La Muerte

Adelaida Díaz Gálvez
Lo ví tan apuesto, en la fila de los hambrientos. Su pálida cara, sus ojos sin expresión, perdidos en su dolor.

Las hermanas, las monjas del amor, al verlo tan triste con su rito de decepción le preguntan: Dime ¿qué tienes, qué quieres, qué necesitas que pueda darte yo?

-Necesito la muerte y esa no viene por más que la llamo.

Se lo pido a su Dios. Yo no hago nada ya en este mundo, quiero que me lleve. Nadie me lloraría, pues nadie me necesita. El día más feliz sería cuando Él me llevara, uno menos que alimentar. 

Todos los días se lo pido, en las madrugadas. No quiero ver llegar la noche con esta carga de dolor. Sin tener nadie con quien hablar. Sé que si me llevara con Él, hablaría y con alguno que quizás me conocería. 

¡Pobre hermana del amor! sus ojos ahogaban su dolor, no pudo por menos que murmurar:  -No, no digas eso, no pidas la muerte. 

Tu tienes algo que no se vende y no se compra, juventud, sé que harás lo mejor, tienes a Dios y Él te quiere aquí, por algo será. No pidas la muerte ninguna vez más. Ella vendrá cuando tú no quieras. Te propongo un plan: Vas a tener tanta gente con quienes hablar a los que consolar. 

Más tarde supe que se fue lejos a consolar, a abrazar a tantos padres, hermanos. Aparte de sus hijos, tenia  tantos... Tenia alegría en el alma, esa que es tan sincera y que solo la da la bondad. 

Ya no quería perder la vida, aunque peligros tenia. No podía dejar a tantas familias que cuidar. Le faltaban brazos para abrazar y besos que dar. No quería la muerte cuando el daba tanta vida a los demás.

Adelaida Díaz Gálvez