Poemas y relatos de Rosa Rodríguez Núñez


Baile de sangre

(Viernes 13,París)

Ya no hay arañas en los  fluorescentes,
ya no dan sombras las luces,
ya no se mueven los cuerpos al ritmo
de una música que ahora confunde las notas.
Marcan el compás sonidos de ráfagas
que invitan al baile de cadáveres 
arrastrándose con trajes rojos.
Baile de despedida, baile de caos,
baile de champán de sangre.
Hasta las piedras de las gárgolas 
 han derramado lágrimas 
y por el Sena  navegan gritos de dolor.
¡Viernes  de acabar con la vida
fatalidad del número trece ,
¡¿dónde habéis dejado la cordura?!
¡Nos ha retado el mal agüero
con cinturones de inmolación!
No deseábamos conoceros.
Mientras, la Tour Eiffel, consuela,
entre  hierros y bandera blanca de luto,
las entrañas de los que hoy lloran.



Y el tren que no llegará

Desde el silencio,  sin memoria,
la espera de un tren que nunca ha de llegar.
Es la última estación. Todas las palomas son iguales.
Se retrasa el tren que le lleve a sus recuerdos.
No pide nada, ¿qué pedir de un agujero de ausencias?
Niño, hija, madre...  la misma palabra.

-¿Por qué sentada? 
-Se me ha desabrochado el zapato del colegio.
-¿Dónde irán los raíles de esta estación?
-Y este tren tarda, aún me estará esperando...
-¿Qué hago aquí? Necesito a mi madre.
-Jugaré con las piedras mientras viene...

Horas de espera, de vacío. Mentes  deshabitadas. 
No existen pensamientos donde antes hubo un río.
Y el tren que no llegará.



Elixir

En todos los  momentos te descubro:
café de la mañana,
azúcar y cuchara.
En mi pupila sólo cabes tú
irisando mis ojos.
Los aromas que aspiro son los tuyos,
-varoniles-, que embriagan
mi rendida figura.
Me empapas con tus besos prolongados
como a la rama seca,
por la mañana, cubre
la fina telaraña de rocío.
Mis silenciosas lágrimas me trago
cuando no me marea la corriente
inquieta de tus aguas.
Vivo del elixir de tu licor.
Sin ti,  me apagaría.



Todas las estrellas

A mi profesor y amigo
Vicente Zaragoza Sesmero
por su sabiduría, su frescura,
su inteligencia y su chispa.

Y desde ahora me voy a dejar llevar por la llamada de los astros.
Será la tarea que ocupe los resquicios de mi tiempo libre
cuando el sol se haya puesto y ,suspirando,
contemplaré las estrellas para engatusarlas…
Sí, ya sé que ni las conozco ni sé sus nombres,
que no me puedo fiar de algo desconocido
que ni siquiera podré conseguir a todas…
pero me voy a dejar  arrastrar  por mis deseos
de poder secuestrarlas  sin  rescate.

Voy a alargar los brazos para agarrarlas de los hemisferios celestes,
las pondré una a una en la caja de zapatos que nunca sirvió de nada ,
las bautizaré con agua salada del mar imaginario .
Las envolveré  en nombres amarillos y rojos…hasta de azul
creciendo junto a mí, yo en canas y ellas en brillo.
Por las noches se bañarán en luna
sin que ella las vea pues, celosa, me las arrancaría,
las pondría tan alto que no podría taparlas cuando helara.
Y tumbada en el sofá miraré arrogante hacia arriba
porque yo también poseeré  trozos de  cielo.

Ya no pretenderé  envolverme en trajines difíciles
cuando tengo  al alcance la luz para mí sola.
El sol me denunciará por usurpadora,
hasta los amantes intentarán desahuciarme
enviando frases negras como hombres del frac
pero yo estaré siempre al día y mi solvencia
convencerá al juez que sentenciará  a mi favor.

