
EN LA OTRA ORILLA
Quiso creer en los aromas eternos
que desprenden los cuerpos
en épocas estivales,
y sólo consiguió sentir en la piel
ráfagas de viento
con esencias viciadas de otras estaciones.
Aminoró su marcha trasnochada
para evocar sin recelo
los fantasmas de un pasado
tan olvidado como el origen de los tiempos.
Y cayó en un letargo infinito.
Esos sueños entumecidos
activaron en su alucinado espíritu
verdaderas realidades
que no tenían por qué hacer daño.
Y entonces
No hubo prisas,
Ni risas,
Ni bromas,
Ni ironías,
Únicamente voces perecederas
que se diluían como la arena
fina del desierto
cuando se derrama por la estrecha
boca de una botella en mar abierto.
Y ese letargo infinito que la dominaba
se fue convirtiendo instintivamente
en un despertar lento y maravilloso
a un mundo donde las esencias,
de sensuales aceites de olores balsámicos,
resbalaban por su cuello
como tallo recién regado,
esperando allí,
ya sin miedo,
donde un único Dios ampara
las almas que cruzan el Mediac,
a volver a ser amada de nuevo.