La navegación en el antiguo Egipto. El entorno geográfico

Artículo de Javier Sánchez Páramo

Parece ser que hubo pescadores y marineros antes que agricultores. El hombre sintió más la necesidad de embarcaciones que de casas”

Estas palabras del marino e investigador D. José María Martínez-Hidalgo, expresan a la perfección lo que la lógica nos dicta, a poco que meditemos un poco sobre ello, y lo que se ha hecho evidente a la luz de estudios arqueológicos y paleontológicos, como los de George F. Bass, Barry Cunliffe, Paul Johnstone y muchos otros: La paulatina expansión del Homo sapiens por todo el planeta tuvo que estar necesariamente ligada a la navegación, ya fuera en ríos, mares o lagos.

El primigenio impulso de esta vinculación, vino dado por la necesidad de búsqueda de recursos alimenticios, el transporte de materiales y personas, o la inquietud intrínseca del ser humano de explorar más allá de lo conocido. Este fenómeno se fue desarrollando por las riberas de todo el planeta y, como no podía ser de otra manera, el Nilo y Egipto, Egipto y el Nilo (pues a fin de cuentas son, o fueron, una misma cosa) no solo no fueron una excepción, sino que vieron nacer, como en tantas otras cuestiones, el arte de la navegación, con todo lo que ello supuso para su propio desarrollo y, por extensión, para el de toda la humanidad.

Los más antiguos vestigios de la civilización egipcia; textos, pinturas, relieves… no hacen más que corroborar como la navegación abarcaba todos los aspectos de la existencia para los egipcios; la concepción de la vida tras la muerte, el viaje del sol a través del cielo, sus mitos, sus rituales, su ocio, su subsistencia…Si buscamos el aspecto material, la arqueología también nos ofrece multitud de pruebas referentes a esta cuestión. Como ejemplo, los trabajos en El Kab, en el Alto Egipto, han puesto de manifiesto el consumo de peces del río ya en el séptimo milenio a. C. Esto, probablemente, denota el uso de primitivas embarcaciones de papiro o cualquier otro tipo de material vegetal, en la parte final del Paleolítico.

Es recurrente en cualquier texto sobre el Antiguo Egipto, comenzar aludiendo a la vital trascendencia del Nilo para su entorno geográfico y humano. No cabe duda de que, lejos de ser una frase hecha o un tópico habitual, sin el peculiar régimen de inundaciones del río y la fertilidad que estas provocaban en las llanuras de sus riberas, habría sido poco menos que imposible el desarrollo de una civilización como la egipcia en los desiertos del noreste de África. Igualmente, recurrente es la alusión a Egipto como el “don del Nilo”, procedente de Heródoto de Halicarnaso, quien en su Libro Segundo de los Nueve libros de Historia se ocupó largamente de la topografía egipcia, además de abordar otras cuestiones como las costumbres del pueblo egipcio, la zoología, la momificación o la historia. Por tanto, desde las apreciaciones de Heródoto, hasta la aplicación de una simple lógica visual aplicada a las detalladas fotos aéreas, a las que podemos acceder sencillamente desde nuestros ordenadores hoy en día, la importancia del Nilo es algo tan relevante que casi podría ser obviado en muchas ocasiones. Sin embargo, dada la naturaleza de este artículo, me permitiré mostrarles algunas características del medio en el que se desarrolló la navegación egipcia.

El río Nilo es el más largo del mundo, con un total de 6.853 kilómetros que evolucionan de sur a norte, desde el África Oriental, hasta el Mediterráneo. Su caudal medio es de 2830 m3. / s. y la superficie de su cuenca abarca una extensión de 3.254.555 kilómetros cuadrados.  Los estudios topográficos y geológicos de la cuenca del Nilo han desvelado el paulatino proceso de modificación que ha experimentado el río a lo largo de millones de años en su recorrido. El curso actual del río quedo establecido, a grandes rasgos, en el plioceno (5,5 mill. – 2,6 mill. de años), al tiempo que quedaba conformado el mar Mediterráneo y se abría el mar Rojo, así como la fosa que albergaría el mar Muerto, debido a los movimientos tectónicos. Sería a finales del Paleolítico cuando el retroceso de los hielos en el continente europeo provocaría un importante cambio climático en la zona norte del continente africano, el clima se tornaría mucho más seco, y el Nilo, una especie de gran lago interior, vería reducirse su cauce hasta llegar a la configuración hidrológica que presenta en la actualidad.