A  vuestros cuerpos gigantes y enanos blancos
les daré propiedades de diosas 
para haceros imposibles a los vigilantes.
En este empeño dejaré sin hijos a nebulosas.
Pasaré los días perezosos  de canícula sin parpadear
cuidando de la Polar y de Sirio en la terraza
de un piso ardiendo mientras las Osas y  Orión
lloran por la pérdida de sus puntos de oro.
Pero , apagándose, me piden regresar a sus figuras…
Y así, anhelando y recordando que yo también fui estrella
me iré fundiendo  poco a poco, mientras ellas
                                                                                          se fugan de mi caja
                                                                                                                              de cartón.


Me gusta

Me gusta ver los rayos camuflados
que tímidos se esconden en la noche
y ver a las tinieblas incómodas.
Enfrentarme a las garras afiladas
del felino ganando la partida.
Convertir los momentos pesimistas,
sin el abra cadabra,en fascinantes.
Brillar y derrochar vestida de oro.
Beber vino en la copa más fina 
para humillar al rictus de la penas.
Me gusta oler a asfalto, caminar
ligera, percibir velocidad…
Alimentar mis vísceras inquietas
con el absurdo sueño de la vida.
Rozarme con texturas agradables
la piel hasta mezclarme en sus arañas.
Callar con indolencia al grillo lioso.
Escalar rocas duras recubiertas
de barro y descubrir su fortaleza.
Vivir...Ya tendré tiempo de morir.



Los ojos de mi madre

Los ojos de mi madre no eran bonitos
pero ningunos tan hermosos como los suyos:
pequeños, como lunares en la cara ,
dos catalejos  de muchas lupas.

Hablaban y su tono era armónico
sin una nota que desentonase.
Su luz marcaba el  camino recto.
Los ojos de mi madre eran generosos,
desprendían dulzura y tanto amor 
que se recogían a manos llenas.

Los ojos de mi madre se reían de todo,
sólo veían  el lado bueno.
Los ojos de mi madre tenían... el rictus de madre, 
de hermana, de hija, de abuela...
Sus bolsas contenían la esencia de la bondad.

Los ojos de mi madre lloraban hacia dentro,
callaban con prudencia
y se abrían en silencio, tranquilos.
En los ojos de mi madre no había pestañas de abanico
sólo unos pelillos donde las lágrimas se adherían.

Los ojos de mi madre estaban hundidos 
huyendo de  alguna realidad dignamente.
Los ojos de mi madre no los he vuelto a ver
abiertos y recuerdo que sus reflejos 
se proyectaban en los míos... el último día.



El baúl

Un homenaje a la magia de los viernes cuando nos alcanza la madrugada.
Un beso.

…Y no fue la luna que nos mirara
ni el humo que nublara nuestros ojos,
ni la música que nos transportara
a un jardín idílico…
Era nuestro ánimo.
Aquel momento inquietante y nervioso,
aquel sutil hechizo de las cartas,
aquel recorrido por nuestras vidas
desnudándonos desde las entrañas
dejándonos libres…
Ese baúl con aroma a café
con gotas de alcohol, inspiró los versos
más frescos e ingenuos.
Ese baúl raído nos atrajo,
-viejo baúl mágico-.
Baúl de viajantes y de piratas,
de olvidados genios…
esa noche fuiste nuestro equipaje
irreal y azul.
Te cargamos de palabras nacidas
de una madrugada.

En Móstoles, a  28 de marzo de 2011.



Agua

Agua de lluvia, agua del deshielo,
agua de los desprecios…pero dame
agua. Quiero mojar mi piel quemada;
que mi boca sofoque la sequía
violenta que tus manos me dispensan.
Ofréceme la gota que silencie
tu velada bondad en el cristal.
No derrames las lágrimas perjuras
al mirarme a los ojos con virtud.
Vacía  los  bolsillos de avaricias
y riega los jardines de mis tierras
humildes que descubran las riquezas
de aquel dios generoso que olvidó
mitigar nuestros vivos corazones.
Agua de lluvia, agua del deshielo,
agua de los desprecios…agua, agua.



