Pedro Antonio Martínez Robles, poemas

La herencia

Inexplicablemente, como todos

los atroces actos que cometemos,

golpeé a mi perro sin piedad alguna

por un simple destrozo en las dalias del jardín.

Tal vez mi ciego impulso obedeciera

al hecho irrefutable

de ver tanta belleza mancillada

por un extraño ser que no comprende

los daños que ocasiona y mucho menos

el severo castigo que le inflige

quien finge amarlo y lo acaricia a veces

y vierte cada día a manos llenas

en su plato los dones de la vida.

 

En un extremo del jardín mis hijos

me miraban con desolados ojos,

pues no podían, acaso, comprender

tanta violencia. En ese mismo instante

una tarde lejana

afloró con su herida en mi memoria,

pues recordé a mi padre en un acto semejante

y yo igualmente lo miraba

desde un rincón con doloridos ojos.

 

Caerán los años

y –¡quién sabe!– tal vez el tiempo torne

mucho más vulnerable mi conciencia,

pero habrá de ser ya irremediable

que la dureza instale su ceguera

en los vírgenes ojos de mis hijos

y ellos también, con desabrido gesto,

descarguen su impotencia sobre un perro

y atónitos sus hijos los contemplen.

(Del libro “La llaga presentida”)


Ausencias

Como esta tarde oscura de septiembre,

Otras tardes sin luz ocupan mis cuadernos.

Es el frío. La soledad y el humo.

El viento gris que agita los cipreses,

la tierra y el olvido; son sus signos,

la blanca desnudez del arce en ciernes.

Qué semejante

es esta opacidad a la tristeza

que anuncia los inviernos.

No pesa el tiempo ni pesa la materia

helada que soporta sus estragos;

es el lento exterminio de las sombras,

la huella de lo amado,

los pertinaces huecos de lo ausente

y su silencio.

Mucho más que los años,

pesan los muertos.

(Del libro “El ámbito de la luz”)


La dicha de amarse

Nos queda la noche para estar solos.

No cierres la ventana, deja que entren

los ruidos de la luna y las cigarras,

el olor de la hierba en el jardín,

la vieja melodía

del agua resbalando en su quijero.

Escucha conmigo el rumor del mundo,

y así, si alguna vez la desmemoria

llegara a arrebatarnos este instante,

tan solo con abrir una ventana

a la luz de la luna,

al agua de la noche o a las cigarras

que apuran su canción en estos días

milagrosos y ardientes del verano,

sabríamos sin duda que fue cierto

este intenso latir de nuestros pulsos

y que juntos vivimos esta dicha

de amar y ser amados, aunque entonces

seamos incapaces de acordarnos.

(Del libro “Tu voz, que ahora importa”)


Pedro Antonio Martínez Robles es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.