La llaga
Para esos seres humanos que se ven obligados
a huir de sus países por culpa de las guerras.
Eran dulces las horas
en mi país de entonces,
con el jazmín danzando entre la brisa,
mientras leía los poemas
escritos en el cielo por los astros.
Muy cerca de mi alcoba
jugaban con el sueño mis hermanos.
Tendidos, al amor de los cojines,
mis padres planeaban el futuro,
y en el huerto dormían las palomas,
felices en la copa de un naranjo,
cuando nació del vientre de la noche
una bestia terrible
que deshizo la vida en mil fragmentos.
Ahora voy errante por el mundo;
de todo lo que fue y de lo que fuimos
solo queda dolor en mi estatura.
Me llamo Paz y llevo en carne viva
la llaga del recuerdo.
(Primer
premio IV Certamen “Gritos en Verso, 2018”, de ASEAPO)
Donde todo empezó
Desde Caín y Abel,
si es que las cosas son como las cuentan,
llueve dolor con furia
sobre los territorios
de este inhóspito mundo.
Si ya entre dos hermanos,
con una tierra fértil,
apenas estrenada,
a su disposición sin restricciones,
brotó en el fondo de sus pechos
el árbol de la envidia y el rencor,
e inventaron la lucha para que el victorioso
plantase su bandera ensangrentada
en su copa maldita,
no puede sorprendernos
el eco de las balas por doquier.
Si en aquel tiempo púber
tan solo existía un Dios al que escuchar,
y aquellos dos muchachos
se confesaron incapaces
de atender sus consejos,
¿qué vamos a esperar
en este campo de batalla,
en el que las deidades
se ven multiplicadas por millones
y, sin más objetivo que su gloria,
empujan a los fieles
a encenderle la mecha al holocausto?
Los descendientes de aquellas dos estirpes,
la humanidad entera,
según reza en los libros,
llevan siglos buscando el sitio exacto
donde sigue creciendo el árbol venenoso
para arrancarlo de raíz, nos dicen,
y mientras tanto juegan
a destruir el mundo poco a poco.
Ego
Ahora
que ya sé que el ego
es
bufanda que no me quita el frío,
y
que tengo asumido desde siempre
que
mi nombre no va a quedar escrito
en
las paredes del recuerdo,
que
morirá de lluvia y abandono
cuando
diciembre cierre su cancela
y
yo quede aterido al otro lado,
con
mi collar de versos y temores
y
mucha soledad e incertidumbre.
Ahora,
que ya no espero nada,
me
siento a releer viejos poemas
con
cierta complacencia, mas no tardo
en
escuchar la voz que me recuerda
que
quiero seguir siendo un aprendiz
viviendo
a siglos luz
de
los pozos maestros donde bebo.
Únicamente blanco o negro
Ahora
que ya bajo la escalera,
qué
lejos se me antoja
aquel
tiempo en que todo
debía
ser
de
un blanco inmaculado
o
un negro riguroso.
Ahora
esos colores
se
han llenado de esquinas
y
mis ojos, de agua,
un
líquido tan turbio
que
me va emborronando los peldaños
y
me llena de sombras y de dudas.
El
huracán de la memoria
ha
pasado arrasando las certezas.
Hambre de jíbaro
Llegó
sin anunciarse,
igual
que una visita impertinente,
y
ocupó las veredas de mi cuerpo
con
saña de tormenta.
Su
dictadura impuso, sin que yo
pudiese
dar un grito y reaccionar.
Yo,
que nunca dejaba
arañar
mis murallas ni de lejos,
fui
pelele en sus manos.
Me
inoculó el veneno de los miedos,
su
dedo acusador me señalaba,
llenándome
de culpas,
y
me azuzaba las paredes
para
que me aplastasen,
me
prohibió el alimento
y,
con hambre de jíbaro,
me
dejó reducido a casi nada.
Hace
ya algunos meses
que
el monstruo de la depresión se ha ido
mas
todavía llevo
sus vivas dentelladas en la mente.
Yo
soy un hombre alegre
borracho
de tristeza,
y
todos los tejados
derraman
llanto sobre mí.
Soy
un niño asustado ante la vida,
ese
bosque con lobos
que
debo atravesar en plena noche,
una
valija que no encuentra
tu
mano en este viaje.
¿Dónde
están las palabras
que
solías decirme
al
hablar el idioma de los besos?
¿No
ves que sin tu nombre
me
engullirán los altos precipicios?
No
quiero despeñarme
por
los acantilados de la ausencia,
pero
cuando te llamo
recibo
bofetadas de silencio.
Si
no regresas pronto,
tal
vez tan sólo encuentres
un
riachuelo de lágrimas
entre
cantos rodados
repitiendo
tu imagen.
Tengo un mar interior
con
aguas putrefactas
que
no supieron encontrar
el
cauce de mis ojos,
un
mar que tomó forma
en
las horas tempranas
del
alba de mi vida,
unas
aguas que desbordan dolor
y
ulceran mi recuerdo.
Yo
andaba por las calles,
como
todos,
me
asomaba al abismo de los libros,
como
todos,
me
bañaba en el río de los juegos,
como
todos,
hurgaba
entre los velos del futuro,
como
todos,
pero
no amaba como todos,
una
osadía imperdonable
que
me hizo prisionero
en
aquel zoo humano
que
estaba tan de moda por entonces.
A
veces no es preciso
estar
entre barrotes
para
sentirse dentro de la jaula,
para
notar la burla que te busca
como
un escupitajo,
mientras
los altavoces cacarean:
“Pasen
y sean
testigos,
señoras y señores,
de
la gran insolencia de este humano
que tiene el corazón en rebeldía.”
Juan Calderón Matador es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.