A cuchillo

No lo he soñado,  no pertenezco a este mundo.
Me muevo entre sombras de una calle que desconozco.
Un muro electrizado me bloquea.
Mi peso ya no es ligero
y las moscas  me molestan con su asqueroso revoloteo.
Todo es inanimado, de piedra y del revés.
Necesito pisar los bordes  y no dejar márgenes
en las páginas que nunca escribiré.
Pero todo es soportable, hasta la soledad 
que entra sin hacer ruido.
Asumo esta carga sin pensar que sea locura.
¡Qué prodigio vivir en la ingenuidad,
ser  estúpido y tragar las migajas que te arrojan…!
pero ser idiota no me seduce
aunque los locos, posiblemente, sean más dichosos
tumbados en el sillón de batas blancas.
Sufro lágrimas de condenado a muerte
y no deseo a nadie con quien hablar
porque  mi puerta es un cuchillo que afila las palabras.



Argumentos para vivir

Sé que hay argumentos para vivir.
Sin pensar, he pisado  por  rincones
confundiendo los  puntos cardinales. 
Emprendí la cruzada entre recelos
escribiendo  mensajes que acusaban
a fantasmas que viven junto a mí,
a  muertos que jamás carcajearon,
a muertos  que no abrían las ventanas 
a interminables noches en alerta.

La  agonía me oprime en la butaca
donde acuden ideas imposibles
que se esfuman al ritmo del reloj.
Mientras, el universo  continúa. 
El sueño de mi cuerpo se desvela
en nutrirse de hambrientas necedades
por alcanzar las metas más sublimes,
y me encierro en un  miedo provocado
por visiones que muerden mi cabeza.

Estos sometimientos de mis años
han secado el humor de quemaduras.
Han gastado la vida sin vivirla 
pues se termina muerto estando vivo
cuando la oscuridad pacta con muros.
He trepado paredes de mi cuarto
llenas de cal.  Están mis uñas rotas 
de arañar  los tabiques de frialdad
y mis dedos... a nadie le importan .

Mas lograré escalar esos abismos
sacando la cabeza de la  cueva,
el acelerador se lanzará
por la velocidad de mis impulsos
sin escuchar sonidos de sirenas.
Exhalaré  el perfume de las lilas
impregnando mis fosas de su néctar .
Despertará el cadáver de su tumba
y encontraré mis ansias de vivir.



Este rincón

Este rincón
En este rincón, un ático sin vistas al mar,
la demencia es el punto de partida.
Esta selva pedregosa que nos apresa,
que amotina el cerebro, que revuelve vísceras,
nos adentra en un largo  túnel de criaturas
nauseabundas de fauces desencajadas.
Este rincón invita  a escribir  el poema jamás pensado,
a volar sobre los tejados de ensueño y lírica
y flotar sobre el paraíso, porque somos  parte de él
porque somos  espíritu  dentro de este palacio ...
porque somos inmortales en este monte de ilusión...
A poseer todo el oro del mundo
y a apretar  las  manos sin esconder una duda.
En este rincón sin vistas al mar somos instrumento
de ensayos y excesos que también mueren aquí.



El reflejo

Valentín de 38 años, salió a la calle descuidado, con sandalias tan desgastadas que a duras penas se podría adivinar el color; los pies con costras y las uñas ennegrecidas, con un pantalón pajizo, manchado, como siempre. El aceite del filete de la noche anterior se lo había colocado, esta vez, en el muslo; la camisa de manga corta, que en su origen era blanca, mal abrochada, con lunares de grasa y otros ingredientes que hacían más repulsivo su aspecto. del día anterior, el descafeinado, el valium, deprelio y tegretol, como todos los días, que su hija Sole le había preparado, a pasear por la Calle Real de su pueblo, Hormiguilla, y recorrer los tres bares abiertos para repetir el ritual de costumbre: el anís Castellana, las mahous antes de las comidas, el sol y sombra inmediatamente y los cubatas antes y después de la cena.

