Después de la tormenta

Relato corto de María Emilia Gutiérrez Contreras

Era una tarde apacible, una tarde como tantas. Sentada en el viejo sillón donde habitualmente lo hacía la abuela y que aún conservo casi como una reliquia, contemplaba tras el ventanal la quietud circundante que invitaba a la meditación. De pronto, la brisa comenzó a ensayar tímidos soplidos y un agradable olor a tierra mojada presagiaba la tormenta. El cielo desplegó su oscura policromía y la mansedumbre del paisaje se alteró con la estruendosa descarga que rasgó las nubes amorfas; se abrieron los grifos y una lluvia intempestiva inundó el parque. Llovió torrencialmente con prisa y sin pausa, pero con la misma premura con que llegó cesó de repente el aguacero.

Abrí los cristales y vi que las primeras luciérnagas, tímidamente, se desperezaban sobre el tapiz que empezaba a cobrar un color negro-azulado, y el sol que se había ocultado asomaba nuevamente con sus agónicos rayos, permitiendo que una paleta de siete colores surcara el firmamento.

Al bajar la vista hacia la húmeda hierba adornada con gotas cristalinas, me sorprendió un hermoso lirio en solitario con su corola añil y su estambre dorado, que se erguía ufano como un parto de la naturaleza. Ensimismado en una dulce espera y orgulloso de su lozanía, parecía un novio apasionado que aguardaba a su doncella para declararle su amor entre requiebros, hasta que la noche cubrió de sombras su belleza.