Las olas llegaban jadeantes


Poema de Antonio Carmona

Las olas llegaban jadeantes, exhaustas como lenguas.
La playa estaba sucia, huellas de guerra y de levante.
Niños con calzón azul, renegridos, delgados como anguilas.
Sus palabras resuenan todavía, como perro lastimero, mendicante.
Tiendo a olvidar aquel viaje de veinte años, mi Edad Media,
mi adolescencia larga.
Opté por los sueños. Era frágil.
Al regresar fui un árbitro ciego,
Un centinela alerta ciego,
un contador de embustes, un raro,
quizá un extraño llorando en la escalera,
de vergüenza, no de hambre, de vergüenza,
no de oscuridad, de vergüenza,
no de terror, de vergüenza,
no de vergüenza.
En Corea había cuatro palmeras, una casa vieja que después
fue plazoleta, cuatro puertas, dos carrillos,
dos bloques de casas, una virgen del Carmen, una fuente cegada
y mujeres al fresco, siempre niños y pescadores
que leían la mar y otros dioses.
Había un perro que aullaba a la muerte
y con el tiempo, policías. Así
era el mundo, el faro, el muelle, el cargadero mineral,
el agua caliente de la compañía eléctrica,
la playa, los bloques desde Corea hasta el Hipódromo,
la Hípica y el dique. Así
era el mundo, horizontes en retirada,
días llegando, coquinas, mejillones y cañaíllas,
ahogados, siempre ahogados. La boya
de cadenas gordas, rotas por dentelladas de olas,
y siempre ahogados. Boliche
los domingos, almejones tras el poniente…
 
Dicen que en días claros se ven las Chafarinas.
Si no lo remedio, será causa
para regresar. Regresar la noche antes
de la virgen del Carmen. Sentarme
bajo el foco de luz, contar historias de miedo,
mirar de reojo
a las mujeres velando y rezando.
Regresar y colgar
banderitas de balcón a balcón.
Ir a la playa.
Carrera de botes.
Después la cucaña, carreras de sacos,
casadas contra solteras tirando de una cuerda.
Los bares imposibles
comprueban las luces de colores, el hielo, las bebidas.
Ya de noche, el baile y la elección de la reina.

El día de la Virgen del Carmen
en mi casa se comía
ensaladilla rusa, arroz con pollo y sandía.
Será causa para regresar,
si no lo remedio antes, y vivir
una última vez, quizá la primera,
una virgen del Carmen, o
una tarde de siesta, silenciosa, o
atrapar a un cangrejo aturdido. Sentir
otra vez el duelo cuando
se fue "el abuelillo" y observar
la extrañeza en las caras
cuando marché con Ulises.

Esta voz que se escucha
es la mía volviendo
de otro mundo, quizá
de otra galaxia, de algún barco hundido,
para bailar,
en la noche del Carmen en mi barrio.