La boca muerta


Recuerdo vagamente que sus besos
se insinuaban en sus ojos soñolientos
y expiraban en sus macilentos labios,
fríos y temblorosos, casi morados.
Estaba cansada de amar y ser amada.
Tal vez harta de vivir como una tonta
rodeada de ineptos que por su príapo
se tomaban el cielo con sus manos.
Y repitiendo como una idiota todo el día
los cariños aprendidos al socaire,
como una estúpida que siente no sabe qué
y se sienta como las piedras para parir
gente como ella y como él.
Ese seductor mercachifle de tres al cuarto
que despliega sus toscos dedos
para tocar la humedad reseca y plasta
de las entrañas y de las ingles heladas.
Quizás harta de repetir y escuchar
las mismas palabras bobas, vacías
de verdadero amor y pasión
que no encienden sino que apagan
la hoguera de los corazones más sedientos.
O los mismos marcos, los mismos cuadros,
los mismos pintores sin imaginación
ni plástica de torsos desnudos
que no saben inventar otras figuras
que las mías cuando sueño y me desvelo
en las noches obscuras de mi luna,
sumida en la insatisfacción más profunda.
Sola, desacostumbrada y desesperada
por la agitación inútil de mis miembros
llenos de anhelo y deseosos
ante el derroche de la incertidumbre del mañana.
Siento que muero ese cada día:
y que cada día
muero un poco más de lo esperado.
Anclada en el desamor, sola y entristecida
por la falta de acicate para rellenar la horas
que pasan como fantasmas del reloj
ante mis doloridos y fatigados ojos.
No me conmueve nada de cuanto tú
me susurras quedo en el oído insensible;
y tampoco me importa nada de ti;
Tu sangre congelada se queda pegada
a mi gelidez mortal que ni el invierno.
Y tu cuerpo me parece tan ridículo
y menos importante o interesante
que el de los monos; que mi almohada,
con la que sí me refriego y me caliento
cuando te doy la espalda y sueño con otros
que no tengo ningún deseo en conocer.
Te debates como un títere entre el sí y el no.
Y entremedias desconoces tu futuro
y cien mil cosas más que te envuelven,
por no declararlas todas una por una.
Alardeas de lo que no eres y nunca serás.
Eres un reptil que respira... y poco más.
No me intrigas ni despiertas en mí
pasión alguna. Eres un cuerno de cencerro
y un badajo de campana enmohecida
a la intemperie de los siglos que no son
para ser: mañana tampoco contarán nada.
Añorados porque en ellos
tampoco aleteó nadie digno
de que yo volviera mi mirada;
no me importa nadie,
no me importa nada.
Tampoco me importa tu mundo
más que la distancia equidistante
de un punto a otro si no estoy
dispuesta a forzarme para reconocerlo.
Patrañas repletas de falsas ilusiones.
Fantasías pergeñadas por la biología
de los ciclos, la confabulación de buitres
y la reafirmación del cuento invisible.
Te habla, amigo mío, el plural de mi alma,
que ni es ella ni es tampoco él; un poste rígido
ante la perplejidad de la existencia.
Y eso no es sin gracia que te lo revelo,
para nada... a ti.

José Luís Benítez