Cuando los Dioses Navegan. La Influencia de los Dioses Egipcios en la Navegación

Artículo de Javier Sánchez Páramo

Lejos quedan ya los tiempos en los que la arqueología era, poco más, que un rimbombante nombre para la caza de tesoros, y el ser “arqueólogo”, una especie de autorización para trasladar a tu país, o a tus mecenas, todo aquello que encontraras a tu paso, sin más análisis, estudio ni clasificación. Afortunadamente, hoy, gracias a la arqueología, y otras disciplinas, podemos conocer de forma fehaciente, gran parte de nuestro pasado. 

Así ocurre, como en otros muchos, en el caso de la religión egipcia. Podemos afirmar que hoy conocemos de forma bastante aproximada cuáles eran las creencias, los ritos, los mitos, los dioses, los cielos y los infiernos a los que adoraban, alababan y temían los antiguos egipcios. Gracias a esos conocimientos, afirmamos, casi de forma innecesaria por la propia obviedad de la afirmación, que la religión era uno de los grandes pilares de la civilización egipcia. Sin embargo, a veces, por razones que “vaya a usted a saber”, cuestiones de gran relevancia quedan arrinconadas, alumbradas con una luz muy tenue, demasiado tenue en algunos casos. Así, creo que ocurre, y ya lo he citado en alguna ocasión en estas mismas páginas, con el ámbito de la navegación en el Antiguo Egipto. Si la religión, como hemos dicho, es uno de los grandes pilares que sustentan a la civilización egipcia, la navegación es el otro. Hoy, me dispongo a apuntarles algunas de las relaciones que, por supuesto, existían entre ambos.

Empecemos por un símbolo que, todavía hoy (tres o cuatro mil años no son nada), es para muchos un talismán protector que podemos ver en colgantes, pulseras, e incluso tatuajes; el ojo de Horus, el udjat en su nombre egipcio. El cometido de este amuleto es obvio; vigilar, mirar, observar los males del mundo, estar ojo avizor ante cualquier peligro. Su vinculación con la navegación es obvia pues cumple todas las funciones del vigía. Por tanto, los egipcios, situaban en la amura de sus embarcaciones, muy cerca de la proa, sendos udjat, para que vigilaran (y avisaran) de los numerosos peligros que podían acechar en las singladuras fluviales; cocodrilos, hipopótamos, bancos de arena, otras embarcaciones…por no hablar de peligros ultraterrenales. Pero muchos de esos mismos peligros, podían ocultarse bajo la superficie, ¿también tiene ese ojo el poder de ver bajo ella?, bueno, ante la duda, solían adornar con idéntico símbolo las palas de sus remos. Al igual que hoy son muchos los que confían en la función de este amuleto, son muchas las embarcaciones de pesca y recreo en las que podemos seguir viendo el udjat, especialmente en el Mediterráneo oriental, tanto en la costa europea como africana.

El gran Dios del Imperio Nuevo, Amón, también tiene una fuerte vinculación con lo náutico, no en vano, algunos de sus epítetos eran; “Padre de todos los vientos”, o “Alma del viento”. Incluso existía la creencia que una agradable brisa, al amanecer o al atardecer, era el mismo Dios brindando sus caricias. No era una cuestión menor esta del viento, ya que, para remontar el curso del río, es decir navegar de norte a sur, la presencia de este se hacía, en algunos tramos, imprescindible. En dichos tramos, en aquellas épocas del año en las que estos vientos eran inexistentes, la navegación, sencillamente, no era factible, al menos a gran escala. Igualmente, es conveniente saber si navegamos por el Nilo, que el simple hecho de pronunciar el nombre de Amón, era capaz de aplacar a los cocodrilos, nunca se sabe. En relación con este dios tenemos la barca denominada userhat-Amón, algo así como “poderosa proa de Amón”, que era la barca que empleaban en las festividades para trasladar las imágenes de los dioses. En definitiva, una suerte de paso o trono, de nuestros tiempos.

