Rosa María Costa Matas, poemas

El mar me salva

El mar me salva,

el mar me salva siempre

de mis decepciones,

de mis amarguras,

de mis errores, siempre.

El mar me salva

de mis confusiones,

de mis dramatismos,

de mis lágrimas infinitas,

me salva siempre,

de mis equivocaciones,

de mi indecisión,

de mi propia sombra.

Él me salva porque

a él acudo

y le hago entrega de todo,

ya no queda nada,

una vez más y siempre

todo se lo lleva

y limpia mi alma.

El mar siempre me salva.


Siempre hay un motivo

Siempre hay un motivo

para empezar el día,

una sonrisa nueva,

una mirada distinta,

de personas anónimas

que también se preguntan

por qué amanece otra vez,

pues les pesa la vida.

Vivimos inmersos

En nuestro propio mundo

creyéndonos únicos

en sufrimiento:

egoístas, egocéntricos,

narcisistas, poseídos

de una inmerecida

superioridad: yo, yo,

me siento mal,

cuando lo tienes todo.

Y te dejas abatir

por tus fantasmas,

quieres morir,

no soportas tus fracasos

ni tu infelicidad,

aunque en ellos te recreas

una vez más.

No hay otra realidad,

mas la tienes cerca,

solo mira a los demás,

ellos también sufren

debajo de su antifaz,

y vienen y van

por la estrecha calle

de la soledad.

Y la vida sigue,

no le tengas tanto miedo

y resiste;

nada es tan tremendo

como tu mente te dice.


Temprano en la playa

Llego temprano a la playa

y tan sólo unas huellas de gaviota

atraviesan la arena inmaculada.

El horizonte diáfano;

tan sólo unas velas blancas

se atreven a vulnerarlo.

Todo es quietud y armonía

en esas horas tempranas.

Caminantes por la orilla

también van desperdigando

sus pisadas somnolientas,

meditando, tal vez soñando,

y se alejan, otros llegan

trazando nuevas historias

en un vaivén incesante

de alegrías y tristezas.

La playa a horas tempranas

es un refugio para el alma.


La marea

La marea me trae

la marea me lleva

unas veces estoy lejos

otras muy cerca.

 

Como las olas,

mi vida va rompiendo

contra las rocas.

 

Una corriente fría

nace del fondo

y atraviesa mi cuerpo

arrasando con todo,

con lo bueno y lo malo,

con el amor y el odio.

 

Ya está la mar en calma

y mi vida serena y sosegada.

La marea me trae

la marea me lleva

unas veces estoy lejos ,

otras, muy cerca.


Trilogía de la luna

I

La luna preside el cielo

en la noche interminable

y tú despiertas de tu sueño

anegado en  lágrimas imparables.

Y sales a buscarla

por los caminos oscuros,

ella siempre en el centro

te observa con sus ojos profundos.

Ya no sientes miedo,

tus pasos son seguros

y en la inmensidad de la noche

recibes, pleno, su influjo.

Los árboles te arropan

con sus brazos poderosos

y ya no miras atrás,

lo has olvidado todo.

En el cielo está lo que añoras,

en el cielo está lo que buscas:

el Universo total,

y en el centro, la luna.


II

Luna redonda, enorme,

que nos miras desde arriba,

lugar privilegiado

desde donde nos vigilas.

Te pavoneas

luciendo tu hermosura

de orbe a orbe,

presumiendo de blancura.

Tu sonrisa inmensa, amplia,

nos contagia y llena

la tierra de energía.

Y nos sigues mirando

con tu cara ancha

de ojos traviesos.

Te sabes importante

y avanzas por el cielo

negro, de estrellas

envidiosas salpicado.

Estrellas que te adoran,

como nosotros te adoramos,

presumida y picarona.

Bondadosa lo das todo,

te das toda entera,

redonda esfera

de luz y de amor.

Cada noche te esperamos

para recibir tu don,

luna grande ,luna clara,

luna enorme de amor.


III

Luna, luna, luna, luna,

deja que te mire

y me impregne de tu hermosura,

de tu pausada elegancia,

de tu glacial compostura.

Déjame seguir tus pasos

a lo largo de la noche,

ya que los míos se pierden

sin rumbo, sin horizonte.

Cuando ya el sol se esconde

salgo a buscarte,

quiero encontrar tus ojos

que me miran sin juzgarme.

Nadie como tú me entiende

ni sabe cómo tratarme;

yo solo contigo hablo

pues no existo para nadie.

Luna, dame tu mano,

déjame que suba arriba

y que me siente a tu lado:

sé tú mi mejor amiga.


Soneto de la playa

Al final de la playa hay unas rocas

recubiertas de verdes suavidades

y en su interior profundas oquedades,

forman cuevas abiertas como bocas.


El agua que allí llega se desboca

y extiende inusitadas claridades,

volviendo luego a las profundidades,

lecho amoroso que su ansia sofoca.


Cuántas tardes de estío habré pasado

sentada en esas rocas, extasiada,

mirando al mar, de puro, contemplado;


no de él desviando la mirada,

las horas pasan sin variar mi estado

que ante dicha visión ya todo es nada.


Entre las dunas

Entre las dunas,

salvaje,

así quiero estar,

con la playa desierta,

solo el mar por delante.

