Poema de Carpino










A MI NIÑO FERNANDO


Suena tu estampa como solaz de regadío,
como el ánimo purpura de teatrales brisas.
Eres la enzima que a mi ser termodinámico cataliza
y el condimento de la risa, en el pocillo de mi río.

¿Qué dictamen, ya prescrito, me declama
en las sendas de lo puro y lo ordenado?
¿Qué embrujo, en el óleo desaguado,
se esconde boquiabierto entre tus ramas?.

Tan huérfana de ti yacía mi karma,
mi verbo, desnudo sin tu aurora.
Regálame tu llamada bienhechora:
Que “abuela”, es vacuna carmesí a mi alma.

Pues eres el reposo de mi estado pasajero,
un alma errante en el nirvana,
una nube, una estrella, dos mil nanas
que, yacía en mi fondo, dormidero.

El olor, de la esencia de tu fruta me descansa,
como espliego a mi carácter fructifica;
venturosa agrimensura que unifica
y que me antoja hortelana en tu labranza.

El azahar, ¡que osadía de lo puro!;
abarcó de mi estampa tu universo,
fue a beber de la acequia de mi verso
laborando en mi esencia, tu futuro.

Lo que haya de venir, es sacramento,
un cometa de derechos singulares;
yo me aferro sin medida a tus altares,
bajo el polvo derramado de mis tiempos.
Esperaré a que se emitan tus espacios
y a que la brisa me detenga en tu horizonte.
Empuñaré a los silencios de mis montes
en la batalla que la sierpe me hace rancio

Dijo Lamartine: ”El verdadero amor es la fruta madura
de toda una vida”. Y yo añado que el amor más puro es el fruto de ese amor.
Carpino