Juan Calderón Matador, poemas

La llaga

Para esos seres humanos que se ven obligados

a huir de sus países por culpa de las guerras. 

 

Eran dulces las horas

en mi país de entonces,

con el jazmín danzando entre la brisa,

mientras leía los poemas

escritos en el cielo por los astros.

 

Muy cerca de mi alcoba

jugaban con el sueño mis hermanos.

Tendidos, al amor de los cojines,

mis padres planeaban el futuro,

y en el huerto dormían las palomas,

felices en la copa de un naranjo,

cuando nació del vientre de la noche

una bestia terrible

que deshizo la vida en mil fragmentos.

 

Ahora voy errante por el mundo;

de todo lo que fue y de lo que fuimos

solo queda dolor en mi estatura.

 

Me llamo Paz y llevo en carne viva

la llaga del recuerdo.

(Primer premio IV Certamen “Gritos en Verso, 2018”, de ASEAPO)


Donde todo empezó

Desde Caín y Abel,

si es que las cosas son como las cuentan,

llueve dolor con furia

sobre los territorios

de este inhóspito mundo.

 

Si ya entre dos hermanos,

con una tierra fértil,

apenas estrenada,

a su disposición sin restricciones,

brotó en el fondo de sus pechos

el árbol de la envidia y el rencor,

e inventaron la lucha para que el victorioso

plantase su bandera ensangrentada

en su copa maldita,

no puede sorprendernos

el eco de las balas por doquier.

 

Si en aquel tiempo púber

tan solo existía un Dios al que escuchar,

y aquellos dos muchachos

se confesaron incapaces

de atender sus consejos,

¿qué vamos a esperar

en este campo de batalla,

en el que las deidades

se ven multiplicadas por millones

y, sin más objetivo que su gloria,

empujan a los fieles

a encenderle la mecha al holocausto?

 

Los descendientes de aquellas dos estirpes,

la humanidad entera,

según reza en los libros,

llevan siglos buscando el sitio exacto

donde sigue creciendo el árbol venenoso

para arrancarlo de raíz, nos dicen,

y mientras tanto juegan

a destruir el mundo poco a poco.


Ego

Ahora que ya sé que el ego

es bufanda que no me quita el frío,

y que tengo asumido desde siempre

que mi nombre no va a quedar escrito

en las paredes del recuerdo,

que morirá de lluvia y abandono

cuando diciembre cierre su cancela

y yo quede aterido al otro lado,

con mi collar de versos y temores

y mucha soledad e incertidumbre.

 

Ahora, que ya no espero nada,

me siento a releer viejos poemas

con cierta complacencia, mas no tardo

en escuchar la voz que me recuerda

que quiero seguir siendo un aprendiz

viviendo a siglos luz

de los pozos maestros donde bebo.


Únicamente blanco o negro

Ahora que ya bajo la escalera,

qué lejos se me antoja

aquel tiempo en que todo

debía ser

de un blanco inmaculado

o un negro riguroso.

 

Ahora esos colores

se han llenado de esquinas

y mis ojos, de agua,

un líquido tan turbio

que me va emborronando los peldaños

y me llena de sombras y de dudas.

 

El huracán de la memoria

ha pasado arrasando las certezas.


Hambre de jíbaro

Llegó sin anunciarse,

igual que una visita impertinente,

y ocupó las veredas de mi cuerpo

con saña de tormenta.

Su dictadura impuso, sin que yo

pudiese dar un grito y reaccionar.

 

Yo, que nunca dejaba

arañar mis murallas ni de lejos,

fui pelele en sus manos.

 

Me inoculó el veneno de los miedos,

su dedo acusador me señalaba,

llenándome de culpas,

y me azuzaba las paredes

para que me aplastasen,

me prohibió el alimento

y, con hambre de jíbaro,

me dejó reducido a casi nada.

 

Hace ya algunos meses

que el monstruo de la depresión se ha ido

mas todavía llevo

sus vivas dentelladas en la mente.


Acantilados de la ausencia

Yo soy un hombre alegre

borracho de tristeza,

y todos los tejados

derraman llanto sobre mí.

 

Soy un niño asustado ante la vida,

ese bosque con lobos

que debo atravesar en plena noche,

una valija que no encuentra

tu mano en este viaje.

 

¿Dónde están las palabras

que solías decirme

al hablar el idioma de los besos?

 

¿No ves que sin tu nombre

me engullirán los altos precipicios?

 

No quiero despeñarme

por los acantilados de la ausencia,

pero cuando te llamo

recibo bofetadas de silencio.

 

Si no regresas pronto,

tal vez tan sólo encuentres

un riachuelo de lágrimas

entre cantos rodados

repitiendo tu imagen.


Pasen y sean

Tengo un mar interior

con aguas putrefactas

que no supieron encontrar

el cauce de mis ojos,

un mar que  tomó forma

en las horas tempranas

del alba de mi vida,

unas aguas que desbordan dolor

y ulceran mi recuerdo.

 

Yo andaba por las calles,

como todos,

me asomaba al abismo de los libros,

como todos,

me bañaba en el río de los juegos,

como todos,

hurgaba entre los velos del futuro,

como todos,

pero no amaba como todos,

una osadía imperdonable

que me hizo prisionero

en aquel zoo humano

que estaba tan de moda por entonces.

 

A veces no es preciso

estar entre barrotes

para sentirse dentro de la jaula,

para notar la burla que te busca

como un escupitajo,

mientras los altavoces cacarean:

“Pasen y sean

               testigos,

                           señoras y señores,

de la gran insolencia de este humano

que tiene el corazón en rebeldía.”


Juan Calderón Matador es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.