El arte es oxígeno: artículo de Ana Julia Martínez Fariña

Ana Julia Martínez Fariña
La escritora gallega asegura que la creación artística es imprescindible para el ser humano

Henry Mari Beyle, más conocido como Stendhal, lo experimentó en 1817 en la Basílica e Santa Cruz en Florencia.

Sintió que su ritmo cardíaco se aceleraba, que la vida dentro de él estaba como agotada porque tenía miedo incluso a caerse. Es una mezcla de vértigo, confusión, desconcierto, asombro.

El  síndrome de Stendhal o de Florencia es una enfermedad psicosomática que se produce en algunas personas al estar en presencia de una explosión de arte en fondo y forma, acumulación de belleza exuberancia artística.

No debe ser una sensación muy agradable, incluso puede resultar negativa por las connotaciones físicas que la conforman pero no es para menos. Cada persona es un mundo, reaccionamos de muy distinto modo ante idénticas experiencias y situaciones. Porque somos diferentes aunque tengamos cosas en común como es el hecho de que a todo el mundo le gusta sentirse querido y respetado.

Pero el arte no es necesario, considero que es imprescindible. ¿Qué sería de nosotros del ser humano si no pudiéramos disfrutar de escuchar música, de leer un libro, ver una película o recrear la vista en un cuadro pictórico o una escultura?

¿Un mundo en blanco y negro? No, más bien, un mundo en la sombra, en la penumbra, sumergido en un vaivén de problemas, rutina, sobriedad,  amorfo a fin  y a cabo.

Si profundizo un poco sobre el tema, yo diría que el mundo sin el arte, sería casi insoportable.

En ser humano tendría que volcarse mucho más en el amor, en el amor al prójimo, a la naturaleza, buscar salidas en ello porque de lo contrario no tendría demasiados alicientes.

Aún así, habría de resultarle muy difícil porque es precisamente en el mismo arte y sus formas de expresión donde se pueden encontrar en infinidad de ocasiones la respuesta a muchas preguntas.

En el arte se encuentra el modo de expresarnos, de comunicarnos, de interiorizar, de evadirnos, de empatizar, de sentirnos parte de cualquier obra.

¿Quién no se ha podido identificar con el protagonista de una novela, o de una película? O incluso obtener ideas para solucionar su propia vida. ¿Cuántas personas se habrán enamorado bailando al compás de una hermosa canción o tema musical? Millones. La poesía como declaración de amor, de amistad…

Cuadros que embellecen nuestros hogares, establecimientos donde acudimos, instituciones, museos, locales públicos.

El arte en sí, tienen muchas vías de expresión, infinidad de vertientes y recursos para manifestarse ante nuestros, nuestros ojos, nuestros oídos y también para el resto de nuestros sentidos. ¿Y que decir cuando el trabajo también se convierte en arte? Porque si lo pensamos con detenimientos, el arte es trabajo y el trabajo puede ser arte. Cuando lo llevamos a la perfección, cuando lo dignificamos y damos lo mejor de nosotros mismos al realizarlo. Cuando pensamos que lo que deseamos para nosotros es también lo que disfrutamos con ofrecer a los demás.

Remontándose al pasado se puede ver la importancia del arte en el Paleolítico Superior que es donde se cree que nació. En el año 40 000 a.C.

Aquellos habitantes, descubrieron, ya sea por motivos religiosos o por puro instinto el modo de expresarse o dejar su huella en el mundo.

Se ha dicho que un ser no muere mientras haya alguien que se acuerde de él.

Nuestros descendientes nos recuerdan y añoran después de que nos vamos de este mundo. Hijos, nietos y a veces los biznietos. Pero a partir de ahí, se pierde la huella genética en la mente; casi nadie menciona a un tatarabuelo o a los tataradeudos en primer, segundo o tercer grado a pesar de que podemos parecernos incluso hasta la quinta generación hacia atrás. Solo quienes se interesan por investigar y tener su árbol genealógico.

Pero el mundo, sí recuerda durante años, décadas, siglos a personas que han dejado su legado artístico.

¿Qué decir de Leonardo da Vinci? De Julio Verne, de Miguel de Cervantes, de Charles Chaplin y un sin fin de nombres que han cambiado el mundo, nos han cambiado aunque no nos demos cuenta. No seríamos igual sin ellos, nada sería igual. No han enseñado el don de la palabra en todas sus manifestaciones, nos han hecho bailar, reír, cantar, escuchar a quienes aprendieron el difícil arte de hacerlo. Nos han llenado las paredes de color, de emociones, de historia, de recuerdos. Los parques, jardines y calles rebosan sabiduría tallada en la piedra o en el mármol.

Mientras que el mundo sea mundo, mientras que el sol nos alumbre, mientras la luna siga girando alrededor de la Tierra y el ser humano cumpla su ciclo natural de nacer, crecer, reproducirse y morir… el arte nos acompañará. Seguiremos creando, modificando, conservando, disfrutando y alimentándonos del arte.

¿Cómo lo definiría  en una sola frase?

Los árboles nos dan el oxígeno para los pulmones, el amor para el corazón y el arte para el espíritu.

El arte es oxígeno.

Yo me siento renacer cada día con una pequeña dosis de arte. Me da felicidad, alegría, buen humor, expectación, paz, optimismo, comprensión.

El arte para mí, es dar y recibir, es aprender a ser mejor, es una filosofía de vida, es querer vivir cada día como si fuera el último y trabajar como si se fuese a vivir eternamente.

Ana Julia Martínez Fariña es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.