Pero las modificaciones del cauce y el caudal del Nilo no solo han sido obra de la naturaleza. Desde el siglo XIX, la construcción de presas y esclusas han alterado significativamente la configuración del río. La culminación de estos cambios tuvo lugar, sin duda, con la construcción de la Gran Presa de Asuán en 1971 que puso fin al milenario ciclo de crecidas y permitió el aprovechamiento permanente de una gran superficie de cultivo al crearse un eficaz sistema de irrigación.

El Nilo, en sentido estricto, es fruto de la confluencia de tres brazos principales; el Nilo Azul, el Nilo blanco y el Atbara. El recorrido más meridional, de Jartum a Asuán, se encuentra jalonado por seis cataratas. Conviene precisar en este punto que las llamadas “cataratas” consisten en realidad en una serie de estrechamientos y rápidos originados por cambios en la constitución del lecho rocoso. A partir de Asuán, hacia el norte se abre, con anchuras variables, el Valle del Nilo durante unos 1.200 kilómetros.  Esta anchura del valle oscila entre su práctica inexistencia en Gebel Silsileh, hasta los más de 20 kilómetros en la zona de El Fayun.  Es precisamente en la zona del Valle donde se producía el “milagroso” proceso de la inundación, cuando comenzaban a subir las aguas, a partir de nuestro mes de mayo, dejando en sus orillas entre 10 y 15 toneladas de un fértil limo que permitió mantener toda una civilización durante milenios.

Todavía debemos hacer una división más, Alto y Bajo Egipto. Una división provocada por la geografía que se convirtió, como ocurre a menudo, en división administrativa, territorial y política y que ha sido, y sigue siendo, fundamental para la historiografía. Incluso, es probable, si bien es un particular difícil de cuantificar, que la pertenencia a una de ambas zonas diferenciara también la idiosincrasia de sus habitantes. Dentro de la zona inundable nos encontramos con el Río en sí mismo, transcurriendo entre zonas desérticas, es el denominado Alto Egipto. Hacia su desembocadura, el cauce se abre en una serie de brazos que conforman el Delta, que se corresponde con el Bajo Egipto.

Tal como señala François Daumas, la importancia del Nilo no solo radicó en transformar el Valle en unas tierras fértiles que alimentaba a sus habitantes, sino que además era navegable, convirtiéndose, por tanto, en una fundamental vía de comunicación para el transporte de mercancías y personas. No debe ser casual que la primera representación conocida de una embarcación a vela, representada en una vasija de Naqada en torno al 3100 a.C., coincida en el tiempo con el proceso de unificación del Alto y Bajo Egipto. La creación y buen funcionamiento de un estado centralizado requiere de los medios necesarios para que exista una buena comunicación que llegue hasta sus límites y que, además, esta tenga un carácter continuo y fiable. El desarrollo de embarcaciones que podían navegar hacia el norte, aprovechando la corriente, y hacia el sur, impulsadas por la resistencia al viento de las velas, fue un factor decisivo para la unificación y desarrollo de la civilización egipcia

Incluso en su escritura vemos reflejada la trascendencia del Río, pues para expresar la idea de ir al norte o al sur, se empleaba el determinativo de una barca, aunque el viaje se realizara por tierra. Por cierto, en el empleo de estos dos términos, tenemos un ejemplo palpable del grado de evolución y precisión que llegó a alcanzar la escritura jeroglífica. Obsérvese que el determinativo, el último signo, empleado para “ir al norte”, es una barca sin ningún tipo de velamen, mientras que la empleada para “ir al sur”, tiene claramente identificada una vela desplegada. No es casual, para ir al norte, solo necesitaban dejarse llevar por la corriente del río, sin embargo, para ir al sur, a contracorriente, requerían del impulso del viento. Así, en la palabra “viento”, ya fuera este del norte o del sur, estaba siempre presente el jeroglífico de una vela desplegada.

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