Entre montañas

Relato de Enrique Sánchez Campos

El enfermero miró su reloj de pulsera y vio que las agujas marcaban las siete cincuenta horas. Sonrió cuando sus perritos Palala y China se le acercaron moviendo la cola y buscando una caricia, mientras el gato Beethoven se frotaba el lomo contra una pernera de su pantalón. Era el modo rutinario en que se despedían cada mañana cuando Teófilo, tras renovar el agua de los bebederos y reponer los recipientes de comida para sus mascotas, tomaba el último sorbo de café y salía al jardín, cerrando tras él la puerta de la casa. Se quedaba en el porche unos instantes, y con gesto reflexivo levantaba la cabeza para contemplar la humildad de aquellas paredes de adobe y techo de caña y paja que, años atrás, junto a su mujer, había convertido en una casa, su casa, el hogar de amor y felicidad creciente con el nacimiento de los hijos que fueron llegando, hasta completar la familia de ocho miembros en que se había convertido.

Mientras cruzaba la zona ajardinada, junto a la hilera de sauces, observó el manzano cargado de fruto, el duraznero y las rosas y dalias. A pesar del tiempo transcurrido, recordó cómo había preparado el terreno y distribuido las plantas sobre el mismo a gusto de su esposa. Ella tenía una habilidad especial para cuidarlas y se encargaba personalmente. Volvió sobre sí cuando había dejado atrás la acequia que se desvía del arroyo, a unos 100 metros de su propiedad.

Sin dejar de caminar, Teófilo llevó la mirada al frente, dejándola ir hasta perderse en la inmensidad de la lejanía y suspiró profundamente, pues tenía por delante unas cinco horas de caminata desde el paraje de Capilla, en el corazón de la Quebrada del Toro, a 3.200 metros sobre el nivel del mar, hasta su lugar de trabajo en Las Mesadas. El terreno árido y difícil en esas latitudes hacía imposible la utilización de ninguna clase de vehículo. Incluso montando a caballo presentaba dificultades, así que por eso no medían las distancias en kilómetros sino por el tiempo empleado en recorrerlas. La travesía entre los cerros puneños suponía para él una ingrata aventura que superaba a diario desde hacía más de tres décadas. Últimamente los caminos se le hacían más largos y no podía recorrerlos a caballo porque padecía una enfermedad ósea, aunque en unos meses conseguiría la tan ansiada jubilación por cumplir 65 años.

Como de costumbre, iba escuchando las noticias en su pequeña radio a pilas, su única compañía en esos parajes. La cobertura era mala, y solo podía sintonizar la amplitud modulada 840 de Radio Salta. Mediante mensajes enviados por amigos y familiares a esta emisora y transmitidos por locutores, era como se mantenían en contacto los escasos pobladores de la quebrada. El enfermero era previsor, así que siempre llevaba en su mochila una batería de repuesto para poder estar conectado, dado que a veces recibía notificaciones para que atendiera de paso a algún paciente que lo reclamaba.

Acudieron entonces a su memoria algunas situaciones comprometidas que tuvo que afrontar en el ejercicio de su profesión, con escasos recursos y la precariedad existente en esas localidades ancestrales. Las más importantes fueron la asistencia a partos, sobre todo dos de ellos con especial dificultad y complicaciones, hacía más de 12 años, cuando aún se encontraba joven y fuerte…

De aquel hombre solo queda intacta su vocación enfermera. Entonces montaba a caballo y acompañaba a su paciente, también ella a caballo, hasta el hospital de Cachi. La mujer comenzó a dar muestras de que el parto era inminente y Teófilo decidió atenderla allí mismo, bajo una carpa que improvisó con mantas, ayudando a nacer a un niño que mucho después aún vivía en Potrero de Payogasta.

En la segunda ocasión, había solicitado un helicóptero para el traslado de una joven en proceso de parto. Como el viento impedía que la nave llegara a Las Mesadas, dos médicos se desplazaron a caballo desde Cachi. La espera llegó al límite y Teófilo tuvo que ayudar a la mujer a dar a luz una hermosa niña que también vive en Campo Quijano. Media hora más tarde, llegaba la asistencia médica.

Ensimismado en sus pensamientos, no se dio cuenta de que había perdido la señal de emisión. Ya de regreso a la realidad, vio que estaba muy cerca de su destino y revisó su radio para averiguar la causa de la interrupción. Las pilas se habían agotado y decidió cambiarlas antes de llegar a su consulta y ponerse a trabajar con las situaciones habituales.

Ya en un nuevo día, Teófilo lo inició con la rutina acostumbrada, aunque al dejar su casa caminó en sentido opuesto al habitual. Conectó la radio y pudo oír que esa semana las mañanas serían despejadas y las tardes nubladas y sofocantes. En lugar de cinco horas, debía caminar diez para llegar a Santa Rosa de Tastil donde, en un gesto de cordialidad y servicio, lo recogería un vehículo de la policía salteña que lo llevaría a Campo Quijano. Iba a visitar a su esposa, ingresada en el hospital, y de paso a someterse a un chequeo médico. Después, visitaría Radio Salta en el complejo editorial de El Tribuno, atendiendo a la invitación de su amigo, el locutor Leonardo Tejerina, una voz destacada que le hacía compañía en las ondas para que contara parte de su rica historia de vida. La entrevista sería además publicada en el diario El Tribuno, el más popular de Salta, como otras que le habían hecho tiempo atrás.

Tras un cálido saludo y acomodado convenientemente ante el micrófono, el enfermero ponía el alma en explicar las necesidades de mejorar las comunicaciones, sobre todo en los parajes de la geografía que comparten Rosario de Lerma y Campo Quijano, donde el único contacto con las ciudades es la radio, a veces nada más que la frecuencia 840 de Radio Salta. Por raro que parezca, en las entrañas de aquellos parajes solo los mensajes de radio coordinaban el traslado de personas en situación de emergencia con caballos o mulas. No había señal de telefonía móvil y solo recientemente se había iniciado la instalación de internet en algunas zonas. Las personas que quedaban entre Capilla y Mesadas no pasaban de sesenta y cinco, la mayoría de edad avanzada. Vivían con sus viejas costumbres y seguían trabajando la tierra y sembrando patatas y habas. Tenían algún ganado y elaboraban queso. También solían fabricar tejidos. De esta producción para consumo propio, apartaban un tanto para llevar a Payogasta e intercambiarla por otros productos que necesitaban.

Habló de los jóvenes que terminaban el período escolar y se marchaban para buscar otro modo de vida, como hicieron sus hijas, dejando constancia del destierro que atravesaban las localidades puneñas y volvió a emocionarse al recordar que los dos bebés a los que ayudó a nacer y tuvo en sus brazos hacía más de doce años eran los últimos nacidos en los cerros…

Tranquilo, asumiendo la suerte de aquellas laderas, con la misma sencillez con que se ha escrito este relato, se despidió de su amigo Leonardo, encaminándose hacia el hospital. Iba contento a recoger a su esposa que acababa de recibir el alta médica y regresarían juntos a casa… y la vida continuaría.

Con el relato "Entre montañas" el autor ha participado en el libro “101 relatos de la enfermería”, un proyecto altruista y solidario dirigido a la infancia en grave riesgo de exclusión.

Enrique Sánchez Campos está galardonado con la Medalla de San Isidoro de Sevilla de la Unión Nacional de Escritores de España.