El Biombo


Lloré, como los niños con rabieta
que amilanan la furia de una madre,
al ver que no volvías me quedé quieta
y en los patrones se notó el descuadre.

Cogí sarga, de tono anaranjado,
color de las naranjas mandarinas,
y a regla y cartabón corté el costado
que comunica el cuarto y la cocina.

Y revestí el biombo de mi abuela,
aquel que tras la puerta envejecía,
con turnos en la cama y la cazuela
y duchas por la noche y mediodía.

Al hilo de la sarga oí tu llanto
más no te di pañuelos que secaran
tus lágrimas de amargo desencanto.

Tras el biombo te quedaste quieto,
habías marcado la recta divisoria.
La sarga había aprobado aquel decreto
que separa el infierno de la gloria.

Manoli Sánchez