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Adelaida Díaz Gálvez |
Relato corto de Adelaida Díaz Gálvez,
escritora melillense Medalla de San Isidoro de Sevilla
De
pronto las nubes abrieron sus cancelas y las lluvias arrasaron la tierra, las
gentes corrían por las calles, refugiándose en cornisas por debajo de
soportales y balconadas.
Ella
tan frágil huía, estaba empapada, salté la calle y con mis brazos la atraje
resguardándola entre ellos bajo aquel toldo donde los pájaros piaban.
Estaba
asustada, aturdida, de temor temblaba.
Con mi pañuelo intentaba secar sus cabellos que goteaban tras sus rizos rubios como espigas doradas.
Con mi pañuelo intentaba secar sus cabellos que goteaban tras sus rizos rubios como espigas doradas.
Gracias,
musitó, clavando sus verdes ojos de verde esmeralda.
Estaba
sonrojada, intenté desprenderme de ella, eran pocos centímetros lo que nos
separaban.
El
agua no cesaba, yo sentí que la felicidad me inundaba, solo deseaba que no
cesara de llover.
¿Cuándo
cesara esto? Ella habló a modo de suspiro, llegaré tarde, tengo un encuentro de
trabajo. No te apures, te llevaré, cuánto te lo agradezco. Se acabó nuestra
conversación.
Sólo
se escuchaba el sonido de nuestra respiración.
De
pronto el sol se asomó, los pájaros volaron y ella me dijo adiós. Ven al coche,
te llevo, cogí una de sus finas manos ¡cuidado,
te caes! era tan frágil.... Gracias, contestó y desapareció.
Siempre
que llueve parece que la veo venir con su dulce mirada, su voz tan sutil, su
menudo cuerpo que tan cerca de mí tuve, su ligero perfume.
La
recuerdo siempre cuando la lluvia cae y cae sin su encuentro.