El futuro y el árbol genealógico

María del Mar Suárez Sanabria
Relato finalista en el I Certamen Mundial Excelencia Literaria M.P. Literary Edition

El futuro

Todos los hombres y las mujeres somos trabajadores en la continuidad del ser. Orfebres en la construcción de la vida; artesanos que crearán un mundo de honestidad sin temor. 

El árbol genealógico

«Agua por San Juan, quita vino y no da pan». (Refrán popular).

Había cumplido mi sueño, la creación de un vino altivo al que había entregado mi experiencia, mi sudor y mi conocimiento.

El catador lo había definido muy bien: «un caldo auténtico».

“Como la madre que lo parió”, había pensado yo. 

Solo le faltó añadir que era imposible que aquel vino lo hubiera gestado una mujer.

Pese a la envidia lasciva de los otros bodegueros era obra mía. Sangre de mi sangre. La mía, la de mi padre, la de mi rebelde tía.

Yo, hija única de una ilustre familia de bodegueros, de hombres fuertes y mujeres complacientes había heredado, desafiando las reglas, la pasión de  los varones y la intuición de las hembras.

Mi madre, que había soñado con que su hija estudiase alguna carrera de señoritas y se casase con un hombre de bien, nunca comprendió que me obstinara en matricularme en una carrera de hombres. Decía madre con resignación que nunca sería una dama, que debía de parecerme a aquella tía proscrita que había emigrado en los años de la guerra allende los mares, llevando ocultos en las enaguas los secretos de la uva tempranillo; pero cuya mayor hazaña fue mezclarse con un descendiente de los aztecas, allá en Aguascalientes.

A mí no me importaba porque yo era de la tierra, tenía la piel gruesa, no entendía de  laca de uñas ni de zapatos de tacón de aguja, pero con mi padre había aprendido a mirar al cielo la noche de San Juan, sabía si la viña estaba limpiando bien o si la garnacha se corría.

Padre, sabio viticultor, había sido mi cómplice y maestro. Creo que en secreto me admiraba. Poco antes de que la enfermedad se lo llevara me había dicho muy bajito que jamás dejara de luchar, que la tierra solo respetaba a las valientes.

Ahora, frente a la tumba de mi amado padre, levanto  mi copa de vino, lo huelo, sorbo despacio, reflexiono: por nosotros, padre, que nos empapamos del olor a tabaco, cuero y roble, que  parimos cada año una nueva cosecha. En su honor, escupo.

María del Mar Suárez Sanabria