Poema de Adelaida Díaz Gálvez
En la
arena deposito mis lagrimas, las que de mis ojos se escapan, han quedado
sepultadas dentro de ella.
Y
creció como una caracola con mis suspiros que se dejarían escuchar por los
poetas.
Alguien
la recogió como recuerdo, de vez en cuando la acaricia y percibe el oleaje de
las olas, el canto de las sirenas y el revoletear de las gaviotas.
Aquí
recuerdo todo los pasados; estas horas con sus penumbras me llevan en andas con
sus melodías y ternuras ¿Y si pudiera retroceder a ellos?
No
deseo el amanecer, lo triste es que todo es tan rápido ... Avanza el día, tengo
que volver a la sintonía de lo cotidiano, del alboroto siempre tan obligado. Me
despido de esta quietud de tanta plenitud.
La
melancolía me sobrecoge, por mis dedos se escapa el viento cargado de arena,
las olas se van y regresan ... Hay tanta belleza.
A la
vez que camino, todo va perdiendo el encanto de la soledad.
Las
conchas y las caracolas son sustituidas por bolsas, botellas, consoladores del
deseo, todo es tan feo que invita a llorar.
Algún
noctámbulo exhibe su reprobable estado tambaleándose exageradamente
Nunca podrá admirar el amanecer, todo tan rosado,
salpicado de ese gris plateado robado al mar.
¿Cómo
hay seres que no admiren los primeros encuentros con la primavera?
Solo
son los poetas que mirando al cielo suspiran y se siente llenos de melancolía.