Calle Hermanos Troncoso


Poema de Antonio Carmona

1

Otro día,
antes de los seis años,
el pollo desangrándose,
el conejo desnucado,
los aviones a chorro,
un muerto, 
los letreros de los comercios, 
su primer llanto,
la pirita del Rif 
que caía de los vagones,
la calle cuesta abajo
por donde huyó el cáncer que mató
al padre de Juán Ramón;

un camión de manivela,
el carro de la basura,
una anciana loca 
que enterraba muñecas
mutiladas por los cañones;

las estrellas,
la luna y el arco iris,
mañanas de domingo,
de sotanas y soldados.

2

Aún no sabía de la China,
ni del Perú ni de la India,
sino del camaleón que fumaba,
de un perro del que se hizo amigo,
y de los gatos distantes. 

Buscó el rostro del aire,
y quiso pegarle,
pero el aire era invencible,
llevaba un casco de vikingo,
la espada de Saladino,
y el antifaz de un cristiano.

3


En aquella calle
gritó un loco en su azotea,
y un moro mariquita
cantaba por el camino verde. 
Por aquel  tiempo
engañó a un ciego  que no vendía cupones
porque fue republicano.

4

Antes de los seis años
conoció tres tiendas,
la del moro de la esquina
donde compraba chocolate, 
la de Adolfo, donde supo que era pobre,
y la de Dalia. 
En aquella calle vivía,
una hebrea que mentía
a los muertos con los que hablaba,
el capitán de los barrenderos,
un militar con hijos
con águilas en las frentes
y flechas en las camisas.

5

Vivían en aquella calle
Genafe y Camel hermanos del mismo padre,
Farita, hija de María,
un taxista que leía
el Telegrama de Melilla,
y vivían Isabel y su hija Isabelita,
una boca sin dientes, una silla al sol,
y su memoria.
Vivía un Hércules con poliomielitis,
que quería ir a la guerra.
El cáncer, otro día,
como un cangrejo,
subió la calle,
pero las puertas estaban cerradas.
(Ese día no hubo entierro.)

El padre de Rachid
tenía un fez elegante
y un abrigo y el Corán.

6

La calle tenía también,
veinte grados a la sombra,
el aguijón de una avispa, 
y un mal sueño.
La calle tuvo tres comuniones,
la de Isabelita,
la del Hércules herido,
y la de él.
Tuvo aguinaldos y gatos furiosos
y el mordisco de una hormiga.

Se puso unos zapatos de su madre,
hizo un gesto de mujer,
y, Periandro travestido,
se miró al espejo.
Málica, que vivia enfrente,
jugó con él a los muñecos,
lo vistió,
lo peinó,
le dió besos y desde entonces,
quiso a su madre.

Un invierno,
era de noche,
la nieve cubrió al Gurugú
y los chacales dejaron sus huellas.
Una piedra le rompió la frente
y le robó unas horas
mientras huía del dolor.
Golondrinas de luto
asistieron a su entierro de unas horas.

7

Un día azul,
después de un poniente,
del mar salieron peces
saltando ante sus ojos
como fotones desde la nada.
Cuando comprendió que no eran peces
sino una ceguera  que se comía
sus horizontes y la luna y la nada,
se agitaron los mares de sus noches, 
y los crepúsculos lo esperaron en balde.

Con el asombro de los bosques y el acecho
en una guerra de asperón,
escribió en sus ojos la victoria,
y en otra parte la vergüenza
de todas las guerras.
Después de un caballo de cartón
que nunca tuvo
y al que dejó en el patio
y asesinó la lluvia,
llegó una carga de los indios
y un pájaro en el hombro de su hermano
al salir de la escuela. 

8

Soñarás aunque no lo quieras,
durmiendo con las manos escondidas,
creyendo en un sueño inquieto
que el agua de la ducha es del cielo,
lluvia.
Extraerás líquido de un fruto
para mirar a Dios desde esa perspectiva.
Si alguna vez te pesa
la segunda y última frustración y
recuerdas con nostalgia un puerto 
donde mirar los barcos que parten  
a un destino para el que no
tienes pasaje,  
virando a babor
cuando den la vuelta al faro,
siéntate en la playa, llora. 
Si es preciso revive
el sabor a sal.  
Asómate a la ventana,
regresa a las calles de tus maldiciones,
escucha cómo el anciano, sereno y humillado,
compra camas y ropa vieja.

9

Regresa al estigma,
a las injustas batallas de los mayores,
al instante en que sentiste que
no eras del todo bienvenido,
al desprecio de las clases,
al dolor del alma fracturada
cuando se fue tu padre a Francia;
regresa a los silencios,
a las palabras ahogadas,
a la sed de besos y aceitunas

10

Regresa al mayor de tus hermanos,
que te enseñó a respetar,   
después regresa al otro
que sostuvo tu espejo,
regresa con los cuatro y juega.

Y regresa también
con tu hermano pequeño, resucita el miedo
de sus heridas en tu cuerpo.
Regresa a tu calle,
tensa la  cuerda de esparto,
aprende a hacer nudos.
Quédate un rato mirando
como pasan los entierros,
caballos, crespones, silencios,
¿por qué se van con los muertos?
Una mesilla en la puerta,
unas cuartillas de luto, una pluma.
Condolencias, recuerdos…

Regresa a tus hermanos cuando
el barco vire a babor,
cuando de la vuelta al faro.

11

Otro día,  
una abuela prohibida,
la muerte de un Papa,
Francia,
un hermano de diez años.
Hoy
llego desde mis cincuenta a esta calle cuesta abajo,
sintiendo,
reviviendo en el pecho
visitas clandestinas a la casa de mis abuelos  
y el castigo de los sueños:
mi desnudez por las calles. 
Los mulos de Leopoldo,
Arturo el de la Clementa,
los fuegos artificiales,
la candelaria en San Juan,
el robo de la leña,
cuatro hermanos,
una torta de pan, nido de hormigas,
el vino con gaseosa,
un  árbol cortado,
la calle maltratada por los carros,
una barra de hierro en la puerta,
la escalera de madera de la azotea,
pipas de calabaza al sol.
Regreso de mis cincuenta
para mirar
las olas negras del levante.