Elegía (a las últimas horas de Miguel Hernández)


Cae la noche abatida en el silencio
y un silbo de luz huye llorando
por la fría soledad del cielo.

Enlutadas golondrinas vuelan piando
y gotas de rocío, como lágrimas ardientes,
en su inmenso sentir van derramando.

En su triste vagar de aves errantes
surcan el espacio, de cielo a tierra,
para caer como exhaustos caminantes.

Junto al tronco gris de la palmera
que llora con pesar su desconsuelo,
una humilde voz, temblorosa, reza.

Gime la palmera y de su llanto el eco
traspasa la penumbra lado a lado
con la grave sonoridad del verso.

Surca la bóveda celeste un rayo
como  espada flameante y dolorida,
como un fiero grito desgarrado.

Y mientras tú, en la mazmorra fría,
sientes la presencia de la muerte
con la triste lucidez de tu agonía.

El mortal beso que unge tu frente,
es beso de piedra, de adiós y de esperanza:
¡un beso redentor sobre tu cuerpo inerte!

Todo es consumado. El ángel te arrebata
y llorando parte hacia el ámbito infinito
dejando en su dolor a la fría madrugada.

Queda de luto el mundo y un sol marchito
alumbra de sangre los lejanos palmerales
entre fondos de celaje enrojecido.

Y nubes temblorosas escupen a raudales
la lluviosa tempestad de su tristeza,
derramando unos llantos torrenciales
que apura con dolor la madre tierra.

Martin J. Schneider