Conversaciones en torno a una fuente

Colaboración de Javier Sánchez Páramo

          El frio seco del lento e imperturbable amanecer, me iba despojando de los últimos resquicios de sueño que me quedaban a cada paso que daba, después de una noche que se me había antojado demasiado corta. La ciudad, a esas horas, incluso parecía un lugar medianamente agradable en el que vivir en esa quietud irreal que pronto se evaporaría entre transeúntes con prisas, coches con más prisa aún, chirridos y chillidos, humos, cláxones desesperados por hacerse oír y gente que corre sin saber muy bien a donde.

Mi maestro, como siempre era costumbre en él, me había citado a "altas horas de la madrugada" en una cafetería del centro. Lo conocí, hace ya algunos años, cuando mis padres decidieron que, como todo buen mal estudiante, requería de los servicios de un profesor particular. Ya había acabado el bachillerato, pero aquel hombre, bohemio y despistado, me había contagiado su afición por el arte y solía acudir con él a museos, exposiciones y conferencias en las que me hipnotizaba con sus conocimientos y continuamente me descubría matices e historias de la creación humana que no dejaban de asombrarme.

Aquella mañana acudía a su encuentro para una "conversación en torno a una fuente", según el mensaje de whatsapp que me había enviado la tarde anterior. Supuse, en mi inocente desconocimiento, que sabría de algún rincón oculto y recóndito de cualquier parque de la ciudad en el que algún tipo de fuente barroca, modernista, neoclásica, con alegorías mitológicas o vaya usted a saber qué, nos estaría esperando para que mi maestro me revelara sus secretos, que casi nunca son tales en una obra de arte para cualquiera que los quiera comprender. ¡Cuánto me equivocaba!

Parapetado tras un libro, un café y un plato con una tostada, me saludo sonriente al entrar, pedí también mi habitual café solo y mi media tostada de tomate y tras una conversación acerca de las "virtudes" de madrugar, teoría con la que yo no estaba demasiado de acuerdo, todavía con el último bocado de tostada en la boca, mi maestro se levantó limpiándose con una servilleta.

- ¿Vamos?

- Vamos. Me dirigí a la barra a pagar mientras él iba al servicio. "La enseñanza nunca debe ser del todo gratuita, si no el alumno pierde interés", me decía muchas veces en tono de broma, una broma por la cual siempre pagaba yo. Tras un tiempo excesivamente largo, lo vi al fondo del pasillo que llevaba a los baños haciéndome señas con las manos.

- Vamos, hombre.

Por no dar voces en el bar, me acerque hasta él que ya se había dado media vuelta y había vuelto a entrar en el servicio.

- Vamos ¿a dónde?

- Pues aquí.

Miré un tanto desconcertado a mi alrededor entre una fila de urinarios y de reservados.

- ¿Aquí? ... ¿a qué?

Haciendo un gesto sobreactuado, como si de un presentador circense se tratara, extendió sus brazos girando su cuerpo hacia los urinarios.

- Mi querido alumno: estás ante una réplica, casi exacta, de una de las obras de arte más trascendentales del siglo XX.

Seguía sin saber muy bien que pasaba, si era una broma, si me estaba poniendo algún tipo de prueba o si definitivamente aquel hombre volcado en sus lecturas había perdido definitivamente la cabeza como nuestro hidalgo manchego.

- ¿El qué?

Acercándose a uno de los urinarios, se puso a darle golpecitos con la mano, como esos tipos presuntuosos que enseñan su coche nuevo.

- Esto, ¡La Fuente de Marcel Duchamp!

- ¡Eso es un meadero!

El rictus, entre jocoso e irónico, que mi maestro había mantenido hasta entonces desapareció como si le hubieran pulsado un interruptor, pasando a ese gesto serio que, pese a los años, me seguía imponiendo.

- El lenguaje, el lenguajeeee. Urinario es una palabra mucho más correcta y mucho menos ordinaria.

- Esta bien, urinario, pero eso es lo que es.

- ¿No te parece una obra de arte?

- Por el amor de Dios, ¡no!

- Bien, te contaré algo. En 1917, se celebró en Nueva York la primera exposición de la Sociedad Americana de Artistas Independientes. Duchamp, presentó un urinario al que dio la vuelta y firmó con el seudónimo de R. Mutt.

- Un momento, maestro.

- ¿Qué?

- ¿No le parece que deberíamos proseguir esta conversación en otro lugar?, si entra alguien y ve...

- ¡Efectivamente, ahí está la clave! Se dirigió hacia la puerta hablando como si yo no estuviera allí y prosiguió hablando con grandes aspavientos.

- ¡Si entrara alguien nos sacaría de contexto!

- ¿Cómo?

- El contexto. Tu y yo somos maestro y alumno debatiendo sobre el mundo del arte, pero si entra alguien y ve a un joven y un adulto a solas en un baño y que de repente se callan ante su presencia, sabe Dios que pensaría. ¿Acaso no somos tu y yo los mismos y estamos haciendo lo mismo?

- Si.

- Pero pasamos de lo cultural a lo depravado según el espectador y según el contexto. Algo así pretendía demostrar Duchamp.

