El galán

Relato corto de Tomás Bernal Benito

“Disfrutemos de lo que aún podamos,

antes de que el polvo nos devore ruin,

y el polvo en polvo nos volvamos,

sin vino, sin canción, sin cantor y sinfín” 

Omar

Te sitúas en lo alto de la escalera del tugurio.

Te ajustas el sombrero Borsalino y te abrochas un botón de la americana. Uno solo. El primero. Previamente te has quitado el anillo guardándolo en el bolsillo, dónde introduces cuatro dedos de tu mano derecha dejando el pulgar fuera. En la izquierda, un cigarro. Con el meñique esparces la ceniza sobrante. Echas un vistazo a los zapatos y de forma mecánica frotas sus puntas en las pantorrillas, aunque no les hace ninguna falta pues los traes recién lustrados de un limpia del paseo Independencia. Y comienzas a bajar despacio, seguro de ti mismo, por unas escaleras delatadoras de madera agrietada que crujen a cada paso que das y que te introducen en un mundo sórdido, de escasa iluminación. Conforme desciendes, ojeas el local. Un ambiente cargado de sudor, alcohol de garrafa, perfume barato y humo de picadura te va envolviendo.

Tienes suerte galán, te dices a ti mismo, pues tan solo hay una pareja en la pista y eso te convierte en el centro de atención de todas las mujeres, unas de pie y otras sentadas, pero todas de espaldas a la pared, que depositan en ti sus lánguidas miradas en un ruego suplicante y silencioso de ser tu elegida. Pero tú ya has escogido. Es la rubia de melena corta que te ha recordado a la actriz americana Madeleine Carroll, de la cual, en el Salón Doré del paseo de la Independencia, exhiben el cartel de su última película, “El prisionero de Zenda”.

Esta sentada en una banqueta alta junto a la barra de bar. Viste de negro ceñido, medias negras y calza zapatos de tacón de fina aguja. Rompe el color de su indumentaria sus labios de púrpura intenso y piensas cómo te gustaría besarlos. Te diriges a ella cruzando la pista ante el desencanto del resto de las presentes, que de reojo observas como cuchichean a tu paso e incluso las más atrevidas te señalan y se dan con el codo. Al llegar a su altura le quitas el vaso que lleva en la mano, bebes un sorbo antes de dejarlo sobre la barra y a continuación le susurras algo al oído. Sonríen sus labios rojos mientras se levanta y cogiéndola con firmeza del talle os marcáis el resto de un bolero, Dos Gardenias, de Machín, que toca la orquestina situada al fondo del local, bajo un arco de ladrillos carcomidos. Sin daros tregua, la voz rasgada del cantante entona a continuación La Comparsita.

Galán, por tu experiencia profesional sabes muy bien que para bailar el tango se necesita a la pareja adecuada y la Carroll sabe lo que se hace, pues se mueve por la pista con evidente naturalidad, con gestos calculados, y a las órdenes de la presión de tu mano, del movimiento de tu zapato o simplemente de la mirada, se acomoda a tu paso con una obediencia rayana en la sumisión, cuando bruscamente, entre vuelta y vuelta, frenas el ritmo reiniciándolo después.

Tras finalizar la pieza, la orquestina se toma un descanso. La Carroll, envuelta en gotitas brillantes que invaden su rostro y emanando sensualidad por toda su epidermis, aprovecha la ocasión para pedirte un pitillo que tú extraes de tu pitillera. Del mismo bolsillo sacas un chisquero y como un profesional que eres, con un golpe certero de la mano prendes la chispa y mientras ella acerca el cigarrillo a la brasa, tú intentas desentrañar el misterio que emana de esos ojos negros entornados por el humo del tabaco que te observan y te embrujan.

Es entonces cuando echas la mano a la cartera. En ella llevas el alquiler para el casero. Dudas un instante, el tiempo suficiente para decirte, qué carajo galán, todos los días no se enamora uno.   

VII Certamen Literario para personas Mayores. Universidad Popular de Talarrubias (Badajoz). Primer Premio en la modalidad de Relato.

Tomás Bernal Benito es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.