La mirada al mar en el recuerdo

Relato corto de Luis García Bravo

Se había asomado el viejo pescador al faro y sentado en el muro frente al mar dejó su mente volar.

Miraba hacia aquel mar en calma y contemplaba aquella bahía, donde tantas y tantas jornadas de pesca había hecho. Recordó cuando, con un jergón de borra a cuesta y una talega con algo de comida, atravesaba el ojo del muelle, camino del puerto pesquero, para embarcar en la traíña, como cada día.

-Hola, Manolo, que haya suerte.

-Gracias, a ver como se da la noche.

Recordó aquel sabor a carmín de los besos que todos los atardeceres su novia le daba al despedirle camino del puerto, y creía verla agitando su mano en un largo adiós, hasta que trasponía calle abajo.

Creyó sentir el viejo pescador el salpicar del mar en cubierta, el faenar con las redes, la llegada al puerto y las voces de la lonja. Se miró las manos y recordó cuan fuerte eran, al igual que sus brazos, delgados pero que aún conservaban sus tendones tensos como cuerdas de guitarra, de quienes han trabajado muy duro. Había recordado tantas cosas que sus ojos se llenaron de lágrimas. Subió su mano a la cabeza y se quitó aquella vieja boina, descolorida y roída, que llevó durante tantos años y que renunció a cambiarla; la apretó entre sus manos y suspiró. Añoraba el mar.

De repente, una voz lo sacó de sus pensamientos. Cuando volvió la cabeza vio cómo su nieta venía hacia donde se encontraba sentado.

-Abuelo, ¿qué haces aquí tanto tiempo? Nos tienes preocupados.

El viejo pescador se sonrió y mirando a su querida nieta, se levantó y estiró sus brazos hacia ella.

-No pasa nada, cariño; solo pensaba. Cosas de viejos, no te preocupes.

Lo cogió su nieta de las manos y tras darle un beso, emprendieron el camino de regreso, y fue respirando Manuel aquella brisa a mar, a la vez que echaba la última mirada a aquel viejo faro, que fue la guía de su vida durante tantos años.

Cuentan que ya jamás volvió el viejo pescador a aquel faro desde aquel día y que en algunas ocasiones se ve a una joven en el mismo lugar sentada y entre sus manos una vieja boina roída y descolorida, mirando hacia la bahía y los lugares de los que tantas veces le habló su abuelo Manuel.