El rumor de las olas

mi sola melodía

y las gaviotas volando

mi compañía.

La arena blanca

es mi lecho

y por la noche,

estrellas en el cielo.

Así quiero estar:

en la playa desierta,

y enfrente, el mar.

La blanca espuma

es la suave caricia

que me envuelve,

me abraza,

renueva mi vida.

Por la orilla, mis pisadas

dibujan un camino

de recuerdos, de historias,

de sueños no cumplidos.

Y sigo la estela

de sur a norte,

igual que mi destino,

no importa adonde.

Delante el mar,

detrás las dunas,

no necesito ni quiero

mayor fortuna.

Esta es la vida soñada,

ésta es la vida que anhelo:

la arena, el mar

y el cielo.


Sensibilidad

Sensibilidad,

ingrata cualidad,

amargo estado en que el alma

se vuelve de papel,

frágil y delicada.

Cual el cristal, transparente,

que todo lo ve

y todo lo siente.

Con qué facilidad se rompe

mi triste corazón,

un día tras otro

voy recogiendo trozos

y recomponiéndolo.


La vida no se para

Por qué la vida no se para

en aquel momento feliz,

en aquel instante,

en que creíste tocar el cielo

con la punta de tus dedos.

Por qué no se paró aquella noche,

aquella madrugada,

en un bello viaje o de una llegada

en los besos y abrazos

o al cruzarse dos miradas.

La vida sigue inexorable,

apenas rozas la gloria

ya se te escapa

y sigues amontonando tus recuerdos

que poco a poco

se van diluyendo en el tiempo,

ahora solo queda el profundo vacío,

la soledad es lo que queda

de la vida que pasó

y ni siquiera las lágrimas

te harán recuperar ni un solo instante

de aquella felicidad.

Los que fueron ya no son,

los que estaban ya no están,

no te aferres a nada ni a nadie

y deja todo pasar,

no quieras retener

lo que es imposible ya.

Mira al frente y sé feliz,

lo que una vez viviste

es ya tuyo para siempre

y contigo morirá,

no vivas en el pasado,

tienes más vida por delante,

vuela alto, coge aire,

empieza ya a soltar lastre

y andando con paso ligero

disfruta bien tu viaje.


Amar

Cómo admiro a esa gente que ama normal,

sin aspavientos,

sin alterarse,  sin añorar,

que no derrama una lágrima en el adiós,

que no vuelve la mirada

cuando ya el camino se interpone entre los dos,

que no echa de menos,

que no quiere volver

a lugares, a recuerdos,

que no se le encoge el alma

cuando en un punto lejano

los ve desaparecer.

 

Cómo la admiro... a esa gente,

cuando se van, cuando vienen

sin llevar en su equipaje

el peso enorme de unas palabras,

de un beso, de una caricia

que en el pasar de los años

de nuevo han cobrado vida,

y aquí están, a tu lado,

no los puedes apartar,

hora tras hora

y en cualquier lugar,

ellos, los recuerdos,

los lugares, los amores

que fueron, son y serán, ellos,

pasado, presente y futuro,

ellos…los recuerdos,

sé que nunca se irán.



Barcos a lo lejos

Barcos en la lejanía,

¿adónde vais?

decidme vuestra ruta.

Velas al viento,

¡cuántas tempestades

os habrán deshecho!

Ni tormenta, ni huracán

pueden a estos navíos

doblegar en su afán.

Mi corazón, barco velero,

tampoco se domeña

con viento ligero,

que aguanta tempestades

y después de hundido

bien puede resurgir

de las profundidades.


Ulises

Yo como Ulises un día

oí cantos de sirenas,

pero en lugar de alejarme

yo quise irme con ellas.

¡Si mi barca ya maltrecha,

partida, resquebrajada,

había ya zozobrado antes de verlas!

¡Ya, qué más daba!

Me fui con ellas, huí,

atravesé los océanos,

contra las rocas rompí

hasta hacerme mil pedazos.

Y volví.

No era mi mundo.

Ellas tan libres, y yo,

ahogada en mi propio llanto,

no supe ser como ellas:

solas, altivas, seguras,

del mar y las rocas dueñas,

sin miedo ni culpa.

Me produjo espanto

sentirme desnuda

y al fin tuve que pedir,

como Ulises,

unas fuertes ligaduras.


Nada

Nada es nuestro.

Nada es tuyo ni mío,

nada es del tiempo,

nada es de ayer,

ni del hoy ni del mañana,

nada es real,

ni nuestra propia alma.

 

Nada es eterno,

ni lejano ni próximo,

ni verdadero.

Nada es triste ni alegre,

nada es propio ni ajeno,

ni mortal o inmortal,

ni duradero,

ni pasajero o fugaz,

nada es perpetuo.

 

Nada cierto ni incierto,

nada seguro, nada certero,

nada odiado ni amado,

nada imperfecto o perfecto.

Nada es lo que es,

nada es nada,

ni crucial ni banal,

ni de la tierra o del cielo.

 

Nada eres, nada soy,

y nunca nada seremos.

Nada el ayer, nada el hoy,

nada es el alma ni el tiempo.


Rosa María Costa Matas es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.