Llegamos a una de las mesas de la cafetería, nos sentamos y volvimos a aprovisionarnos de sendos cafés.

- Cualquier objeto cotidiano, con una mínima modificación, y expuesto en un museo, puede pasar a convertirse en obra de arte.

- Me ha hablado de Bernini, de Miguel Ángel, de los templos de la Grecia clásica y de decenas de obras maravillosa y sublimes, ¿de verdad me está diciendo que considera que eso que hizo Duchamp es arte?

- No importa lo que yo piense, se trata de lo que pienses tú. Antes, cuando te he preguntado si no te parecía arte me has respondido rápidamente que no. Bien, siguiente pregunta entonces, y aquí va la bomba, ¿Qué...es...arte? Realizó la pregunta con una lentitud eterna, espaciando las palabras como si hablara con un extranjero al que le costara entender nuestro idioma, al tiempo que acompañaba cada palabra con un gesto de su dedo al modo de un director de orquesta.

La verdad es que la pregunta me dejó con la mente en blanco y parecía que el tiempo se hubiera congelado a nuestro alrededor, incluso tuve la absurda sensación de que todos los parroquianos que poblaban la cafetería se hubieran callado esperando mi respuesta. Obviamente sabía lo que era el arte, estaba harto de ver obras de arte y de leer sobre artistas, y de ir a museos, y...¿qué es el arte?...me repetí la pregunta a mi mismo en la cabeza como un eco persistente, tratando de buscar las palabras con las que expresar lo que yo sabía, se lo que es el arte, el arte es..., es...de pronto me di cuenta de que tal vez no, tal vez no lo sabía. Pero la mirada inquisitiva de mi maestro y mi genética cabezonería me obligaron a intentarlo.

- Es...es...¡eso no es arte!, ese hombre no hizo nada, cogió un urinario, le dio la vuelta y lo llevó a un museo, eso lo puede hacer cualquiera.

- Pero nadie lo hizo hasta que lo hizo él. Imaginemos que hubiera existido la costumbre de llevar un retrete de cada bar que se cerrará en Nueva York a algún tipo de sala de exposiciones, es absurdo, pero imaginémoslo. Que Duchamp hubiera presentado un urinario a una exposición hubiera sido una memez.

- Pero un artista muestra sus cualidades, su dominio de una técnica, su destreza para un determinado campo.

- Te equivocas, la historia del arte está llena de artistas cuyo "arte", valga la redundancia, deja mucho que desear. ¿Considerarías arte el horrible dibujo que me regalo mi hija por el día del padre, con mucho amor, eso si, y que tengo puesto en la puerta de la nevera de casa?

- Hombre...

- Si, si lo es. Si solo atendiéramos a ese criterio, el ser o no ser arte de una obra sería algo insoportablemente subjetivo, lo que tu o yo podríamos considerar arte, para un consumado pintor serían cuatro rayas mal estructuradas, faltas de perspectiva, de lógica cromática o de mil características que otros no sabríamos apreciar.

- ¿Entonces?

- Hay otros dos factores fundamentales, la originalidad y, más importante aún, ¡los sentimientos!

- Desde luego, no cabe duda de que encontrarte un urinario en una sala de exposiciones de un museo genera sentimientos, y original, lo es un rato.

- ¡Aha!, lo vas entendiendo. Cualquier artista; músico, pintor, arquitecto, escultor, bailarín...cualquiera, trata de expresar y provocar sentimientos, sino el arte sería algo absurdo, frio y sin sentido.

- Un momento, sigue sin convencerme, ¿qué sentimientos puede querer expresar alguien que lleva un urinario a una exposición?

- ¿Qué sentimientos has tenido tu cuando te he dicho que eso era una obra de arte?, ¿qué te has planteado?

- Pues... ¡claro! ... ¡Me ha llevado a plantearme qué es el arte! En esos momentos me embargó una curiosa sensación de orgullo.

- Exacto, aunque hay otro matiz más, pero para ello es necesario conocer algo más de la biografía del artista, algo que dejaremos para otro día, aunque te adelanto que Duchamp, también trataba de "desmitificar" el arte, de quitarle importancia, de demostrar que esa pompa y boato con que algunos artistas iban por la vida, era artificial e ingenua.

Jugueteando con los trozos de hielo supervivientes de mi café, susurre casi para mi mismo.

- La Fuente...un urinario convertido en obra de arte... ¡genial!

- A veces, un poco de razonamiento nos muestra que las cosas no son lo que parecen a primera vista. En fin, me alegro de haberte descubierto otro tipo de arte, y otra forma de verlo. Ahora debo marcharme.

Nos levantamos los dos, yo, una vez más, fui a pagar, y él se despidió de mi dándome la mano y diciéndome que, aunque le pesara, iba a profanar una de aquellas "valiosas" copias. Nos reímos y salí solo a la calle.

Aquella ciudad apacible que dejé al entrar había desaparecido y el caos cotidiano se había apoderado de ella. Miré los contenedores de basura, los semáforos, las señales de tráfico, la parada del autobús, las papeleras... ¿arte?