Valentín era bajito, 162 cm, encorvado, cabezón, nariz gorda y una boca de dientes desaliñados con restos de comida y  en las comisuras de los labios babas permanentes.

En su casa, de techos bajos,  de dos dormitorios mal ventilados, cocina pringosa, salón sombrío de paredes desconchadas,  una mesa que cojeaba de vieja cubierta con un mantel del mismo pelaje que los pantalones del protagonista, tres sillas con los asientos agujereados de anea y un aparador donde se guardaban muchos secretos, un baño donde el óxido se había instalado utilizado para todo lo que no fuera lavarse... no había espejos. Los odiaba. Reflejaban su lamentable figura, hasta el extremo que, siendo un adolescente de 16 años, vio su rostro en el cristal de un retrato del abuelo que colgaba en el harapiento salón de su casa y, víctima de su propia apariencia, quedó perturbado. Esta enajenación le llevó a hacer algo horrible: violar repetidas veces a su propia hermana, Lucía, una calurosa siesta de julio, en el gallinero de la destartalada casa, arrojándola sobre una manta mugrienta y, con movimientos convulsivos irrefrenables, dejó impregnado en la piel y entrañas de Lucía su saliva, sudor rancio y fluidos viscosos, siendo el gallo y las gallinas testigos de ese trastorno transitorio, recluyendo a Valentín quince años en el manicomio de la capital.

Lucía, dio a luz a Sole nueve meses después. Una vez que el parto se realizó, Lucía se suicidaba arrancándose la piel a tiras con las tijeras de podar, a media tarde en el gallinero, en el mismo sitio donde había sido poseída por Valentín. La sangre corría entre el pienso y la inmundicia del pajar liberándose así de la humedad que le había calado, hasta el tuétano, su hermano, en el acto salvaje. 

La vuelta al pueblo le fue difícil a Valentín. Transcurría el tiempo sin cicatrizar el horror en los habitantes del lugar. Los chicos del pueblo se burlaban de él. Los que conocían la aberración que Valentín cometió, murmuraban y recordaban una y otra vez aquel hecho que consternó años atrás a los vecinos, a más de uno se les ponía el vello de punta cuando su pequeña mano con uñas negras les colocaba sobre el hombro al hablar escupiendo sobre sus cara.

Sole había vivido con una tía, Mariana, hermana de su desquiciado padre, en la casa del incesto, soportaba los cuchicheos, nadie olvidaba que era la hija del engendro. 

Los chicos jugaban en la calle Real a medio día, para ver quién lanzaba piedras más lejos. Una de ellas rompió el cristal de una de las ventanas del Casino. Salieron a ver qué había ocurrido todos los que bebían el vino de esas horas al oír el sonido de vidrios rotos, entre ellos, Valentín. Se acercaron y en uno de los trozos rotos, Valentín, vio proyectada su imagen. Empezó a caminar sin sentido. Comió las lentejas que Sole, su hija de 22 años, le había cocinado y, nervioso y sin control,  tiró a la joven en el suelo mugriento de la cocina repitiendo la misma escena que años antes hiciera con su madre encima del resto de lentejas que habían caído del plato . Sole recibió un golpe en la nuca con el pico de la mesa y, desangrándose poco a poco al tiempo de ser devorada por su padre, murió antes de que Valentín terminara de moverse convulsivamente y rociara de secreciones todo el fresco cuerpo de la joven.

Salió Valentín a la calle a tomarse sus cubatas de la tarde y, el valium, deprelio y tegretol de la noche, los tomó en el Psiquiátrico de la Capital cambiando el ritual que había realizado hasta ahora por paseos más rápidos, mecánicos, agua fresca, con la mirada perdida, baboseando aún más y embelesado con las polillas que revoloteaban alrededor de la luz.

Ya no sentirían más el asco al depositar su mano de uñas negras en el hombro.


Rosa Rodríguez Núñez está galardonada con el escudo de oro de la Unión Nacional de Escritores de España.