Poema de Alfredo Jurado Reyes
moriré de tristeza cualquier tarde de invierno.
Mi voz escapará huída hacia los montes,
heladas para siempre quedarán las palabras.
Entonces soplará el aire por las copas
más altas de los pinos.
Un día me dijeron, que ese temido trance
al que todos tememos, no conlleva dolor;
dijeron que consigues tras un vuelo
alcanzar las alturas, dominar como un ave
el indecible espacio de la luz y la sombra,
pues el cuerpo no siente del cansancio ni el hambre.
Se dice que se siente una inmensa dulzura,
que transcurres feliz sin miedo de algún daño,
y que apenas los ojos precisan de los párpados
para sentirse húmedos.
No pesa en el recuerdo la dimensión del tiempo.
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