos de los 80.
No me gusta el Mercadona
y el manoseo de la gente loca en las cajas
como si fuesen ballenas que van varando por el temporal
en cualquier playa llena de ruidos.
No me gustan las colas gigantes para el cine,
ya que no soporto las películas que me recuerden a ti.
Odio máximo a la sopa fría,
al olor a frito de las cocinas de feria,
a los sombreros verdes de sombra
en cabezas cuadradas.
Odio los relojes parados
y el sonido angustioso de la navidad.
Odio el arcoíris porque no aparece cuando lo necesito,
odio los trenes pintados,
las manos sucias,
las charcuterías con carteles viejos.
Odio a la gente que pega voces en los bares
porque de ellas -inconscientemente-,
voy cogiendo cada una de las letras de tu nombre.
Las avenidas sin semáforos,
abandonado a mi suerte.
Naufragio
Mira, para que no te pierdas:
Que no protesten los silencios mientras nos miramos como si nada.
Esdrújula
Francisco Javier Romero Alanzabes está galardonado con el escudo de oro de la Unión Nacional de Escritores de España.