Nun era el océano primordial del que emergió la colina primigenia, y en la que empezaron a surgir los dioses mediante distintos procesos según la cosmogonía a la que acudamos. Para los egipcios era una representación, o simbología, del “Gran Verde”, aquella inmensidad sin límite ni fin que podían observar allá donde el Nilo terminaba, un límite del Universo, un límite separador del Orden y el Caos, lo desconocido, lo potencialmente maléfico. Era habitual que fuera representado sosteniendo una barca sagrada con ambos brazos por encima de su cabeza. En dicha nave, solían aparecer embarcados diversos dioses, y en el centro, el escarabajo Khepri en su labor de empujar al disco solar.

Otra deidad fundamental en el ámbito en el que nos movemos es Hapy. Aquí conviene puntualizar que son muchos los que creen que Hapy representa al Nilo. No es así, hay un matiz, sutil, pero diferenciador. Hapy no era el Nilo en sí, sino la crecida de este. Se suele representar con aspecto andrógino, como la unión necesaria de lo masculino y lo femenino para crear vida, que era, a fin de cuentas, lo que provocaba la crecida del Nilo, ¡vida!

El caso de Isis es muy peculiar, puesto que Isis, en la tradición egipcia no tenía una especial relación con lo marinero, más allá de que como diosa preponderante en el panteón apareciera representada, a menudo, a bordo de diferentes tipos de barcas sagradas. Sin embargo, se convirtió en una auténtica diosa de los mares a la que rindieron culto en ese aspecto hasta los emperadores romanos. Esta transformación se produjo a través de dos vías. Por un parte, el intercambio cultural con los pueblos del levante mediterráneo, provocó un sincretismo con la gran diosa Asherat, también llamada Ishtar o Astarté según los pueblos de procedencia. Esta diosa, especialmente en Fenicia, si tenía un gran poder sobre el mar, siendo una de las principales deidades de un pueblo netamente marinero, por lo que esa influencia sobre el ámbito marino, contagio a la Isis de los egipcios, y a su vez, los fenicios asimilaron gran parte de la magia y las cualidades maternales de la diosa egipcia a su Astarté. El otro camino, el otro proceso, tiene que ver con Alejandría, que hizo que, definitivamente Egipto se abriera al mar y, por tanto, la navegación ya no solo se circunscribiera al Nilo, aunque por supuesto, los egipcios ya habían surcado el Gran Verde. Como sabemos, ya en esa época el poder estaba detentado por los griegos que, ni muchísimo menos rechazaban a las deidades locales ni sus tradiciones. Así, Isis, se convirtió en la patrona, o la gran Diosa de Alejandría, entre otras cosas, y de nuevo vamos a vivir un proceso de sincretismo religioso, por su gran similitud con Deméter en el ámbito de la fecundidad y la vida de ultratumba, de nuevo esa equiparación de los ciclos naturales agrícolas, con el proceso de muerte y resurrección. Desde el siglo I a.C. se tiene constancia de la alusión a Isis Pharia, probablemente en relación con el popular Faro de la ciudad. Desde allí, desde Alejandría, la difusión de Isis por todo el Mediterráneo, y especialmente hacia Roma, fue imparable. Tal es así, que los romanos, asumen que gran parte de su sustento dependerá de las decisiones de Isis sobre el mar, celebrándose dos festividades religiosas de gran importancia en honor a la Diosa.

Las Navigium Isidis, se celebraba a comienzos de marzo para festejar el comienzo de la temporada de navegación, tras el parón invernal de la flota, y para, por supuesto, pedir los favores de la Diosa. La otra festividad era la Sacrum Phariae, que se celebraba el 25 de abril, con la participación directa del Emperador, y que se celebraba en el puerto de Ostia para celebrar la llegada de la flota procedente de Egipto con el preciado cargamento de trigo, no olvidemos que durante mucho tiempo a Egipto se le llamaba el granero de Roma, y gran parte del sustento de la sociedad se debía a esos alimentos procedentes de Egipto.

Si los vientos y los dioses nos son favorables, seguiremos navegando.

Javier Sánchez Páramo es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.